Tan atorrante como la actual ola de calor es la cobertura informativa sobre ella en todas las televisiones: monísimas reporteras contándonos en directo y a pleno sol en una plaza vacía la sensación de sofoco, la “simpática” entrevista en una piscina municipal donde preguntan a una ama de casa rodeada de niños gritones unas obviedades, los consejos de “expertos” sobre tomar mucho gazpacho, etcétera. A mí, que tengo curiosidad por las causas de lo que nos acontece, después de aguantar el mismo programa en tres cadenas distintas o tres programas cortados por este mismo patrón en la misma cadena, no recuerdo bien, me da por esperar que en esa verborrea continua se mencione aunque sea de pasada , la cuestión de la crisis climática, que según el consenso científico es el el origen de este agravamiento de la frecuencia e intensidad las olas de calor. Pero ni una palabra, nada, niente.
Me digo, que bueno, quizá soy demasiado exigente, estos son programas de entretenimiento, quizá en el parte meteorológico que es extenso y profesional en el primer canal de TVE, ahora que es una tele progresista y comprometida.
Bien, después de una minuciosa explicación, región por región de las temperaturas sufridas y previstas, después de repasar el mapa de España y Europa, de mencionarnos los records que se están batiendo aquí y allá, una locutora por fin pregunta a la meteoróloga si hay algo que explique este estado de las cosas. Y la meteoróloga dedica a la cuestión exactamente treinta segundos, treinta. Literalmente dice que “ no hay certeza absoluta de que esta ola de calor tenga que ver con el cambio climático pero la tendencia creciente parece indicar que sí, que nos tendremos que acostumbrar a un aumento general de las temperaturas”. Punto, y a continuación se pasa a la sección de deportes a la que se dedican 15 minutazos.
Y es que el gran problema que tenemos planteado la humanidad, no un país o una ciudad o una clase social , toda la comunidad humana, sin excepciones, la crisis climática, es de tal naturaleza que creo que se está produciendo un fenómeno de negacionismo inconsciente para no tener que asumir las consecuencias de ver lo que se nos avecina.
Es cierto que los científicos ya lo han explicado hasta la saciedad, que la organizaciones del clima dependientes de la ONU lo han certificado, que hay incluso pactos internacionales orientados a combatir el fenómeno (otra cuestión es la escasas perspectivas de cumplimiento) pero en las sociedades, en la calle, la conciencia de la gravedad, de la urgencia del problema no existe.
Y las televisiones no son sino el reflejo de este rechazo psicológico a afrontar la desagradable verdad.
La obligación de estos medios debería ser el contrario, hacer pedagogía, enseñar a la gente a mirar de cara el problema: sí, las olas de calor tiene que ver con la crisis climática. Sí, la única forma de combatir esto es un un cambio radical en costumbres, mentalidades y formas de consumir y vivir. Sí, estamos metidos en una dramática emergencia global como nunca se ha visto antes en nuestra historia desde que el hombre comenzó a modificar el planeta en el neolítico.
Pero decir esto alto y claro implica asumir el siguiente paso: ¿se puede hacer algo? Se puede hacer, pero lo que hay que hacer implica costes personales en nuestra forma de vida cotidiana. Implica ser conscientes, por fin, de las consecuencias de nuestros actos, darnos cuenta que nuestra pasividad, nuestra resistencia a cambiar nuestros hábitos de consumo nos hace personalmente responsables.
Ah, pero esto no lo queremos oir. Ni tampoco las televisiones lo quieren emitir en horarios de máxima audiencia. Las verdades desagradables no venden anuncios, ni suben el share. Así que seguimos actuando como si lo que ocurre estuviera dentro de lo normal. Ojalá, Pero la mala noticia científica es que no es nada normal. Actuamos como un estúpido montado en un avión que ha perdido un motor, nos preocupamos por las manchas que en nuestra bonita ropa recién estrenada han producido la turbulencia al verternos el refresco encima para no mirar por la ventana el fuego que se empieza a extender por el ala.