¡Se nota, se siente, la tensión está presente!
Sí, ese eslogan podría pasar perfectamente por uno de esos que se estampan a mano alzada y trémula en los lienzos que se despliegan en las manifas.
Se nota en la ostentación de signos identitarios, en las indumentarias de los viandantes y en esas conversaciones en sordina acompañada de ojos conspiradores para evaluar a quienes pueden pertenecer las indiscretas orejas que escuchan lo indebido.
Se nota en los sacrificios que están dispuestos a hacer aquellos que lo tienen complicado a la hora de votar; como, por ejemplo, esos pacientes ciudadanos que están dispuestos a mamarse una buena cola de 5 horas para asegurarse el voto por correo.
O que decir de esas otras personas, conozco varias, que están dispuestas a hacer más de 80 km de ida, y otros tantos de vuelta, para votar en aquellas poblaciones donde se encuentran censados pero que no son en este momento su residencia habitual.
Se aprecia también en la tensión periodística. Son tan clarividentes las predilecciones de los periodistas en sus apuestas, ya sean por pura convicción o por simple mamporrerismo o peloteo, que aunque no supiera el interlocutor que los escucha, en una tertulia televisiva, en que medio trabaja, sabría por sus comentarios a quienes defienden. Pongo por ejemplo a una tertuliana que no sabía hasta ayer que era del ABC y que había visto en otras ocasiones con cierta mesura aunque con esa pátina de soberbia de aquellos que imparten su magisterio analista desde el púlpito de su conocimiento. El miércoles por la mañana, en la tertulia mañanera de la Uno de RTVE me hizo bastante gracia. No paraba de revolverse en el taburete como una posesa asaeteada por un nerviosismo incapaz de controlar. Rivera me había parecido el día anterior un tipo tranquilo al comparar el continuo tembleteo de sus pestañas y las comisuras de sus labios. Su inquietud era tal que por momentos llegué a pensar en lo precario de su estabilidad y en la probabilidad de una caída al suelo. No era para menos, todos los tertulianos allí presentes, incluidos algunos de su misma cuerda, daban por consenso a Iglesias como el claro ganador y a Rivera como un cantamañanas pasado de vueltas, aunque Casado, todos concluían, había experimentado un remonte en su confrontación con su homólogo naranja.
Puede que sean elucubraciones mías. Fabulaciones de alguien que tiene ya unos años y que sabe cuántos errores cometió en el pasado a la hora de prestarse a que decidieran otros, con su voto, por él mismo. Pero estas elecciones son distintas, especiales, singulares, decisivas, tanto por la posibilidad de elección del votante como por las posibles configuraciones de conformación de alianzas y pactos el día después. Se puede elegir el calificativo que se quiera. Es más, la «prensa seria», dependiendo de si sus protegidos van peor o mejor en la intención de voto elige alguno de esos términos u otros aún más ampulosos.
Sí, están muy claros varios aspectos.
Las derechas están nerviosas. En algunos casos histéricas, pero no porque no vayan a «fichar» a las urnas sino por esa esquizofrenia que aterra a los que queriendo optimizar su voto, y concediéndole una importancia mayúscula, tienen que elegir entre una opción y sus posibles clones. Y otro aspecto que intuyen es que los votantes de izquierdas no van a quedarse tan fácilmente en el sofá, como lo hicieron en las pasadas elecciones andaluzas. Ese «sustito» de comprobar como se institucionalizaban partidos más proclives al golpismo, pero del de verdad, del de sacar los tanques a la calle y entrar a tiros en el Congreso, que a maneras relativamente democráticas, (y sobre todo la abrumadora proporción de estos), ha hecho que muchos de esos quejicas de las redes sociales, que siempre hablan de inalcanzables y sublimes valores ético-morales no representados por el elenco de despreciables políticos disponibles, estén hasta dispuestos a mover sus preciadas posaderas para ejercer un derecho al voto que no lo han ejercido desde hace lustros. Tendrán que elegir entre el mal menor de votar a esos políticos de mierda y el mal mayor de que gran parte de tus derechos se vayan al carajo por el desagüe del váter.
Como soy progresista esa sensación de nerviosismo en la derecha puede que me agrade, pues no me gusta hacer sangre del adversario, pero no me fió nada. Pero nada es ABSOLUTAMENTE nada. Tengo la suficiente experiencia como para saber que no hay motivación mayor para el votante conservador que el ser consciente que sus adalides, los que representan sus ideas, sus simbolitos y, sobre todo, lo que verdaderamente le importa, su bolsillo, estén en peligro porque la izquierda esté movilizada.
Hay unas ganas de votar como nunca pero, desgraciadamente, no por un altruismo sano.
No por una interiorización de los valores democráticos. Lo doloroso de esta tensión es que es producto de la rivalidad, del enconamiento de las posturas y de la polarización de las opiniones.
No, no es un sano ejercicio democrático de un pueblo con una larga tradición de comicios. Que va, para nada.
Es una tensión producto de un profundo sentimiento de resentimiento y revanchismo a partes iguales. De izquierdosos que no pueden tolerar que una partido que ha mamado y se ha nutrido de los idearios del franquismo dicte los designios de la derecha. De unos derechosos que no pueden tolerar como unos catalufos insurrectos pretendan partir España y salir de rositas. Como si España fuera una oblea de esas que se endilgan en la eucaristía antes de finalizar los oficios. De unas feministas que no quieren el rebrote de machismos pasados en esas inquietantes y nuevas hornadas de votantes de VOX que no llegan ni a los 25 años. De unos votantes de VOX que su única motivación es el desprecio al diferente, ese que osa poner en peligro, por ejemplo, la fiesta nacional, los toros, o lo más importante para ellos, los verdaderos valores morales que deberían atesorar aquellos verdaderos patriotras.
Ese es el acicate de aquellos que casi nunca han movido el culo para hacer casi lo único que le permite un sistema podrido hasta los tuétanos para cambiar las cosas, ejercer su derecho al voto, normalmente los votantes progresistas, o ese es el impulso de aquellos que tendrían que estar en la UCI para no depositar la papeleta el próximo domingo, usualmente los votantes conservadores.
Y en esas estamos. Sí, una mierda, pero es así.
No tengo ni idea de lo que va a ocurrir el próximo domingo pero de lo que si tengo una idea perfectamente clara es de que no pienso dejar mi papel de protagonista a otro. Quiero decir con este que me mentalizaré y disfrazaré de ciudadano ejemplar depositando, debidamente cumplimentado, el voto que he decido para elegir la fuerza que tal vez me pueda representar.
Que me represente, eso ya sería argumento para escribir otro artículo.