«Creo que la conciencia humana es un paso en falso de la evolución… Tal vez lo más honroso para nuestra especie sea rechazar nuestra programación, dejar de reproducirnos, caminar de la mano a la extinción…» Rust Cohle, True Detective
Que reflexiones como la anterior salgan de la boca de uno de los héroes de una serie de TV sugiere que el antinatalismo ha salido recientemente del armario, pero la intuición de que la vida es sufrimiento tiene una larga historia. El pesimismo existencial se muestra de forma explícita en culturas antiguas como la griega (Sófocles: «No haber nacido es lo mejor de todo; lo segundo, volver cuanto antes al lugar de donde se ha venido»), es el núcleo del credo budista y fluye como una corriente más o menos subterránea por el cristianismo y otras religiones (gnosticismo), como ya se ha mencionado en un artículo previo. No obstante, las religiones y culturas antiguas, por motivos obvios, rara vez han seguido el razonamiento hasta el final: si el sufrimiento físico o psíquico, a veces insoportable, es uno de los elementos consustanciales de la vida, ¿es buena idea traer individuos a este mundo, es decir, tener hijos?
Para evitar posibles confusiones hay que aclarar que esta postura, el antinatalismo filosófico, poco tiene que ver con lo que podríamos denominar antinatalismo práctico de motivación ecologista, ni con la (llamémosle así) niñofobia de algunas sociedades modernas en las que los hijos son vistos como un estorbo / gasto extra en lugar de mano de obra gratis / futura manutención / auxiliar geriátrico como se los ve en las culturas tradicionales. El antinatalismo filosófico no critica la procreación en base a las consecuencias negativas de la superpoblación y el agotamiento de recursos naturales ni es una excusa para una vida cómoda y sin ataduras. Es un argumento que podría aplicarse de igual manera a quien crea que hay espacio para todos en el mundo y que la obligación moral de todo x (sustitúyase x por la especie, nacionalidad o grupo religioso deseado, por ejemplo “klingon”, “valirio” o “adorador de Yog-Sothoth”) es dejar la mayor descendencia posible para propagar su cultura y/o genes por el universo.
Así pues, más allá de las insinuaciones en las culturas y religiones antiguas y de toda motivación práctica, probablemente la primera corriente filosófica que trató la cuestión de si merece la pena vivir y procrear (y respondió de forma negativa), fue la de Schopenhauer y algunos de sus seguidores, si bien más como una consecuencia secundaria de sus sistemas filosóficos pesimistas que por un interés primario en desarrollar dicha cuestión. Por ello, los trato solamente como precursores del antinatalismo y (para quien no desee entrar en más detalle) incluyo en la conclusión del artículo un resumen de lo más pertinente para los argumentos antinatalistas.
Antes de comenzar con Schopenhauer, no puedo evitar mencionar de pasada el caso excepcional de Al-Ma’arri (973-1057), considerado uno de los mejores poetas clásicos árabes, quien, a pesar de su abierto ateísmo e irreligiosidad (dijo que había dos clases de personas: «las que tienen inteligencia pero no religión, y las que tienen religión pero no inteligencia»), tuvo un gran prestigio entre sus contemporáneos musulmanes. Ciego desde su infancia, vivió una vida ascética, por compasión a los animales siguió una dieta vegetariana estricta (lo que hoy llamaríamos vegana), y nunca se casó. Su idea de la existencia era muy pesimista, y por ello sostuvo que no se deberían engendrar hijos, para ahorrarles los sufrimientos de la vida. Sirva este caso como ejemplo de otros literatos que expresaron en algún momento este tipo de sentimientos, como Leopardi, Flaubert y Mark Twain.
