Suicidio

La pregunta es casi siempre la misma cada noche: ¿estoy muerto? En apariencia no debería estarlo. Me siento como un cuerpo más vagando en este espacio tiempo que llamamos universo. Cosmos reclama orden, pero tal cosa no sucede en mi vida desde hace mucho tiempo, por lo que podría decirse que estoy vivo. Vivir en medio del caos, como a tantos antes de mí. Como a tantos, ello, no es consuelo.  Nada lo es. Nada parce que lo pudiera ser. Ni Prometeo sabía de su estado…en suspensión eterna entre ambos mundos.

Vivir es cuánto han vivido antes de nosotros las miles de generaciones que nos precedieron y que acaban en cada uno de nosotros. Todo su arte, su técnica, sus logros y fracasos, los conquistas y retrocesos, los sueños y sus reveses, aquella gloria efímera y sus estelas, los olvidos no gratuitos, la belleza de lo escrito sobre la arena que el viento borra, todas las historias que se enumeran sin parangón sobre las tumbas víctimas de la lluvia farragosa, del sol macilento y de la desidia de los hombres, todo es, pues, pasto de la sed y del hambre de la miseria que es la vida humana.

“La innata sed perpetua que tenía” que Dante tantas veces sembraba aquí y allá. Es esa sed la que nos persigue y no nosotros a ella.

Si he de morir que no suene como un chantaje. Sólo una nota a pie de página más en el infolio del rincón oscuro del alejado estante donde yací sin que me dieran lectura, ni unos ni otros, y quienes lo intuyeron, tiempo ha que ellos también dejaron ya de leer. A quienes no me entendieron, no les culpo, qué otra cosa sino la incomprensión hacia quien en su orgullo de titán de feria sale de esta vida como entró, a destiempo y con mis taras, que tanto he llevado como lo que son, la carga de una culpa ignota que ni yo mismo he sabido despejar. Intenté amar para siempre, pero sin la ayuda de los yambos de Eurípides, cosa vana es, al no tener a los dioses de mi lado. No hay lírica en el camino de los desposeídos. Si he de morir y pronto ha de ser si nadie lo remedia, dejaos de llantos, que a poco que conozca el ser del ser, no será más que disimulo. No hay que culpar a nadie. Uno debe ser dueño de su destino, dicen los cuentos. Incluso en la más absoluta de las derrotas…pero nadie avisa de su muerte. Pues a nadie debe importar el espejo al que todos a más tardar debemos enfrentar. No muere Alejandro, nace su leyenda, en cambio sí mueren los absurdos como yo. Partieron ya y cruzaron la estigia los dos seres que más ame en mi vida, quien me amó sin reservas, cada uno a su manera, mi madre y mi gran amor, dicha debería sentir al escribir esto, y alguien malicioso me dirá que aún me sobrevivirá mi descendencia, pero él, mi hijo, no me quiere ni me necesita, decisión que respeto. Mi propio padre tampoco me echará mucho de menos, las cosas, incluso las triviales se suceden generación tras otra, como debe ser. La sangre no altera el factor del producto. Somos lo  que elegimos. No lo dado, no lo otorgado por la vida, no hay peor azar que querer por compromiso. Yo decidí querer a quienes amé, si acerté es cosa que no hay juez que pueda solventar con aquiescencia de sabio, no hay sabiduría en la elección, acaso necesidad. Requerí de todos ellos como las estrellas que allá en lo alto impiden al nauta despeñarse por el abismo narrado de la incertidumbre, un camino. Atado escuché el canto de la sirena, y ella, la madre de mi hijo, me devoró, por estar amarrado por nuestro hijo, ironía que se ha convertido en su castigo y en el mío, ella alienada y yo más aún si cabe, solo.

Volad aves agoreras lejos de mi último cuento. Ella ya no es nada más que una pesadilla que enfrento cada noche al sueño de mi amor sicut luna perfecta y oigo de nuevo aquel héma tá paidiká en mi oído dodecafónico a todo lo que no fueran sus palabras, amé a un dios bendecido por mi madre, y ello vale por todo lloque a vosotros la vida pueda daros.

Estoy muerto para el mundo. “Denn wirklich bin ich gestorben der Welt” Perfecta paráfrasis que sólo un ser como Mahler podía servir de ropaje para mi este cantar de despedida. Rückert, dios mediante.

