Quiero pensar que la gente no está bien informada.
Quiero pensar que la gente no conoce la historia política de la comunidad de Madrid, los casos de corrupción, la gestión de la educación y la sanidad, las políticas de privatización, todas las acciones pasadas que han favorecido a la minoría con más recursos…
Tras las elecciones generales de 2015, cuando ganaron los que llevaban años robando a manos llenas (como ya se sabía bien), quise pensar que había habido un pucherazo. No encontraba otra explicación. Me resistía a pensar que era consecuencia de la “idiotización”, ignorancia o cobardía. Quizá les gustaba que les robaran.
Quiero pensar que en España aún hay una tradición de dos bandos, que dificulta que muchas personas cambien su voto, prácticamente incondicional.
Tras los resultados del Brexit y de las elecciones de EEUU que ganó Trump, me consoló (en cierto modo) descubrir cómo se había manipulado a una gran cantidad de “persuadibles” que dio la vuelta a los resultados. Me consoló porque quería decir que no habían ganado por un discurso xenófobo y excluyente.
Quiero pensar incluso que la gente está desinformada, que los medios de comunicación están controlados por una minoría poderosa que es capaz de influir en el pensamiento y de hacer que ciertas ideas falsas o medias verdades calen en la sociedad.
Si es así, admitimos que la gente es manipulable (o somos manipulables), pero aún hay esperanza, combatiendo los instrumentos de control de datos e información, y estrategias de manipulación del pensamiento.
Quiero pensar que la gente vota de forma visceral, por cómo le cae el candidato o la candidata más que por sus acciones, el fondo de su discurso o por los programas electorales.
Porque si la gente está bien informada, vota por los programas y por los hechos pasados, entonces sí es para preocuparse.