Arthur Schopenhauer (1788-1860)
Este filósofo alemán es uno de los pioneros y máximos exponentes del pesimismo filosófico, lo que quizá haya jugado en su contra en cuanto a la popularidad de su obra, como demuestra la comparación con su rival Hegel y su (por un tiempo) admirador Nietzsche. Su obra cumbre es El mundo como voluntad y representación, en la que sostiene que el universo y todos los seres animados o inanimados que existen en él están movidos por una fuerza única, ciega e impersonal que se manifiesta en los animales y en los seres humanos como lo que denomina la «Voluntad de Vivir», o simplemente voluntad o deseo, que los impele a sobrevivir y reproducirse, e incluso el intelecto no es más que otra argucia de la voluntad para perseguir sus objetivos. La sustitución de Dios por una fuerza impersonal y la importancia que adquieren la reproducción y por tanto el sexo en su filosofía, ha llevado a algunos a considerarlo un precursor de Darwin y de Freud. A pesar del aire algo fantasioso que tiene su obra vista a través de un prisma actual, influyó notablemente sobre intelectuales tan diversos como Tolstói, Wagner, Einstein y Borges, y por supuesto a los que veremos a continuación.
Según Schopenhauer, los deseos no satisfechos producen sufrimiento, y el placer es simplemente la sensación de alivio que ocurre cuando desaparece dicho sufrimiento, pero la mayoría de los deseos nunca se hacen realidad, y cuando es así inmediatamente son reemplazados por otros nuevos. Esta visión de la vida, cercana a filosofías indias como el budismo según él mismo reconocía, lo llevó a reflexionar que «Si los niños vinieran al mundo solo por un acto de razón pura, ¿seguiría existiendo la humanidad? Más bien, ¿no tendría una persona suficiente compasión por la próxima generación como para ahorrarle la carga de la existencia, o en cualquier caso no implicarse en imponerle esa carga a sangre fría?».
A pesar de sus recomendaciones a favor del ascetismo y la resignación, así como de su personalidad huraña, no exenta de cierto humor negro, en su vida personal no se privó de placeres de todo tipo, por lo que se le ha achacado cierta hipocresía, de la que él mismo se defendía respondiendo que no tenía la obligación de ser ejemplo de nada, igual que un escultor no tiene la obligación de asemejarse en belleza a sus obras.
Philipp Mainländer (1841-1876)
Philipp Batz, un joven poeta alemán fascinado por la filosofía de Schopenhauer, escribió con el pseudónimo Mainländer una obra (Die Philosophie der Erlösung, más o menos “La filosofía de la redención”) que continuaba por los mismos derroteros, llegando a conclusiones que hoy nos sonarían más cercanas a ciencia ficción que a otra cosa. Tras completar su obra en unos pocos meses a un ritmo obsesivo, se suicidó el día de la publicación de la misma, supuestamente fruto de un colapso mental manifestado en un episodio de megalomanía, aunque siempre es posible que simplemente quisiera llevar a la práctica sus ideas.
En su obra, Mainländer vaticina que el progreso traerá cada vez más felicidad a la humanidad, pero que, paradójicamente, cuando el bienestar llegue a cotas suficientemente altas, el ser humano llegará a la conclusión de que la vida no puede ser nunca lo bastante buena como para preferirla a la no existencia y escogerá no reproducirse. Aún más: postuló que la «Voluntad-de-Vivir» que describió Schopenhauer es en última instancia una «Voluntad-de-Morir», presente en toda la materia del universo como una especie de fuerza que busca su propia destrucción para huir del horror de la existencia, de lo cual la extinción del ser humano no sería más que un caso particular. Rizando el rizo, afirmó que el universo no es más que el método que Dios utilizó para suicidarse, fragmentando su unidad previa y creando una multiplicidad de seres que llevan la impronta de la voluntad de morir para completar el plan de su creador.
Eduard von Hartmann (1842-1906)
La filosofía de Mainländer ofrece muchas similitudes con la de su coetáneo Karl Robert Eduard von Hartmann: también filósofo alemán fuertemente influido por Schopenhauer, su voluminosa obra se considera el hilo conductor entre este y las teorías de Freud. Respecto a su vida, es reseñable que vivió postrado en una cama durante años (lo que no le impidió seguir escribiendo), sufriendo fuertes dolores hasta su muerte.
