Ya está bien de aplausos y sólo aplausos. Ya está bien de que unos asuman riesgos para mantener en pie nuestra sociedad y otros se llenen la boca hablando de prudencia, responsabilidad y buen rollo, pero sin salir de casa.
Propongo un impuesto al miedo. Un impuesto solidario: que los que se quedan en casa entreguen una parte de su salario a los que dan la cara y asumen el riesgo. Hay que pagar más al personal sanitario, a los policías y a los cajeros de supermercado, y eso tiene que salir de los bolsillos de los administrativos sin papeles, de los jardineros sin jardines y de los jefes de negociado sin negociado.
Que los resguardados paguen a los que dan la cara. Que si llega la hora de reabrir los colegios y se hace de manera mixta, que los profesores que se quedan en casa para dar clases por videoconferencia entreguen una parte de su salario a sus compañeros que se arriesgan al contagio, presencialmente, y lidian con los críos.
Que los pensionistas paguen a los activos. Que los conserjes sin conserjería paguen a los barrenderos que desinfectan nuestras calles. Que se acabe ya, de una vez, esa hipocresía de aplaudir desde casa, de pedir prudencia y de vestir de seda el miedo.
El miedo es libre, pero no puede ser gratis.