El tatuaje en su evolución histórica (Rafael Salillas, 1908)

"El Tatuage en su evolución histórica, en sus diferentes caracterizaciones antiguas y actuales, y en los delincuentes franceses, italianos y españoles".

EL TATUAGE EN LOS DELINCUENTES ESPAÑOLES

Advertencia preliminar.— En la cuarta edición de L’Uomo delinquente, al tratar del tatuage, figuran los datos españoles, con la mención de mi nombre, como investigador de este detalle de la antropología criminal.

Débese esto á un estudio acerca del tatuage publicado por mí en una revista de Antropología criminal que apareció en Valladolid transitoriamente.

El material que me sirvió de estudio, consistente en cal­cos y dibujos de tatuage recogidos en cárceles y establecimientos penales, y en una información documentada sobre ta­tuados y tatuadores, lo reuní con ocasión de habérseme en­cargado organizar la sección penitenciaria de la Exposición Universal de Barcelona, donde esas colecciones figuraron.

Más tarde figuraron también en la Exposición Penitencia­ria de San Petersburgo, con ocasión del Congreso Peniten­ciario Internacional y ya no fueron devueltas, aunque de bas­tantes tatuages tuve la precaución de conservar los dupli­cados.

Quiere esto decir que el estudio que vamos á hacer del tatuage en los delincuentes españoles, se basa en el mismo que fue incorporado por Lombroso á la 4ª. edición de su obra fundamental. Únicamente añadiremos las referencias de otras dos colecciones de tatuages, una la del Gabinete antropométrico de la prisión celular de Barcelona, y otra la que consta en la colección de delincuentes habituales publicada por el Sr. Cabellud.

Ninguna de esas colecciones posteriores desvirtúan la opi­nión que formulamos al publicar nuestro primer trabajo y en la que vamos á insistir.

El tatuage normal en España. — En distintas partes de este estudio hemos procurado, manejando un material ajeno, establecer los deslindes del tatuage normal, principal­mente en Francia y en Italia. Lo mismo nos creemos obliga­dos á hacer en lo concerniente á España.

Alguna referencia hemos dado que habrá permitido supo­ner que la costumbre del tatuage es en España tan excepcio­nal que no merece la pena hacer el cómputo diferenciador entre las manifestaciones de este tatuage y las del delincuen­te. Sin necesidad de hacer una información particularizada, puede afirmarse que en España no existe el tatuage profesio­nal, á no ser en parte de las poblaciones marineras de las cos­tas. Tampoco existe el tatuage militar, á no ser en las tripu­laciones de los buques de nuestra armada. Referencias tengo de que aun en estas tripulaciones militares la costumbre tatuadora ha disminuido considerablemente. En esta disminu­ción hay una prueba de que el ocio, en determinadas circuns­tancias, es uno de los grandes influjos fomentadores del tatuage. Lo demuestra el que el tatuage abundara mucho en la época de la navegación á vela con largas travesías y cruceros.

Con la navegación á vapor, que no solamente abrevia las distancias, sino que obliga á frecuentes accesos á puertos y estaciones carboneras para reponer los aprovisionamientos fácilmente consumidos, siendo necesariamente mucho mayor la actividad y mucho más frecuentes las relaciones con las bases fijas, estas dos circunstancias han influido mucho en la disminución de la costumbre del tatuage.

Conviene señalar una causa étnica para explicarnos en nuestro país la falta de costumbre del tatuage, tan difundida en Francia y en el Norte de Italia.

La raza históricamente familiarizada con el tatuage pa­rece serlo la céltica, que en nuestro país, según las investi­gaciones de nuestros antropólogos, no constituye más que una pequeña proporción y penetración. La raza dominante parece serlo la que unos antropólogos denominan kabila, otros bereber y otros ibero-libia.

Sin fijarnos en la raza, y ateniéndonos tan sólo á la cos­tumbre, es evidente que ni en la actualidad, ni en la historia, aparecen indicios de costumbres tatuadoras entre los diferen­tes pueblos de nuestra Península.

Además, el dato que ya hemos citado de las Partidas, como testimonio del tatuage nobiliario en nuestro país, y el que también hemos citado del corazón de cardenillo sin lacerar, usado por los valientes de la cárcel de Sevilla y que era también un tatuage de privile­gio, revelan de igual modo la singular limitación de esta cos­tumbre. Otro dato coincidente lo tenemos en el hecho de la marca de esclavitud, forma de tatuage la más frecuentemente usada, y nos lo indica Cristóbal de Chaves cuando compara el tatuage de los valientes de la cárcel de Sevilla al esclavo herrado, ó á las marcas y señales comerciales en los fardos de mercaduría.

