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Un país mágico

Un país mágico

La cultura estadounidense, impulsada, detallada y glorificada por miles de películas, series y novelas, está convirtiendo progresivamente nuestro mundo, en una imitación a pequeña escala del país de las barras y estrellas.

La cantinela de la autosuperación y el sueño americano, la sanidad privada, el individualismo furibundo, retrasar la jubilación, la autoayuda y el fascismo de la alegría autoimpuesta, la sociabilización del triunfo y la personalización del fracaso, Amazon y el fin del pequeño negocio, la educación privada hiperelistista, el anticomunismo, Halloween, la confusión de la felicidad con la ambición, el Black Friday, el liberalismo reaganiano, la estética Kardasian, la humanización de las mascotas, la comida rápida, los coches enormes y contaminantes, los bodorrios de ruina y las despedidas de soltero, las operaciones estéticas, la turboinfluencia cultural de la publicidad, el muy mal entendido derecho a la autodefensa y la locura de las alarmas y sistemas de seguridad, la importancia de la popularidad desde edades tempranas, la ultraderecha populista, los anglicismos como forma de diferenciación clasista, el hiperconsumismo navideño y la autoimposición del optimismo en fechas señaladas, los sex reveal, el coaching, el odio a lo público, las fake news, los movimientos antivacunas, el amor por Israel, el terraplanismo y el relativismo fascista anticientífico en general, las fiestas de graduación, la apropiación cultural...

Estamos adoptando, progresiva e imparablemente, la forma de aspirar, pensar y vivir de un país en el que más del 50% de los mayores de 65 años se ven obligados a seguir trabajando porque no pueden pagar sus deudas, donde la clase media y baja tiembla del miedo a caer enfermo por no poder pagar los gastos hospitalarios, donde la inseguridad late en cada calle de cada ciudad, donde los jóvenes viven presos hasta más allá de los 40 por las deudas derivadas del costo de la universidad, donde un 1% de la población tiene el 40% de la riqueza de todo el país, donde millones de personas viven con dependencias a fármacos opioides porque el gobierno no quiso ni supo poner cotas a las farmacéuticas en una epidemia de adicción que ya ha provocado medio millón de muertos, donde los conflictos por racismo no han dejado de subir propulsados por una brutalidad policial que sigue rompiendo récords, donde más de 90000 ancianos mueren solos cada año porque no tienen lazos familares y todo eso en el país con la mayor proporción de ancianos sin familia del mundo (14,7 millones), donde las tasas de depresión han alcanzado cifras récords tras el COVID en un país que presta una casi nula atención a la salud mental en la, ya de por sí, frágil sanidad pública.

Ningún país ha sabido usar los medios como los estadounidenses para convertir un país infernal, en una arcadia perfecta, para asociar una sensación, una aspiración, un objetivo vital a un lugar, a un sueño, a un estado, a un país que, en definitiva, jamás existió y que jamás existirá.

La razón a todo esto la explica Chomsky con una sencillez abrumadora:

"Son muchas las estructuras mentales, sociales y culturales que los europeos están adoptando de los estadounidenses, pero si hay una que debe preocuparles esa es el total desprecio que nosotros tenemos por el desarrollo de una capacidad crítica a edades tempranas en la educación y que yo ya comienzo a detectar, de forma plena, en la mayoría de sistemas educativos europeos. (...) El petróleo, el pleno empleo y la industria armamentística no son, ni de lejos, tan importantes para los Estados Unidos como que haya miles de millones de jóvenes en todo el mundo que sigan creyendo que somos un país mágico y extraordinario".

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Alguna cosa buena tiene la vida - Unas canciones

No puedo dejar de estar triste y preocupado. La desesperanza es el sentimiento primero en un mundo que nos sirve a diario las atrocidades del genocidio y la guerra, la destrucción de flora y fauna, los récords extremos en meteorología, la falta de gobernantes con principios y la extensión mediática de la estupidez. Por eso escribo estas palabras, porque hay que dejar descansar por unos minutos a uno mismo y buscar un consuelo fugaz en los brillantes refugios del alma.

Alguna cosa buena hay, sí. Hoy me atrevo a sermonearles con una joya musical: el disco "Miguel Hernández" de Serrat. Doy por hecho que la música es una cuestión de gustos, y que Serrat no convence a todo el mundo. No se puede esperar que un artista tenga la aprobación unánime del público. Ni siquiera Mozart o Bach gozan de tal estado. Pero al menos intentaré explicar por qué este disco es una gran obra de arte. Los detractores, dejen sus prejuicios a un lado y tomen un tiempo, si quieren, para apreciar las canciones de manera objetiva, como quien contempla una obra de ingeniería.

Se compone de 10 poemas del Miguel Hernández convertidos en canciones por Serrat, a excepción de "Las nanas de la cebolla", cuya música es del argentino-español Alberto Cortez (lo cual se nota en ciertas armonías muy cortezianas).

La producción del disco, esto es, los arreglos, orquestación, elección de los instrumentos e instrumentistas, el "aire" general se deben al grandísimo Francesc Burrull, pianista clásico y de jazz, que según él mismo, hizo su mejor trabajo con este disco. La producción es aquí tan importante como el trabajo de Serrat y Cortez, porque convierte las canciones en piezas con el sentimiento adecuado y la sonoridad que requieren.