Me miro en el espejo, no el de una pared que de puro artificio habla de lo aparente, me veo en los corazones de los demás, me desprecian por borracho, por inútil, por vago, cuando no hay horas que cuente como mías, en verdad mías, obviando así, cuanto tiempo perdí en ellos precisamente por beber, pero quien no abriga dentro  un juez ni es un ser humano ni súcubo ni nada semejante, pues al mundo se viene a pisotear al otro. Tanta prisa por acabar con la pena ajena es deliciosamente piadosa. Y tan consoladora, cuando es uno mismo el que acaba con ella, que entre todos sabemos que un pésame lo concluye todo.

Sabemos vivir como el animal sabe que no sabe, por ello vagamos de un lado a otro de la vida con una cierta soltura, impostura de artificio que nos obliga a ser en cada momento buenos, malos o lo que se tercie. En realidad nunca pensamos más allá de unas tres consecuencia, de lo contrario, impasibles estaríamos ante el horizonte de nuestras acciones, parálisis de aquel que no es capaz de intuir lo terrible de toda elección. He cometido tantos pecados que me saben todos de golpe al mal que habita en mí. Todos ellos son yo. Un yo como tantos otros que soy. No pido perdón por ellos.

 

 Como tampoco quiero que nadie se disculpe. No, cada uno debe cargar con sus errores, bien lo sabe ella, la profetisa del vacío,… quien más daño y más profundo, me ha hecho y ella bien lo sabe. Como lo saben los hijos malogrados que no llegaron por su santa voluntad y mi falta de valor. Como aquellos amigos que por nuestro bien siempre saben qué es lo mejor para uno mismo, desde las atalayas de barro vitrificádamente hermoso, pero arcilla y estiércol al fin y al cabo…siempre con sus buenas palabras, desliz que yo mismo he cometido tantas veces, con la impresión de no hacer nada malo, inconsciencia de quien se deja llevar por la corriente de la vulgaridad.

Morir por la misma mano no es un sacrificio. Es lógica naturalista, no se debe esperar a la enfermedad ni a la vejez que todo lo trasmuta, pervirtiendo el final de una agonía ineluctable. Recuerdo: “Buenas noches, Madre”, la vi cuando todo esto que escribo no parecía remotamente un asunto a tratar. Ella, se dispara y la otra ella no comprende nada, no porque no pueda, porque no quiere, en su egoísmo de entender la libertad de la muerte elegida. La madre sólo piensa en su dolor utilitario. Y en él se ve para siempre sin comprender que a quien nunca más volverá a ver a su hija muerta en el supremo acto de acabar de ser, de una vez por todas y para siempre.

La hija vive en contra de Horacio y de Montaigne un último día cualquiera, no como si fuera el postrero de sus días. Dando así una lección más valiosa que cualquier otra. No hay mejor día para morir que cualquier otro, eso sí, debes dejar tu casa en orden, perfectamente limpia, como se espera de una. Sócrates lo aprobaría.

«Hay esperanza solo para los que están vivos. Como se suele decir: «¡Más vale perro vivo que león muerto!». ¡Ah! …el Eclesiastés (9) Son los muertos los que nos dan esperanza, con sus vidas otorgadas a lo largo de milenios para que podamos saborear el mundo que conocemos. Nos alimentamos de leones corruptos. Como nuestra carne bíblicamente son de oropel de fatuo que no es otra cosa que nuestra suficiencia de tener sin ser.

La muerte llega de la manera más absurda y de muchas formas, pero cuando es por la propia mano las cuestiones a debatir internamente son, si cabe, de una índole como poco curiosa. ¿Debemos elegir una muerte sin grandes albarcas, limpia e incruenta, nada de ponerlo todo como un Gólgota doméstico? O ¿debemos esparcir lo que fue un día residencia de nuestros más nobles pensamientos esparcidos por do quiera el disparo extender o el puñal barbilampiño nos auxilie? ¿Debemos elegir la asepsia nada real de las pastillas farmacopea al uso, que en contra de la vulgar creencia, nos deja hechos unos cuadros dignos de Bacon? ¿Debe importar entonces la estética que no dañe la visión de nuestros allegados, no sea que al final nos acusen de un mal gusto que nos persiga en su memoria, hasta que nadie sea capaz de recordar cómo fue en verdad nuestra despedida mortal de carne y hueso, más o menos desquiciante para los exquisitos paladares de quienes nunca nos vieron mínimamente apetecibles al estilo de un Dr. Hannibal de pacotilla?

