"La belleza es blanca y la mentira es negra, pero ni la primera puede hallarse, ni la segunda puede combatirse si uno no está dispuesto a sumergirse con honestidad en los grises".
Así definía David Simon, creador de The Wire, la obra magna de la HBO.
Con The Wire descubres que se puede hacer una serie en el que uno empatiza con los personajes de una forma innegociablemente progresiva y entiendes que esa es la única forma honesta de crear conexiones profundas entre el espectador y la trama.
Te sumerges en un mundo donde no hay ni un resquicio de negror o blancura. Hay miles de tonos en la trama, pero todos son grises.
Es una serie compleja, en la que cuesta entrar, pero eso, precisamente, es lo que la hace única. Acostumbrados a productos televisivos que te enganchan de forma inmediata, David Simon exige al espectador un esfuerzo profundamente honesto; el de estrechar lazos con los personajes como se estrechan con los amigos en la vida: "Uno jamás confía en una persona que acaba de conocer, ¿por qué debe hacerlo con un personaje?", esa es la máxima que Simon ha mostrado en Treme. The Wire o Generation Kill. La de tratar al espectador con un respeto reverencial. Y eso es lo que hace que McNulty u Omar se queden contigo para siempre.
The Wire no es solo la serie que cambió para siempre las series, es un universo atemporal, lleno de violencia y odio en el que uno puede encontrar, de forma tan inexplicable como lógica, una enorme placidez y comprensión.
En un mundo cada vez más burdo y homogenizador, donde la inmediatez está acabando con la verdad, pocas cosas son más necesarias que regresar a la obra cumbre de la HBO.