la salida de tono de Ángela Rodríguez, alias "Pam"

El otro día, miércoles por la noche, la Secretaria de Estado de Igualdad y Violencia de Género, Ángela Rodríguez, alias “Pam”, no tuvo su mejor momento. Participaba en un podcast titulado “Feminismo para todo el mundo”, que tiene, visto el título, pretensión ecuménica, cuando, en un momento dado, no encontró mejor ocurrencia que bromear sobre el número de beneficiados por la rebaja de penas que ha propiciado la aplicación de la ley del “sólo sí es sí”. El tono de la intervención, entre jocoso e irónico, fue más propio de una cháchara informal entre colegas, donde vale cualquier barbaridad regada con espumosos, que de una charla metida en razón. Para completar el cuadro, a reírle la gracia, dos asesoras del ministerio, que redondearon la faena con exclamaciones del mismo tenor.

El corte de la charla, aventado como siempre por rivales e indignados, corrió en las redes sociales y en los medios de comunicación como la pólvora. Ante el revuelo, la susodicha, aprovechó una entrevista en la TVG para pedirle a la audiencia que tuviese en cuenta el ámbito en el que había tenido lugar su intervención, diferenciando entre un foro serio y un podcast en el cual se abren espacios para el sarcasmo libres de los rigores de la etiqueta. O sea, que la polémica, en realidad, es fruto de que la gente carece de talento para hacer distingos. Mucho morro. Ella sabe, aunque lo oculte con sofismas poco trabajados, que una Secretaria de Estado –su caso- se viste de tal desde por la mañana, y lo hace de Prada a costa del común, lo cual implica que, a fin de justificar el gasto –nos sale la cosa a cojón de pato-, no puede soltar el lastre de la responsabilidad ni perder la compostura hasta que la rinda el sueño en su cama. A las malas, ni siquiera eso. Una dignidad tan campanuda, le recordaba Elena Valenciano, lo es veinticuatro horas al día o, dicho de modo más oficioso, tiene “dedicación exclusiva”. En virtud de esa circunstancia, la ley que regula el ejercicio de los altos cargos de la Administración General del Estado pone coto a cualquier actividad que pueda entrar en conflicto o menoscabar las obligaciones a la que están sujetos. En el caso de Ángela Rodríguez, no sé yo si ceder en público a desahogos irónicos que irritan o escandalizan a unas víctimas cuya tutela tiene encomendada cumple esa exigencia. Me da que no.

Sin embargo, hay que reconocer en honor a la verdad que, cuatro días después de montarse el follón, nuestra Excelentísima hizo un esfuerzo -obligada a regañadientes, sospecho, por la reprobación de cuatro ministras- para salir al ruedo mediático a simular una especie de disculpa pública. La cosa se quedó en media disculpa porque la soberbia, que se ha convertido en una de las señas de identidad del stablishgirl ministerial, obliga a vericuetos dialécticos que pasan de forma invariable por mentar la bicha -fascismo o extrema derecha- a fin descargar sobre sus lomos, a palos, los pecados y yerros propios. Sin embargo, por mucho énfasis que ponga en ese empeño, en lo que se menta aquí del podcast poco tiene que ver ni la extrema derecha, ni la derecha derechona, ni la derechita cobarde, ni la madre que parió a todas las derechas. En este caso, si tiramos de moviola para volver a la raíz de la polémica lo único que encontramos es una Secretaria de Estado que, dejándose llevar por un espíritu dicharachero, mide mal los terrenos de lo conveniente y mete la pata hasta el corvejón. Tutto qua, que diría un italiano.

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