Se puede decir que si los poemas de Miguel Hernández son pequeñas maravillas, la música añadida por Serrat y Cortez los mejora, y la producción de Burrull los hace sublimes.

Miren si no cómo arranca "Canción última", tan sólo los primeros 30 segundos:

www.youtube.com/watch?v=p-1QNI6goVk&list=RD3VzVEHhcd0U&index=6

Una flauta travesera, unas congas (quinto), un par de notas de piano, y entran las cuerdas, la batería, el bajo y todo lo demás, arrollando, para de repente detenerse y dejar sólo la voz de Serrat y el piano.

"Las nanas de la cebolla", al contrario, se parece un poco al famoso "Bolero" de Maurice Ravel. La melodía se repite una y otra vez, pero se van añadiendo instrumentos en cada estrofa, y a veces se van dando relevo: piano, flauta travesera, guitarra eléctrica, grupo de cuerdas. Las sutilezas del acompañamiento hacen eso, acompañar a la letra en esa alternancia entre la felicidad y la tristeza del poeta oriolano. Y cómo Serrat, con su voz, consigue que nos parezca que sea el propio Hernández quien está cantando.

www.youtube.com/watch?v=T2bfgetQois

En "Menos tu vientre", la cosa va también in crescendo, desde un clavicordio pianissimo del principio al sonoro final con todo el despliegue instrumental. Si tienen un rato, escuchen la canción con auriculares o un buen estéreo y, sin prejuicios, escuchen cómo van entrando los instrumentos, perfectamente ligados unos a otros, como atados por un hilo sutil.

www.youtube.com/watch?v=IKUkKUIdnHk&list=RD3VzVEHhcd0U&index=8

"Romancillo de mayo" es alegre como la fiesta de pueblo que deja intuir, "La boca" es para escucharla imaginando precisamente eso, la boca de la persona a la que uno ama, pero también evoca a las gentes, las generaciones, la vida.

"Umbrío por la pena"o "El niño yuntero" son tristísimas y conmovedoras. Mal lo tenía que estar pasando Miguel Hernández cuando escribió tales cosas. Y es sorprendente que Serrat y Burrull consiguieran añadir la música adecuada a tanta desesperanza sin caer en recursos fáciles.

No me atrevo a seguir dando la turra con mis gustos personales. No sé si alguien tendrá arrestos para leerse todo esto, pero tenía ganas de compartir con ustedes un alguna de las cosas buenas que aún tiene la vida.

Un abrazo para todos.

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Chantaje y judaísmo político

Todo el mundo parece haberse hecho a la idea de que no habrá nada que pueda detener al gobierno de Israel en su marcha hacia el abismo, adonde arrastra a miles de palestinos inocentes sin vínculo conocido con el terrorismo islámico. Todo ello remite a un estado de agitación tal que sitúa a Occidente, una vez más, en contradicción consigo mismo, porque, si bien por una parte se alza como el gran abanderado de la defensa de los derechos humanos, martillando por el camino a los que considera sus enemigos “naturales”, por otra se dedica a violarlos sistemáticamente con el fin, pensarán, de imponer (preservar, en este caso) un bien que estiman mayor: la democracia.

Admitamos, por un momento, que merece la pena dar la batalla por la democracia frente a todo integrismo que pretenda asentar un Estado fundamentalista. Sin duda, nos parece lo más justo. ¿Pero los israelíes no están jugando a las muñecas rusas al encubrir un objetivo étnico-religioso dentro de otro de índole político-militar? Tel Aviv dice atacar objetivos militares de Hamás cuando, en realidad, no hace más que diezmar a la población de la maltrecha Franja de Gaza (en el lapso de unos meses ya se cuenta con un número de muertos aproximado al de caídos en Ucrania en más de un año), que, además, está abocada a aguantar la presión de colonos y fanáticos sionistas. La Unión Europea, a pesar del evidente doble rasero que aplica en las relaciones internacionales, apoya a Israel; y adopta esa posición porque Alemania (Estados Unidos) manda, recordándonos machaconamente (en alemán) que siguen en deuda humanitaria con los judíos por el Holocausto. Pero una cosa es reconocer el daño infligido a los judíos por la Alemania nazi (y por el mundo romano-cristiano en su conjunto: desde la destrucción del segundo templo, pasando por su expulsión de Inglaterra y España, al Asunto Dreyfus o los pogromos rusos) y otra bien distinta apoyar a sus hijos, nietos y bisnietos en su particular persecución de los pueblos que habitan Palestina desde antiguo. Estamos cansados del chantaje que apela precisamente al corazón para distraer nuestra atención de lo verdaderamente importante: que debemos callar en el foro cuando un israelí o proisraelí vocifera; que debemos callar en el foro si éste está financiado por un fondo sionista, y que debemos callar en el foro cuando un israelí mata a palestinos amparándose en un supuesto derecho histórico.

Creo en el valor intrínseco que portaba originalmente la creación del Estado de Israel, pero ahora no puedo sino adoptar una postura crítica frente a lo que ha devenido el proyecto barruntado por Theodor Herzl: una máquina pilotada por políticos irresponsables y consentidos, apoyados por una legión de fanáticos, que no admiten un ápice de disensión frente a lo que consideran la esencia del judaísmo político, esto es, el establecimiento de un espacio público seguro para el pueblo elegido de Dios, aun a costa de convertirse en los sanguinarios perseguidores que informan su historia.

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