Debo lealtad a mis genes, debo sobrevivir…. ¿Y esto quien lo dice? Es una ley que se basa en las bondades de la vida, la comida, el sexo, el vino y el calor de una hoguera ancestral escuchando relatos del antiguo ser supremo que esa noche toca rememorar…una vida prometedora, que mañana cazaremos, que pagaremos la hipoteca y que nuestros retoños trabajarán en la administración. Vale.

El mañana que nos llegue nos salvará, si llega. Son milenios esperándolo, pero a algunos les llegó, y que parcos son en compartirlo. En otros lugares la muerte es un mosquito. Un mosquito. ¿No es cómo para pegarse un tiro sin previo aviso?

«Venid, pecadores atormentados,

Apresuraos, hijos de Adán,

Vuestro Salvador os llama a gritos.

Venid, ovejas extraviadas,

Levantaos del sueño del pecado,

¡Pues ha llegado el tiempo de la gracia!»

Cantata BWV 30 JS BACH

Freud dich, erlöste Schar….

Si en esta vida no tienes un momento cultureta, sea Star Trek, la lectura de Orígenes, o similar, no eres nadie.

Todo suicidio es una victoria pírrica. Y no sirve de consuelo la culpa que puedan sentir los que dejamos atrás. No les veremos llorar ni lamentarse ni rasgarse la vestidura ni el lamento acompañado de desgajes de vestimentas a lo loco. El rechinar de dientes… Sagradas Escrituras 1569:

«Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando viereis a Abraham, y a Isaac, y a Jacob, y a todos los profetas en el Reino de Dios, y vosotros ser echados fuera».

Ellos serán los que con un mondadientes dirán ¿Y qué?

Nosotros, pobres suicidas, estaremos fuera. Y con una vaga sensación de haber hecho lo impropio… nos adelantamos al Juicio. Por impacientes.

Morir es acabar con la entropía. O dejarla hacer. Que viene a ser lo mismo.

Morir es el último acto. Nada después vendrá. No seremos testigos de nada. Caldo de gusanos de bacterias de bichos que serán alimento de la natura que un día alimentará a un nuevo Einstein. O el último de los seres de Telecinco en su parrilla prime time, que no la de S. Lorenzo.

Si mañana decido acabar con todo, no será un gesto ni heroíco ni cosa parecida, pues nada hay de bello en la muerte propia, acaso un funeral de postín que en mi caso no ha de ser. Ni una nota en un periódico local…

Si mañana estoy lo suficientemente dispuesto, tal vez lo haga.

Se necesita desesperación, vacío, inerme vitalidad y una cierta dosis de savoir faire para hacerlo con estilo. Si mañana no amanezco, la muerte siempre llega al amanecer, será que lo he conseguido, útiles no me faltan, y entonces seré la nada que fui en vida.

Si me ha de llegar la muerte, no se busquen culpables, pero sí cómplices, que no son lo mismo. Todas aquellas y aquellos que nunca me concedieron el estatus de pertenencia por no someterme a su reglas de normatividad estándar… los muy cretinos, o eres maricón o no eres un buen heterosexual… lo de siempre. Esos cínifes de la paz social, ellos y sobre todo ellas, diciendo que soy y qué no soy, me amargasteis la vida, si, vosotras, y algunos de ellos, pero los menos, sólo sea porque a ellos a duras penas les interesaba calificarme.

Nunca tuve armario. Nunca fui adalid. Nunca fui.

La vida es un último gesto, a cada neuma. Un acto supremo, concluir con ella. Acabar con todo. Nunca me fue concedido pertenecer a ningún grupo, estadio, o simplemente círculo…nunca fui bienvenido a la masa de más tres personas…

 No me quejo: he conocido el AMOR. Y su PÉRDIDA. Muera pues mi derrota, mi victoria es un diente de león al albur del viento solar… en medio del inasible Cosmos.

La muerte es cuando no somos necesarios, por mucho que los demás nos vean como tal.

Saludos desde el otro lado.

 En algún lugar de aquí.