En su primer libro, Philosophie des Unbewussten (Filosofía del inconsciente), que tuvo bastante repercusión en su época, se dedica a desmontar las que según él son las principales ilusiones que nos hacemos: la posibilidad de felicidad en la vida, la vida después de la muerte y la mejora de la situación humana debida al progreso. Tras argumentar la falsedad de estas ideas, Hartmann se pregunta si tras rechazarlas deberíamos suicidarnos, y responde que no es así, ya que esto no resolvería el problema ni siquiera aunque toda la humanidad decidiera poner fin a su existencia y acabar con toda la vida del planeta, pues si la vida surgió una vez, puede volver a aparecer. Para él, el inconsciente colectivo humano forma parte de un vasto Inconsciente Universal (otra versión de la Voluntad de Schopenhauer, a la que incorporó elementos del sistema de Hegel) que mediante procesos evolutivos se va haciendo cada vez más consciente hasta llegar a la única conclusión posible: que para dejar de sufrir debe poner fin a su propia existencia. Así pues, el ser humano, como punta de lanza del Inconsciente Universal, debe seguir avanzando en su conocimiento, aunque sea sin esperanza de llegar a la felicidad, con el único objetivo de llegar a un punto en el que sea capaz de aniquilar al Inconsciente de forma que nunca más pueda resurgir.
Conclusión: aportaciones al antinatalismo de Schopenhauer y sus sucesores
No se puede decir que Schopenhauer desarrollara una filosofía antinatalista de forma explícita más allá de las reflexiones que se deducen de su sistema, es decir, del absurdo que supone “alimentar” a la Voluntad con nuevos individuos para que perpetúe su cruento y fútil ciclo. Por muy lejana que esté la sensibilidad actual de este sistema filosófico, no podemos ignorar que, como metáfora, está mucho más cerca de la actual descripción científica del universo (por ejemplo, la evolución como mecanismo ciego e indiferente al bien del individuo tal como lo describe Dawkins en El gen egoísta) que a la idea prevalente en la época de que un Dios o una Razón Universal son los arquitectos del universo. De ahí que, a pesar de ser anterior a Darwin, las consecuencias nihilistas que podrían derivarse son las mismas, y por tanto, desde mi punto de vista, esto es lo que Schopenhauer aporta al antinatalismo más allá de reflexiones puntuales sobre la cuestión de tener hijos (de hecho la cita suya que incluyo sobre este tema es prácticamente la única que he encontrado, y ni siquiera pertenece a su obra principal).
Los dos sucesores de Schopenhauer que hemos tratado retroceden un poco ante esta visión impersonal y fútil del universo introduciendo cierto sentido y meta en la Historia, motivo por el cual fueron duramente criticados por Nietzsche. De hecho, se podría discutir si estos sistemas son en realidad siquiera pesimistas, ya que tanto en uno como en otro, al final todo termina “bien”, al menos bajo cierta definición de “bien” (el fin del sufrimiento, aunque sea a costa de la aniquilación del universo).
De la estrambótica teoría de Mainländer tal vez se pueda salvar su predicción de que, a mayor bienestar, mayor sería la sensibilidad humana respecto a los males del mundo, como sugieren todo tipo de movimientos sociales, ecologistas y animalistas actuales en los países desarrollados. Lo que está por ver es si los seres humanos llegarán finalmente a su conclusión de que el sufrimiento no es eliminable del todo y preferirán la extinción a esta existencia imperfecta.
De la filosofía de Hartmann, dejando a un lado sus elementos más fantasiosos, se podría destacar el argumento de que el suicidio de una persona o incluso la extinción de toda la humanidad o toda la vida no resolvería definitivamente el problema del sufrimiento a escala universal. En consecuencia, este sistema no defendería estrictamente el antinatalismo, sino algo mucho más ambicioso y a largo plazo.
Como se puede imaginar, con el ascenso del ateísmo, el materialismo y el darwinismo, no es necesario recurrir a ninguna teoría estrafalaria para argumentar la futilidad de la vida y la procreación, por lo que, aunque la influencia de Schopenhauer se deja sentir hasta la actualidad, los pensadores modernos que defienden posturas antinatalistas se centran en la ética, como se verá en un próximo artículo si la Voluntad y el Tiempo lo permiten.
Primera parte de este artículo: El antinatalismo y sus precursores