La historia moderna de los objetos volantes no identificados comienza un 24 de junio de 1947 cuando Kenneth Arnold sobrevuela el Monte Rainer, en Washington, y ve un grupo de objetos voladores que rápidamente fueron llamados “platillos volantes”. En realidad, parece que lo que este hombre vio fueron unos objetos con forma de bumerán en "V" (los bocetos que se hicieron con la descripción que dio a mí me recuerdan al batarang de Batman) que, según describió en su momento, "volaban como platos saltando sobre el agua." Así, todo apunta a que fue la prensa de la época la que usó el apelativo de "platillos volantes", no se sabe si con intenciones burlescas o simplemente por desgana periodística.
El señor Arnold, en su momento, pensó que podían ser naves soviéticas y contó su historia a la prensa. Una agencia de noticias difundió la noticia por todo el mundo y pronto, muy pronto, empezaron a verse extraños ingenios volantes por todo el país. Como nota curiosa fue la propia Fuerza Aérea Norteamericana la que acuñó el término U.F.O. (unidentified flying object) -O.V.N.I. (objeto volador no identificado)- en 1952.
La cosa es que no se sabía lo que eran aquellos objetos que, en plena guerra fría, invadían el espacio aéreo norteamericano; pero lo que parece claro es que nadie -en aquel momento- pensaba en seres extraterrestres. En el informe que hizo para el Ejército, el señor Arnold indicó que cuando vio los objetos pensó que eran “aviones con propulsión a chorro”. Y añadió: “Estoy convencido de que se trataba de algún tipo de avión, aunque en muchos aspectos no se parecían a los que conozco”. Todo apunta a que en todo momento se pensó en alguna clase de aviones, amigos o enemigos. Pero, poco después entró en escena un peculiar editor de ciencia ficción que vio en los platillos volantes un filón de oro.
Raymond Palmer llegó a la dirección de “Amazing Stories” en 1938 con la clara intención de dar un golpe de timón al contenido de la revista, bajó el nivel literario de la revista y disparó la tirada. La cosa es que, dos años antes de las declaraciones del señor Arnold, Palmer había publicado -en “Amazing Stories”- relatos de un tal Richard S. Shaver, una persona que –como se supo después- tenía serios problemas psiquiátricos y que afirmaba recordar cómo la Atlántida y Lemuria habían sido colonizados por extraterrestres en un pasado indeterminado. Según Shaver, los alienígenas se habían visto obligados a abandonar la Tierra miles de años atrás, dejando aquí dos tipos de robots que desde entonces habitan en el subsuelo: los teros, que hacían lo posible por ayudar a la humanidad, y los deros, responsables de gran parte de las desgracias del ser humano (es innegable que como idea de ciencia ficción no está mal, pero creer que en realidad había pasado esto era como quitar la palabra “ficción” de la ecuación).
El caso es que esta historia le encantó a Palmer y, en junio de 1947, dedicó un número entero a lo que él denominaba “el misterio Shaver”. En octubre, en un editorial, afirmaba que los tripulantes de los platillos volantes eran descendientes de los extraterrestres que habían colonizado nuestro planeta en un pasado remoto. Parece que fue en este instante donde confluyeron de manera definitiva y hasta nuestros días dos conceptos que hasta ahora habían estado totalmente separados, platillos volantes y extraterrestres. Recordemos que los avistamientos de objetos voladores siempre se habían asociado a naves secretas del “enemigo”, y recordemos que el contexto era la guerra fría; pero la pirueta social y literaria que consiguió Palmer fue unir esas dos ideas, y por curioso que parezca la idea entró de lleno en el imaginario de la gente, tanto es así que sigue vigente hoy en día.
Los Estados Unidos vivieron los años 50 con miedo a dos cosas: a un ataque atómico soviético y a la infiltración comunista. Tras el final de la era atómica, en los años 40, el cine de ciencia ficción (lo que hoy llamamos serie B) entró de lleno en el universo de los platillos volantes, pero no es hasta la década de los 50 cuando se produce un fenómeno histórico: la gente comenzó a creer que en el interior de esas naves viajaban seres de otro planeta.
Aún faltaba por construirse el tercer pilar del fenómeno de los platillos volantes y éste llegó de la mano de Donald E. Keyhoe, un comandante retirado de Infantería de Marina norteamericana quien fue el primero en hablar de la política de encubrimiento seguida por el Gobierno estadounidense respecto a los platillos volantes, que el señor Keyhoe identificaba, sin ningún rastro de duda, con naves extraterrestres. Este comandante retirado fue el autor del primer libro publicado en 1950 sobre el tema, “The flying saucers are real” y de un artículo en la revista “True” en el que añadió definitivamente el secretismo gubernamental al fenómeno de los platillos volantes pilotados por extraterrestres.
