Vamos a viajar al pasado. A un tiempo donde los reyes ejercían el poder efectivo y las mujeres, salvo excepciones, no podían trabajar fuera de sus casas.
Si el poder que un hombre ejerce sobre otros hombres procede de la naturaleza, podemos diferenciar dos casos claros: o bien es el poder del progenitor sobre su cría, o es la superioridad de dientes, cuernos, patas, garras, veneno y otras armas naturales frente a la de otros animales.
Si aceptamos que el poder ejercido sobre la cría es beneficioso para ésta, nos queda entonces el poder del lobo sobre la oveja. Es decir, el poder de un hombre poderoso sería un lobo respecto de los hombres carentes de poder. Quien carece de poder se siente como la oveja hasta que a su vez llega a la situación de tener poder y entonces asume el rol del lobo. Es el “homo homini lupus”.
Quien no tiene poder para proteger a alguien tampoco tiene el derecho de exigir obediencia. Y viceversa: quien necesita protección y la recibe no tiene derecho a rehusar la obediencia. Así, quien tiene el poder exhibirá comportamientos eficaces para conseguir obediencia, que no son siempre inmorales; otorgando protección y una existencia asegurada, mediante la educación y el interés solidario por los otros.
Hobbes realiza su construcción de la siguiente manera: la debilidad genera la situación de peligro; dicha situación de peligro genera temor; el temor, el deseo de seguridad y éste a su vez la necesidad de un aparato de protección con un grado mayor o menor de complejidad organizativa. Pero, a pesar de todas las medidas de protección, cualquiera puede matar a otro en el momento preciso. Un hombre débil puede llegar a encontrarse en la situación de matar al más fuerte y poderoso de los hombres. En este aspecto, todos los hombres son en verdad, iguales, en tanto todos están amenazados y en peligro.
Analizando desde esta perspectiva las decisiones de emparejamiento humano, vemos como la mujer presenta una propensión natural a elegir como macho al más poderoso de entre los que se le presentan. Ello sugiere un comportamiento destinado a la obtención de alimento, cobijo y confort que le proporcione el entorno más favorable para si misma así como la supervivencia de la prole que espera engendrar.
No obstante, si elige al más poderoso, caso de un rey absolutista, verá tornada su aspiración debido al ecosistema generado debajo del dicho rey, que conspirará para su derrocamiento en favor de los aspirantes. Lo mismo sucede en caso de lideres de menor alcurnia pero con igual poder sobre su grupo.
Delante de cada espacio de poder directo se forma una antesala de influencias y poderes indirectos, un acceso al oído, un pasaje a la psique del poderoso. No hay poder humano que carezca de esta antesala y este pasaje. El problema de informar e influir sobre el rey es el problema central de toda monarquía , porque es el problema del acceso a la cima del poder.
Quien tenga acceso directo al rey participará de su poder. Y ese es el inicio de los problemas.
El aspirante al trono, una vez iniciadas las intrigas y concluidas estas felizmente, no tendrá el menor interés de dejar como legado su trono al hijo del derrocado, sino que querrá que su linaje conserve el poder y se beneficie de él.
Idéntico comportamiento podemos observar en animales como el león, que mata a las crías de los leones sometidos para poder tener nueva descendencia con las leonas y que sean sus genes los que continúen la estirpe.
La mujer, obedeciendo la ley del mínimo esfuerzo para el máximo aprovechamiento de la energía disponible, ahorra. La naturaleza premia dicha conducta con placer, cosa que no sucede en la misma medida en el hombre, que prefiere derrochar, como exhibición de su poder ante la hembra.
Pero ese ahorro femenino mira de reojo al dispendio masculino, de forma que ella elegirá al macho que mayor energía sea capaz de producir, utilizar y además, la exhiba. Esta energía se traduce en dinero, regalos y bienes de todo tipo.
Debido a esto, la mujer es materialista por naturaleza, pues debe elegir, de entre sus posibilidades, al macho que más energía obtenga para sí y esa energía, con permiso de Heisenberg, es material. Parecería que el líder-rey es el candidato óptimo en este caso, pero como hemos visto, la duración del líder como tal tiende a ser temporal.
Por todo ello, la estrategia de preferir al hombre con mayor poder podría no ser la estrategia óptima, siendo más adecuada la de preferir hombres con menos poder y por tanto, con visos de mantener su status a largo plazo.
Y es que ... ¿qué tiene de atractivo un rey transformado en sapo??