Si el pueblo no podía usar las señales de tatuage, signos de aristocracia, como tampoco los presos de la cárcel de Se­villa podían usar el corazón de cardenillo, que era un alarde de guapeza, en manera alguna, con esas excepciones, querría con otras marcas asemejarse á lo más inmediato á ellos, es decir, á las marcas de esclavitud.

¿Influyó también como preservativo la prohibición religio­sa? Algunos autores, singularmente Buckle, señalan como características de nuestro pueblo la fidelidad monárquica y la superstición. Claro está que hemos dado ejemplos de tatuage esencialmente religioso, practicado en el Santuario de Belén y en la Madona de Loreto, lo que quiere decir que la supers­tición no es un preservativo contra el tatuage, ni tampoco podríamos decir que en los versículos de la Biblia está prohi­bida la stigmata. Tatuarse con los signos de Cristo fué cos­tumbre cristiana autorizada en los mismos textos sagrados.

Resulta, por lo tanto, que de igual modo que en nuestro país no existe normalmente el tatuage profesional ni el mili­tar, desconociéndolo en absoluto todos los oficios, como tales oficios, quedando la costumbre únicamente en algunas pobla­ciones marineras, tampoco existe ningún santuario que siga análogas costumbres tatuadoras á los citados anteriormente.

Con las indicaciones que preceden, no se dudará de que en los distintos pueblos peninsulares es una característica la falta de costumbre de ostentar marcas indelebles en la piel. En un sentido análogo al del tatuage también ofrece el pueblo espa­ñol una característica diferencial con los pueblos francés é italiano. Nos referimos á que en España no existe el culto externo á la condecoración en ninguna de sus dos maneras, es decir, en la ostentación del título (caballero, comendador) y en la ostentación de las insignias. Exceptuando los milita­res, y éstos cuando visten de uniforme, nadie, con rara ex­cepción, lleva insignias (boutoniere) en sus prendas de uso habitual, requiriéndose para hacer esta ostentación una gran ceremonia.

Y no hay que decir que, por lo menos, una parte del pue­blo español no es ostentoso. Lo es muy significativarnente el andaluz. Aunque en las costumbres igualitarias de los tiem­pos actuales ha desaparecido la indumentaria típica del pue­blo bajo, quedan, no obstante, muchos vestigios que lo pue­den confirmar. Bastaría con citar el traje del torero, que por su brillantez es llamado traje de luces. En el traje popular la afición á lo brillante con colores chillones ha merecido que algunos estilistas extranjeros, al hablar de los concursos populares en nuestras diferentes fiestas, calificaran el conjunto de la indumentaria y los adornos de orgía de colores. La pa­sión nacional por lo vistoso no necesita confirmación alguna, pues está al alcance de los más torpes impresionistas. También puede añadirse que el tipo español, significati­vamente el andaluz, es de maneras ostentosas, y por ello se han definido entre nosotros los andares, y á una manera de andar se la llama «lucimiento de la persona», distinguiéndose las personas por su aire en los movimientos, de donde ha venido llamar á una mujer, gallardamente airosa, barbiana (del caló barbal, barban, aire).

En este orden de preferencias, lo que se advierte es un predominio por el adorno, y como el adorno canceló el tatuage, nos podemos explicar el por qué la costumbre de las mar­cas en la piel no tuvo privanza en nuestro pueblo ó fué subs­tituida prontamente. A la vez, la ostentación del pueblo espa­ñol es genuinamente artística y no heráldica, ni jerárquica, lo que casa muy bien con nuestro tipo democrático, que es singular entre los pueblos europeos.

El tatuage delincuente. — Ya hemos indicado la oca­sión en que pudimos reunir los documentos para nuestro pri­mer estudio, y no merece la pena dar otros pormenores re­ferentes al procedimiento empleado para las clasificaciones de este material. Con decir que procuramos puntualizar cuan­tos hechos pudieran ser interesantes para las apreciaciones que hayan de hacerse, nos basta, procediendo desde luego á presentar esa documentación clasificada.

En el cuadro que sigue nos concretamos á ofrecer, con el mayor detalle en la primera casilla, la lista enumerada de to­dos los tatuages registrados, relacionándola en las casillas correspondientes con el delito cometido por los que ostentan las diferentes marcas.

He aquí el cuadro demostrativo, que comprende en 121 ta­tuados 297 tatuages.

Obra completa disponible aquí (PDF, 201 páginas)

Registro en Unizar

Sobre el autor Rafael Salillas

(Texto del artículo tomado de las páginas 146 a 149)