Poder, miedo y angustia en tiempos de crisis

Me imagino que ustedes estarán tan cansados como yo. Dos años han pasado desde que se declarara la emergencia global por el virus. Nos han atiborrado de noticieros, estadísticas, muertes y especiales de La Sexta Noche. Han transcurrido los meses y, a pesar de toda la información recibida, todavía desconocemos mucho sobre sus efectos. Sabemos bastante sobre el virus y sus consecuencias en el organismo y un poco sobre los problemas mentales derivados de las medidas tomadas durante la pandemia.

Hay algo que, no obstante, ha pasado desapercibido. Durante meses, se ha organizado una campaña mediática sin precedentes para domar a la sociedad e inclinarla a aceptar las medidas impuestas. En todo Occidente. Tal bombardeo propagandístico ha derivado en una nueva epidemia: la del miedo. Este se ha convertido en compañera de buena parte de la sociedad española.

El miedo puede, con el tiempo, convertirse en angustia. Aunque ambas son, por expresarlo de alguna forma, hermanas, presentan diferencias apreciables. El historiador Jean Delumeau define estas emociones en su obra El miedo en Occidente:

«El primero lleva a lo conocido, la segunda, hacia lo desconocido. El miedo tiene un objeto determinado al que se puede hacer frente. La angustia no lo tiene, y se la vive como una espera dolorosa ante un peligro tanto más temible cuando no está claramente identificado: es un sentimiento global de inseguridad.»

El miedo tiene un profundo sentido biológico. Actúa como nuestra alarma natural, nos protege y previene de los peligros del mundo exterior. El miedo es nuestra aliada al permitirnos identificar con claridad aquello que nos es pernicioso. Es inocuo cuando responde a un hecho concreto en un momento específico. La angustia, al contrario, referencia la indefinición, lo inconmensurable. Nos lleva a la indefensión, a la desorientación y a la inadaptación al carecer de la objetividad de su hermano.

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