Los Templarios. Perfectas máquinas de guerra

De entre todos los aspectos de los caballeros templarios, quiero destacar uno de los más significativos, el aspecto guerrero, pues no hemos de olvidar que para poder defender a los pobres peregrinos de los malvados asaltantes, y sobre todo, para involucrarse en todas las Cruzadas en que lo hicieron, su potencial bélico, fue demoledor.

Desde el punto de vista bélico, los templarios han pasado a la historia por su bravura, combatividad, y su sentido de unidad. Cualidades que ya las anticipó Bernardo de Claraval, ardiente defensor de las Cruzadas, cuando redactó el Elogio de la nueva milicia, con frases como, «Se guarda perfectamente la disciplina y la obediencia es exacta», el cual fue un verdadero panegírico hacia la Orden del Temple que acababa de nacer. Estas cualidades de templarios, acabaron plasmándose en su Regla.

Alguna de las alabanzas de Bernardo de Claraval, fue que los Templarios eran disciplinados y obedientes, y sobre todo exentos de toda gloria mundana para servir a Dios en todo su esplendor. Recordemos en este sentido que el lema de los templarios, que se corresponde con los dos primeros versículos del Salmo 115, rezan así;

Non nobis, Domine, non nobis,

Sed nomini tuo da gloriam.

 

(“No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,

Sino a tu nombre da gloria”)

 En no pocas ocasiones, de forma casi criptica, esta máxima se escribe de esta manera;

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Su férrea disciplina se manifestaba de diferentes maneras, así estando en orden de ataque, los templarios avanzaban formados en escuadrones y en silencio, y si un caballero necesitaba comunicarse con otro, debía ir cabalgando hacia él en el sentido que marcaba el viento, para que el polvo que pudiera levantar su caballo, no molestase al resto de jinetes.

Cabe apuntar, pues es digno de reseñar, algunas directrices que siempre observaban:

  • Si hallándose en tierra enemiga, el portaestandarte ignoraba una corriente de agua y pasaba de largo ante la misma, todos los caballeros harían lo mismo.
  • No podían ponerse el yelmo sin permiso, pero cuando recibían la orden de ponérselo, no se lo podían quitar hasta que fueran autorizados para ello.
  • Cuando acampaban, los escuderos que iban a buscar leña o forraje para los caballos, así como los propios caballeros, no podían alejarse más allá de donde pudieran oír el grito de los oficiales al mando o la campana de llamada, para así, poderse reunir cuando fuera necesario a la mayor brevedad.

Por todo lo antedicho, es fácil razonar que los caballeros templarios, nunca marchaban como un grupo de hombres desorganizados, de cualquier manera, o de forma impetuosa. Además, tampoco se precipitaban de forma impulsiva y sin control contra el enemigo, sino que, como todo buen cuerpo de élite, aguardaban en sus puestos con toda precaución y prudencia para no ser advertidos por el enemigo, o simplemente para esperar las oportunas órdenes que les indicaran entrar en combate.

Aunque esa prudencia no era incompatible con un coraje sobresaliente, pues una vez recibían la orden de entrar en acción, se lanzaban sobre sus contrarios como si las tropas enemigas fueran títeres que se pudieran derribar de un solo golpe, pues otra cualidad de los caballeros templarios, era que nada les impedía entrar en acción con toda la fuerza de sus brazos, aunque la diferencia numérica de guerreros fuera en desventaja suya, o, aunque la fama de sus contrarios fuera de crueles bárbaros.

Además, su compromiso con Dios, hacía que éste siempre estuviera con ellos en sus batallas, abordando todas ellas armados interiormente con una gran fe, al cual hacía de ellos y perfecta arma de guerra.

Sus caballos eran los más rápidos y ligeros, e iban con una ausencia total de ornamentos, pues más que en el fasto y la pompa, querían ser lo más eficaces posible en sus batallas, y eso requería unos caballos libres de todo aditamento innecesario para el campo de batalla.

Hay autores que incluso aseguran que los caballeros templarios inventaron algunas nuevas técnicas de guerra, que aplicaron con destreza y maestría en Europa occidental y en Tierra Santa.

Algunas de estas innovaciones se encuentran intrínsecamente ligadas a la Regla, pues esta ordenaba con precisión el orden de combate a la hora de lanzar una carga contra su contrario, la cual era la más potente y devastadora arma utilizada por las huestes cristianas contra los ejércitos musulmanes en los siglos XII y XIII, las cuales se dividían en escuadrones, estando al frente de cada uno, un maestre o mariscal. Los escuadrones se situaban en primera línea y tras ellos y muy cerca, los escuderos, portando las armas y cuidando de los caballos de refresco, pues debían socorrer a los caballeros heridos, así como reemplazar las monturas caídas en el primer choque, aunque nunca participaban en la carga, hecho éste que era en exclusiva de los guerreros.

Las ropas y armamento de un caballero templario, siempre rigurosas, austeras y castrenses, consistían en una cota de malla que cubría la cabeza, el torso, los brazos y las piernas hasta la rodilla, un casco cónico, un caballo fuerte de combate, los llamados, destrier, un escudo, una lanza larga y una espada de doble filo.

Siempre, como ya he citado, la jerarquía militar y la obediencia, fueron los aspectos más sobresalientes las normas templarias, recogidas en la primitiva Regla y en unos Estatutos Jerárquicos, datados entre 1165 y 1187, que remarcaban sobremanera la jerarquía militar de las huestes, la organización de marchas y campamentos y la articulación de los escuadrones en batalla.

Todo lo anterior estaba regulado por el uso que hacían de las banderas, auténticos emblemas de la disciplina templaria, las cuales marcaban el inicio de la acción, el reagrupamiento de los caballeros y la retirada del campo de batalla. La bandera era el elemento sacrosanto que marcaba la actuación de los templarios en cada combate. Siempre que una de ellas estuviera izada debía perseverarse en la lucha y no abandonar el campo de batalla.

Quien desertaba mientras una bandera siguiera ondeando en el campo de batalla, era castigado con la pena más severa que pudiera tener un caballero templario, la expulsión de la Orden y de la Casa Templaria. Castigo que también recibía aquel que cargaba contra el enemigo sin permiso de un superior, y con ello comprometía el destino del resto de la hueste.

Tan sólo con una obediencia ciega, una instrucción perfecta y precisa, y su compromiso con la fe, los caballeros templarios llegaron a ser lo que fueron.