Aquel día que entré por primera vez a Internet, hace algo más de veinte años, no sabía lo que ese invento iba a cambiar mi vida, a pesar de lo emocionado que estaba. Lo pondría todo patas arriba: la forma de entretenerme, de informarme, pero sobre todo, la de interaccionar con otros seres humanos.
Las relaciones a distancia iban a cobrar una nueva dimensión, tendría conversaciones interesantísimas con gente que nunca llegaría a ver cara a cara, pero ante todo, descubriría la forma de tortura definitiva, una que parecía especialmente diseñada para joderme la vida para siempre: discutir con extraños a los que jamás iba a ser capaz de hacer cambiar de opinión ni un ápice.
Siempre he sido una persona muy cabezona, de esas que, a pesar de descubrir que acaban de decir una locura monumental, siguen adelante con todo el equipo, hasta estrellarse de forma irremediable. En la era pre-Internet, esto no tenía mayor importancia: solo tenía a mi alcance unas pocas personas a las que atormentar con mis insufribles diatribas y a las que la paciencia se les agotaba lo suficientemente pronto como para darme la razón con tal de que me callara.
Pero tras descubrir IRC primero, los foros después y, ¡oh no, Dios mío!, las redes sociales más tarde, todo eso cambió. Miles de desconocidos con tiempo libre infinito capaces de insistir hasta la extenuación sobre cualquier tema y acceso a millones de personas que pensaban justo lo contrario que yo.
Para complicar aún más la situación, soy de esas personas que, tras abandonar el teclado, no puede dejar de pensar en la discusión que acaba de tener. Entro en un bucle enfermizo de respuestas imaginarias que me persiguen durante todo el día y me desvelan durante toda la noche.
¿Y por qué no dejar de discutir? Porque soy, sencillamente, incapaz.
Siempre me ha gustado considerarme una persona activista y de ideales fuertes y en Internet he encontrado un auténtico filón. Montones de causas por las que luchar con uñas y dientes: los derechos LGTB, la lucha contra el cambio climático, por la clase obrera, contra la desigualdad, la corrupción política... ¿Bastante ético y trascendental todo, verdad?
Pues precisamente ahí es dónde radica el problema. Todos ellos son temas que de verdad requieren nuestra atención, pues van a definir tanto nuestro futuro más inmediato como el de a más largo plazo. Son aquellos que nos definirán como sociedad y que conseguirán que prosperemos o que volvamos a pasos agigantados a ese pasado contra el que tanto hemos luchado.
Pero el problema viene cuando todas estas preocupaciones se interponen en mi día a día, de tal forma que soy incapaz de vivir mi vida con normalidad, encerrado en un hilo sin fin de amargura por toda esta gente que está tan equivocada y que no son capaces de ver la verdad tan clara que tienen delante de sus ojos.
Porque hay gente ahí fuera que me odia por el único hecho de ser homosexual y da la sensación de que cada vez son más y hacen más ruido y yo, simplemente, no puedo lidiar con eso. No debería dedicarles ni un segundo de mis pensamiento, pero la única respuesta que conoce mi cuerpo ante el odio es generar más odio.
Aunque, seamos realistas, también he tenido discusiones mucho más intrascendentales sobre videojuegos, series o géneros literarios que me han metido por igual en ese infernal bucle de insomnio, discusiones imaginarias interminables y resentimiento acumulado.
Así que, tal vez, lo más sano sería cortar por lo sano y dejar de una puñetera vez Internet nada más que para lo imprescindible, aunque considero que eso sería huir del problema. No, lo que debo conseguir es tener discusiones sanas, cortarlas a tiempo tanto en mi cabeza como en el teclado y dejar de lado el odio.
Al fin y al cabo, gente intolerante y/o que no piense como yo va a existir siempre y tengo que encontrar la manera de aprender a vivir con ello. La meditación me está ayudando a lograrlo gracias a la atención focalizada para no dejarme secuestrar por esos pensamientos que tantas veces me inundan y que no me dejan dormir.
Y, con el tiempo, estoy seguro de ello, seré capaz de volver a tener una relación sana con Internet.