Tan kafkiano como la vida misma

Crees que eres capaz de comerte el mundo, pero entonces llega una decisión de los de arriba o de la gente que está a tu lado y te aparta de todo. Kafka, en su archiconocido libro La metamorfosis, convirtió a Gregorio Samsa en un insecto monstruoso. Si leemos la novela sin pensar demasiado, es entretenida. Si meditamos su mensaje, se convierte en apasionante. Al principio, solo le preocupa su trabajo, después pasa a preocuparle su familia y, por último, es su vida la que está en juego porque no tiene valor ni para los suyos.

Nadie tiene el poder de ir convirtiendo a la gente en insectos, pero sí hay quien se siente con el poder de hacerlo y lo hace a su manera. Echen solo un vistazo a la historia de la humanidad: las grandes potencias con sus colonias, los señores de la esclavitud, el Holocausto de Hitler o, en la actualidad, los indiscriminados bombardeos de la guerra de Putin.

Pero no tenemos solo que fijar la mirada en los grandes conflictos. Este fin de semana se ha celebrado la exaltación de la fuerza de Isabel Díaz Ayuso en el congreso del PP de Madrid. ¿Recuerdan a Pablo Casado? Pasó de ser un dios entre los suyos a, sin hacer nada, ser solo un insecto, fumigado en su propia casa.

A mí me preocupa esto de la metamorfosis porque hoy estás y mañana puede que alguien se encapriche en que no estés. Puede que seas entrenador de fútbol y a tus jugadores no le interese tenerte. No sería la primera vez que se origina un complot para perder partidos hasta que se cesa al técnico. O que seas un cantante con un futuro por delante y representes a España en Eurovisión, en este caso la cosa tampoco suele terminar muy bien. ¿Alguien se acuerda de Lucía Pérez o de Barei?

Además, en un mundo tan mal mediatizado, es muy fácil que alguien, con una llamada telefónica, invente una noticia que desarme toda tu trayectoria; que te aparten de tu puesto de trabajo o que amenacen con cerrarte la boca si eres especialmente crítico. Nos creemos en una sociedad donde hemos ganado derechos, pero si lo meditamos, nos damos cuenta de que dependemos de las decisiones de unas cuantas personas con poder. Nadie parece exento a esta metamorfosis, nadie excepto el rey emérito que, desde que dimitió, ocupa más titulares que su hijo. Quizá es que él tenga más de Kafka y menos de Gregorio Samsa; quizá por eso lo aplaudan.