El latido del corazón te golpea el pecho y por extensión en la cabeza. El sonido que no oyes, pero que tu mente dibuja en la consciencia. Miras el reloj, buscas el segundero, aguantas la respiración hasta que abrace un cuarto, empiezas a contar: uno, dos, tres, cuatro... , veinticuatro; apartas la mirada del reloj, calculas y un miedo irracional se apodera de ti, noventa y seis.
Miércoles o jueves, o cualquier otro día de la semana, la liturgia se repite como cada mañana. Siempre las mismas acciones, nada cambia, todo trascurre con su perfecta monotonía. Saludas a José Luis, el conserje, buenos días, te diriges al coche, música, noticias, el guión establecido, la rutina. El primer semáforo, intentas adivinar el tiempo que te llevará salir a la autovía, a tu izquierda un coche, con su rutina, con su música y sus noticias.
No llevas más de 15 minutos y encuentras el primer atasco. Los cuatro carriles de la autovía, colapsados, inmóviles, una ratonera de la que no poder salir. Sientes en tu pecho, un latido te golpea, sorprendido, tus ojos se clavan en el reloj, 7:48. De nuevo sientes el golpe, miras a izquierda y derecha, buscas una explicación a ese sonido, que sólo se presenta en tu cabeza. La respiración se acelera, una sensación de pánico empieza a apoderarse de ti, fuera llueve, bajas la ventanilla, buscas el aliento que te empieza a faltar, el agua rebota en tu cara, el frío se cuela por la ventanilla y provoca un temblor que voltea tu cerebro. Algo no va bien, te empieza a faltar el aire.
La respiración se vuelve rápida, acelerada, cada vez te cuesta más respirar, el miedo hace presa de ti, tienes la sensación que de un momento a otro todo acabará, no quieres morir, pero es lo que va a pasar, la angustia, la desesperación, el miedo, el coche de delante se mueve, tu cerebro vuelve a voltear, pisas el embrague, metes primera, aceleras, pones la intermitencia, buscas el carril derecho, apabullas, conduces con desesperación, un pitido, un fogonazo, sólo quieres llegar al carril de salida, te incorporas a la vía de servicio, detienes el coche en el arcén. Te arrodillas buscando ese aire que te falta, intentas mitigar el miedo, pero es superior a ti, tiemblas como un recién nacido, no deseas morir, la respiración cada vez más acelerada, tu cuerpo se derrumba sobre el asfalto húmedo.
Despiertas rodeado de gente, un abrigo cubre tu cuerpo, tienes frío, no entiendes qué ha pasado, ni dónde estás. Suenan sirenas, la gente se aparta, tres sanitarios llegan corriendo hasta tu ubicación. El auxiliar te coge el brazo, comienza a tomarte la tensión, el médico te pregunta ¿cómo te llamas? ¿qué te ha pasado? a penas puedes moverte, continúas aprisionado por el pánico, no sabes que contestar, fijas la mirada en el auxiliar. Catorce Diez, noventa y seis. Una camilla se acerca, entre el auxiliar y el técnico consiguen levantarte, una mascarilla de oxígeno cubre tu rostro. Dentro de la ambulancia y lleno de cables, tu corazón comienza a presentar su credenciales. Todo bien, oyes decir; ¿cómo te encuentras?, un poco mareado, respondes y con mucho frío. No te preocupes, ahora te ponemos una manta. Parece que has tenido una crisis de ansiedad, oyes con voz pausada, y te has "chocado", exclama entre risas el técnico, vamos que has respirado por cuatro, adivinas una ligera sonrisa en el médico, la calma vuelve a ti, cierras los ojos, la ambulancia emprende su marcha. No sabías que ahí iba a comenzar la tuya.