El último refugio de la libertad

Sobre los sueños, decía Dostoyevski en Crimen y Castigo que "los sucesos que se desarrollan son a veces monstruosos, pero el escenario y toda la trama son tan verosímiles y están llenos de detalles tan imprevistos, tan ingeniosos, tan logrados, que el durmiente no podría imaginar nada semejante estando despierto, aunque fuera un artista de la talla de Pushkin o Turgueniev".

¿Existe un mundo inabarcable de maravillas dentro de todos nosotros y lo que lo hace emerger no tiene tanto que ver con nuestra inteligencia sino con la permeabilidad de nuestro subconsciente? 

Hasta Pavese llegó a preguntarse si los perros soñaban cosas maravillosas al ver a su mastín mover las piernas como un poseso durante una siesta veraniega. Personalmente recuerdo a un compañero de clase no mucho más listo que un mastín, que en un campamento de verano me despertó de madrugada para describirme un sueño en el que ascendía a un Everest hecho de nata montada, a lomos de un escarabajo gigante de oro. 

De acuerdo con la ciencia, los sueños evolucionaron para realizar una función psicológica importante: nos permiten trabajar con nuestras ansiedades en un ambiente de riesgo bajo, al ayudarnos a practicar eventos estresantes y a hacer frente al trauma y el duelo. La mayoría de las emociones que experimentamos en los sueños, como lo mencionó el neurocientífico finlandés Antti Revonsuo en 2000, son negativas; las más comunes incluyen miedo, impotencia, ansiedad y culpa.

La ciencia ha logrado elaborar teorías basadas en el método científico respecto a los malos sueños, a las pesadillas. No llego a tiempo al examen, me caigo por una escalera, me persiguen y se deshacen las piernas y no puedo huir...todos hemos experimentado esas letanías. Pero, ¿qué hay de los sueños agradables?

En la década de los noventa, tres investigadores —Robert Stickgold, Allan Hobson y Cynthia Rittenhouse— decidieron estudiar si había restricciones a la imaginación de los sueños. Después de analizar 97 intermitencias en doscientos sueños de sus alumnos descubrieron que los sueños positivos no están gobernados por las reglas normales de la física y muchos aspectos del sueño siguen siendo un misterio. No podemos explicar por qué cierta imagen surge una noche dada o predecir si algún amigo que no hemos visto en mucho tiempo resurgirá en nuestro sueño. El estudio cesó y fue un completo fracaso. No se consiguió llegar a ninguna conclusión. Los sucesivos estudios que han intentado abordar la misma tipología de sueños han acabado sin resultados contrastables. Si Jung viviese hoy en día...

Hay poquísimas áreas de la humanidad en los que la ciencia no haya logrado avanzar y esta es una de ellas. Pese a las múltiples creencias y chorradas vox populi y ese vasto universo de la interpretación de los sueños, la realidad es tozuda y la ciencia más: los expertos no tienen ni puñetera idea, ni un pequeño patrón o teoría de previsión sobre por qué soñamos cosas positivas. 

El misterio se agrava cuando, como comentamos al principio, descubrimos que, en muchos casos, tampoco hay la más mínima correlación entre intelecto y calidad argumental del sueño. Aunque está claro que si naces y vives en un ambiente precario, tendrás más posibilidades de sufrir pesadillas asociadas a traumas, uno no puede evitar pensar que es como si la naturaleza hubiese querido dotar del derecho universal de soñar cosas bonitas a todo ser humano independientemente de su educación, cultura o clase social. Como dice Scott Fitzgerald al hablar de los sueños: "algunas noches, hasta los pobres podemos probar el caviar y el tacto del diamante sobre nuestra piel".

A esas maravillosas ensoñaciones, de las que lo único que se ha demostrado es que tienen un efecto positivo sobre el ánimo y que suelen desaparecer en estados depresivos, Mark Twain las llamó "ese sucedáneo de niñez que a veces nos presta la vejez". 

Destellos de felicidad que, aunque involuntarios, agrandan el valor del relato y la imaginación sobre la vacua importancia que le damos al poseer y a la realidad.

Esas vivencias que disfrutan mientras duermen, aquellos que tienen la suerte de recordarlas son, de hecho, el último espacio completamente libre, anárquico y salvaje que le queda a la humanidad.