Religión y ciencia tras el apocalipsis

El video que comparto plantea la siguiente hipótesis: si destruyéramos todos los libros que hablan de ciencia y todos los libros que hablan de religión, mil años después volveríamos a tener los mismos conocimientos científicos, pero las religiones o bien no existirían o serían completamente irreconocibles. La ciencia pueda ser sometida a test obteniendo siempre los mismos resultados, la religión no. ¿Es esto cierto?

Según mi parecer, la primera parte de la afirmación es correcta, en términos generales. Si nuestra civilización sufriese un colapso y nuestros sucesores volviesen a hacer ciencia, obtendrían las mismas leyes. El método científico, nuevamente aplicado sobre las mismas realidades físicas, ha de dar los mismos resultados. De hecho, esa es la base de la ciencia: sus afirmaciones han de ser empíricamente replicables y falsables (Popper dixit).

Sin embargo, la segunda parte de la afirmación es más cuestionable. Si nos fijamos bien, las distintas religiones sí tienen un patrón que se repite, que es su funcionalidad social, es decir, a qué tipo de preguntas dan respuesta y cómo lo hacen. Si nuestra civilización sufriese un colapso tal que tuviese que resetearse, estoy seguro de que desarrollaría algún tipo de religión. La experiencia histórica así nos lo muestra: no ha existido jamás una civilización que no presente una. Pero, ¿sería totalmente irreconocible? La respuesta depende, como en tantas ocasiones, de donde situemos el listón de lo similar. Como he afirmado, si ampliamos el zoom lo suficiente, vemos que las religiones existentes son muy variadas respecto a los relatos fantasiosos que presentan como históricos, pero todas presentan un mismo patrón respecto a su construcción. Una nueva religión respetaría ese modelo, porque al igual que nuestra ciencia no da respuesta a todos los interrogantes que nos planteamos, la nueva ciencia adolecería de la misma incapacidad de satisfacer la necesidad antropológica del hombre de obtener certeza, por lo que esa demanda sería cubierta por las nuevas religiones, fueran cuales fueran sus formas concretas.

Me parece, en definitiva, un tema interesante de reflexión y debate, que muestra, a mi parecer, una concepción superficial de qué es la religión por parte de algunos ateos. Yo también lo soy, pero mi visión del mundo —es decir, de la historia— implica que un mundo sin ningún tipo de religión es disfuncional. Siempre necesitaremos contarnos a nosotros mismos algún tipo de mentiras que nos consuelen y para hacerlas creíbles solo se puede utilizar la fe. Los ateos, en cualquier circunstancia, simplemente somos aquellos que somos conscientes de que el emperador va desnudo, pero jamás conseguiremos vivir sin emperador.

Copio un fragmento de La verdad se equivoca, libro que publiqué gratuitamente aquí y en el que desarrollo este argumento en lo que se refiere al discurso histórico.

Ya hemos visto que poseer un cerebro tan desarrollado también tiene sus desventajas, como su enorme consumo energético o lo complejo de su desarrollo, lo que nos lleva a ser los mamíferos que más energía consumen con relación a su peso y a la necesidad de parir crías bastante inmaduras para que la plasticidad de sus cerebros ejerza su función estando en contacto con el mundo exterior antes de poder siquiera gatear, amén de las enormes complicaciones del parto que tienen las hembras humanas en comparación con el resto de primates. Pero las desventajas no solo las encontramos respecto al hardware de ese enorme procesador con el que nacemos, sino que también derivan del tipo de software con el que va a funcionar.
En el mundo animal, una mayor inteligencia implica una mayor consciencia. La consciencia del ser humano es, por tanto, de un tipo totalmente diferente al del resto de animales. De hecho, tenemos toda una panoplia de problemas intelectuales, que derivan en emocionales, sociales y de todo tipo, que ningún otro mamífero experimenta.
Por lo que sabemos, ninguna vaca lechera medita sobre la fugacidad de la vida ni tiene la certeza de que va a morir junto con todos sus semejantes. Nuestro perro no siente la necesidad de saber si existe un más allá tras la muerte ni se plantea cuál debe ser el dios verdadero o si realmente existe alguno. Un oso panda no se cuestiona cuál es el sentido de la existencia, más allá de mascar bambú, ni el gorila de lomo plateado se cuestiona si su liderazgo es ético o cuál es la misión de su especie en el gran orden de las cosas. En definitiva, la inteligencia del ser humano lo dota de un nivel de consciencia que, como contrapartida, le equipa con una serie de angustias existenciales que los demás animales no experimentan. Esos miedos e inquietudes generan la necesidad de calmarlos, pues no puede quedar paralizado ante la certeza del horror. La herramienta que Sapiens encuentra para satisfacer esa necesidad, que puede ser tan acuciante como el sueño o la sed, proviene de su capacidad de pensamiento simbólico. Creará una serie de productos intelectuales que, en el marco de la realidad intersubjetiva, servirán para responder a las terribles cuestiones que surgen una vez toma consciencia de sí mismo. Buena parte de esas ideas serán ficciones sociales, tal como lo es la propia historia.
Pensemos en el peor terror de todos. La certeza de la muerte. Todos nosotros vamos a morir. Nuestros seres queridos, nuestros amigos y todos aquellos por los que tenemos algún tipo de afecto, también. Se trata de una certeza, de una inevitabilidad ante la cual somos, además, totalmente impotentes. De ello, se deriva una verdad terrible que no es otra que la consciencia de que todas nuestras obras son realmente inútiles, pues no solo las personas, sino cualquier creación humana, es destruida y olvidada en el tiempo como si jamás hubiese existido. A pesar de haber visto cosas imposibles de creer, todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, parafraseando a cierta obra maestra del cine.
Todos los animales, ante un peligro cierto, tienen una reacción defensiva que se articula de distintas formas. Pensemos en cómo actuaría un animal ante la certeza de la muerte. ¿Quedaría paralizado por el miedo? ¿Buscaría refugio? ¿Adoptaría una actitud defensiva? Sapiens no puede permitirse esos lujos. Sabe que va a morir y lo sabe cada mañana al abrir los ojos. Es algo tan terrible que lo lógico sería que no pensase en otra cosa pues ¿qué puede ser más relevante? Sin embargo, se incorpora e inicia sus labores cotidianas como si ignorara esta información.
He ahí el punto interesante. El ser humano, ese prodigio biológico de proceso de datos, actúa como si ignorase los más relevantes de todos. Ello es posible porque ha desarrollado una serie de herramientas intelectuales para paliar los efectos dañinos de la toma de consciencia de la realidad. Debe ignorar los aspectos más importantes de la realidad para poder vivir. Debe ignorar que su lucha por sobrevivir es inútil para poder sobrevivir. Debe ignorar que todo lo que crea va a ser destruido si quiere tener motivación para crearlo. Debe inducirse a sí mismo en una ignorancia necesaria para poder actuar en el medio mediante su inteligencia. Debe ser optimista a pesar de que sabe que no tiene ninguna posibilidad. En definitiva, el ser humano parte de una contradicción mental básica: para poder vivir, necesita mentirse a sí mismo.