Últimamente he estado dando muchas vueltas al problema del cambio climático. Sin querer ser catastrofista, es probable que en un futuro relativicemos y la mayor parte de lo que nos preocupa hoy no tenga importancia comparado con las consecuencias del calentamiento global.
Podemos, y debemos –creo yo-, hacer muchas cosas para contribuir a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero (más energías renovables, más y mejor reciclaje, reducir transporte y consumo…), pero corremos el riesgo de que no sea suficiente y se llegue a una situación irreversible.
Sin embargo, creo que hay algo que realmente marcaría la diferencia. Se trata de aplicar de forma efectiva un impuesto basado en la huella de carbono. Sólo introduciéndose en la economía se puede cambiar de forma efectiva la tendencia actual. Se ha avanzado en ello, pero de forma insuficiente. Existe el impuesto sobre el carbono para las emisiones, pero no es suficiente.
Habría que establecer un criterio sobre cómo calcular la huella de carbono para las empresas, o acordar un determinado estándar, y aplicar un parámetro (unidad monetaria/CO2eq) que se pueda variar cuando se considere oportuno. Podría ser apropiado realizar ajustes en función del tamaño de la empresa.
De esta forma, al aplicar este impuesto, las empresas que contaminen menos serán más competitivas, y contaminar menos será en principio una ventaja para cualquier empresa. Es la manera de que los precios se regulen teniendo en cuenta el coste medioambiental de todo el ciclo (materias primas, producción, transporte, gestión de residuos…), y se pueda alcanzar un modelo sostenible, sin que toda la responsabilidad recaiga en el consumidor. Si las empresas que emiten más dióxido de carbono (CO2), u otros gases contaminantes, tienen que pagar más, los precios regulan el mercado premiando a los que contaminan menos, y a las empresas les interesará producir contaminando menos. También de esta forma se favorece el comercio local. Por ejemplo, necesariamente costará más la fruta que viene del otro lado del planeta (penalizando las grandes distancias). Al incluir los residuos en la huella de carbono, la tendencia es que resulte más económico un producto cuyo envase se recicla, en comparación con un envase que se debe desechar.
El impuesto basado en la huella de carbono podría regularse (unidad monetaria/CO2eq). En un momento determinado, los ciudadanos o las empresas pueden pedir aumentar o disminuir el impuesto, en función del impacto al medio ambiente o del impacto a las empresas.
Somos la generación (o las generaciones) que podemos arrepentirnos de haber arruinado el planeta o que podemos estar orgullosos de haberlo salvado. Seguramente estamos a tiempo.
En mi opinión esta es la solución al problema del cambio climático: exigir que se aplique de forma efectiva un impuesto basado en la huella de carbono. El sistema actual no ha integrado aún el impacto al medio ambiente en la economía, y eso hace que los esfuerzos por revertir el calentamiento global sean insuficientes. El concepto es sencillo y la aplicación más complicada, pero es posible y está en nuestras manos.