Quiero independizarme de la corrupción y el fraude.
De la impunidad de los criminales políticos y económicos.
De la precariedad, el maldito desempleo y la falta de oportunidades.
De la justicia politizada e inoperante.
Del sensacionalismo y la manipulación mediática.
De la devaluación de la sanidad o la educación públicas.
Del franquismo sociológico y estructural.
De las sanguijuelas nunca depuradas en las FCSE.
De la venta de armas a los sátrapas.
Del régimen disfrazado de democracia.
De las cloacas del estado.
Del vasallaje en este reino de cleptómanos cuyo Rey va desnudo.
De la economía inhumana.
De los desahucios en un país lleno de casas y pueblos vacíos.
De la especulación con la vivienda.
De los empresarios explotadores.
De esa repugnante cuota de autónomos que es un robo impagable para quienes quieren mantenerse en pie por no encontrar trabajo digno.
Del ninguneo a la ciencia.
De la factura de la luz en uno de los países con más horas de sol del mundo.
Del la contaminación.
De la violencia contra las mujeres.
Del uso de los niños como arma en los procesos de separación.
De la caridad como sustitución de la justicia.
Del rechazo al de fuera por el mero hecho de serlo.
De los antivacunas o los negacionistas del cambio climático.
Del abandono a los que tuvieron que marcharse, del olvido al resto de esas generaciones que nos quedamos.
De los toros y las putas casas de apuestas.
Del rechazo a la inigualable diversidad que nos hizo lo que somos.
Del rechazo a la libertad de quien te acompaña a eligir su propia ruta.
Pero sobre todo quiero independizarme de las mentiras que me dicen que todo esto puede conseguirse, pero hoy no... mañana. Y si, en todo caso, agacho la cabeza y paso por el aro otro día más.
Yo quiero construir un país. Un país que no obligue a nadie a quedarse, si no a unirse a cuantos quieran, para ser más, para ser mejores.
Hay quién podrá decir que mi soñado país es sólo una fantasía, una arcadia imposible: yo podría deciros que todos vuestros países no son más que fantasías compartidas mediante mentiras y la fuerza, quimeras que se disuelven como azucarillos en el café caliente de la historia. Nuestras vidas son breves y ningún imperio es eterno.
Por tanto, para que mi país perdure, ha de carecer de nombre, bandera, territorio y estructura.
He decidido fundar mi país sobre las personas. Sobrevivirá eternamente en la entropía causada por nuestras relaciones: por el mero hecho de compartir la existencia, de querer estar y construir juntos. Porque no hay mayores dominos, ni riqueza más invaluable, que sentarte a ver un atardecer con quienes son la patria. Sean de Albacete, Barcelona, Mánchester, Nairobi o Tokio.
El único país imperecedero. La última region inconquistable. La única revolución que temen.
Estáis invitados.