El filósofo Elijah Millgram, en un artículo incluido en su libro The Great Endarkment (haciendo un juego de palabras con Enlightment = Ilustración) plantea algunos problemas en relación a la famosa máxima que reza que hay que pensar por uno mismo. La tesis viene a ser la siguiente: uno de los efectos secundarios producidos por el paradigma ilustrado ha sido que la cantidad de información ha aumentado tanto y se ha distribuido a lo largo de tantas disciplinas diferentes que sus propios objetivos (los de la Ilustración) pueden verse arruinados. Hoy en día no pueden existir “hombres del renacimiento”; más bien estamos en la época de la “hiperespecialización”.
Para que un argumento sea válido no solamente ha de estar formalmente bien construido, sino que las premisas de las que parte tienen que ser verdaderas. Pero para obtener premisas verdaderas es inevitable acudir a otras disciplinas ajenas a nuestro campo, confiando en el juicio de expertos cuyas disciplinas tardaríamos años en dominar (y en poder juzgar correctamente). Generalmente, esos resultados llegan simplificados, sin los matices propios de los procedimientos y estándares originales, con lo que estamos ciegos ante sus posibles puntos débiles.
Esto afecta a cuestiones de la plaza pública. Sabemos bien poco acerca de lo que hay más allá del interfaz de usuario de los aparatos que utilizamos (y los problemas de seguridad que se derivan). O de lo que hace con nuestro dinero esa ONG que nos lo pide tan amablemente. O de la ciencia detrás del cambio climático que nos hace inclinarnos, después como votantes, por unas políticas u otras. Tomemos por ejemplo el dilema entre subir el salario mínimo o dejarlo como está: haría falta remitirnos al conocimiento de estudiosos de la economía. Pero de éstos, divididos en escuelas irreconciliables en el fondo, raramente obtenemos conclusiones convergentes. De manera que la actitud habitual suele ser más bien: los expertos que me dan la razón son los "verdaderos expertos", mientras que los otros son o bien ignorantes o bien malintencionados.
A lo dicho hasta ahora podría argüirse: bueno, nada nuevo. División del trabajo implica también división de la evaluación de los resultados de dicho trabajo. No podemos rastrear indefinidamente todos los presupuestos en los que se basan nuestras decisiones, igual que no podemos conocer las propiedades últimas de todos los componentes de una cadena de montaje, por lo que tenemos que confiar en que cada parte haga su trabajo. Eso implicaría matizar lo que entendemos por falacia de apelación a la autoridad, ya que apelar a revistas de prestigio o a teóricos consensos sería una argumentación válida. Cuando, pongamos por caso, un psicólogo heterodoxo nos argumente en contra de una terapia ampliamente reconocida tenemos que decirle “eso discútelo con la comunidad científica y llegad a una conclusión”.
Seguramente sea exagerado decir –como dice Millgram- que estamos en una etapa de transición hacia una nueva era de la superstición. Aunque también es verdad que los errores derivados de no saber evaluar (por no contar con las herramientas) las cuestiones que escapan a nuestro campo sólo se ven a posteriori. Pensar por uno mismo continua siendo necesario, más aún cuando el programa del positivismo lógico fracasó (y no hay ningún criterio definitivo para "calcular" la respuesta correcta). Pero cuando uno intenta ejercer esa autonomía se encuentra con que un pensamiento remite a otro, y a otro, y a otro... Una postura se contrapone a otras y todo es, en definitiva, más complicado de lo que parece.