De hecho, a partir de ahí, la gente empieza a tener la firme creencia de que estos extraterrestres habían visitado -y visitan- nuestro planeta a diario (como si llegar desde 5 años-luz, o 1.000 para el caso, fuera tan fácil como coger el autobús), y mucha gente comienza a contar abiertamente que ha visto aterrizar un platillo volante en el maizal del vecino o que ha visto despegar un objeto con luces raras y con forma de puro en las colinas más allá de su pueblo (con el paso del tiempo la originalidad en las formas de estos ovnis ha sido sometida a debate por parte de la comunidad “experta” en estos cacharros). Lo curioso es que la gente que narraba sus experiencias con estos seres de otro planeta los describían como humanoides altos, cabezones a veces, con trajes plateados, con la piel de color (poned el color que se quiera, excepto el negro), todos, en todos los casos eran de aspecto antropomórfico. Nadie contaba que un ser parecido a una libélula con patas de centollo y cuerpo gaseoso con manchas amarillas fluorescentes lo había abducido, o que había tenido un contacto en la tercera fase con un extraterrestre con forma de cubo gelatinoso de diez metros de lado con vértices azules y pústulas rojas. Ese aspecto humanoide fue amplificado por el cine de la época hasta límites insospechados. Por otro lado, los escritores de ciencia-ficción de esos años, por curioso que pueda parecer, no se subieron con mucho ímpetu al carro de los platillos volantes, posiblemente debido a que el género suele tender a narrar historias plausibles, y todo el asunto de los platillos y sus ocupantes parecía no tener ni pies ni cabeza. De hecho, en los relatos de la época donde se tocaba el asunto extraterrestre, los seres descritos eran muchísimo más creíbles que las historias que la gente contaba sobre ellos en aquellos años. Por tanto nos encontramos con un curioso caso en el que la ficción científica era más sobria que lo que la gente decía estar viendo, lo que encaja perfectamente con la resistencia de los escritores de la época en tocar el tema.
Escribir una historia sobre un platillo volante (o una escuadrilla de ellos, para el caso es lo mismo) que alberga en su interior a seres extraterrestres es todo un reto para los escritores del género. Así que se podría pensar que los autores de la época fueron muy cautos a la hora de enfrentarse con el asunto, por supuesto el mundo del cine -que vive de otro sector de público-, encontró un filón que a día de hoy aún sigue explotando.
Entre otros problemas con los que se tuvo y se tiene que enfrentar el autor del género es que la mayoría de la gente confunde la probabilidad de que existan otras civilizaciones con la seguridad de que los extraterrestres nos visitan un día sí y otro también. Estas personas no sólo asumen que la inteligencia es algo muy común en el universo, sino que además consideran a la Tierra como un destino interesantísimo, como si los cien mil millones de estrellas de la galaxia fueran poco interesantes, eso sin contar otras galaxias, borde del universo conocido, etc., etc. No, tienen que venir aquí, a esta diminuta bolita azul-verdosa y es aquí donde además parece que centran todo su interés, sólo así se entiende el enorme esfuerzo económico (a no ser que el dinero no les importe o que sean mega ricos), tecnológico (total, viajar más rápido que la luz es una nadería) y humano (no tienen nada mejor que hacer que venir, esconderse y no soltar prenda, claro, eso cuando no nos conquistan con rayos de la muerte) que supone haber enviado a nuestro planeta cientos de miles de naves (con forma de platillo, de puro, de pelota aplastada, de triángulo curvo, etc., etc. ) sólo en los últimos cincuenta años.
No olvidemos que los extraterrestres que la gente ha ido viendo a lo largo de los años, nunca han aportado ningún conocimiento a los humanos. Ya podrían haberles dicho a cualquier Juan, Christine, Khuan o Reiko del planeta (o haber puesto megáfonos planetarios para que lo oyéramos todos) la solución de las Ecuaciones de Navier-Stokes, o la de la Conjetura de Goldbachs, o la resolución al Problema de Galois Inverso. Pero, en todo este tiempo, lo único que los extraterrestres han transmitido son mensajes vacíos, genéricos y advertencias sobre diferentes fechas y formas de fin del mundo.
Los autores de ciencia ficción se dieron cuenta de que ¡ya tienen convencido a muchos lectores de que existen estos platillos con extraterrestres dentro! Así que parte del problema es que para muchos lectores, esto no es ficción sino realidad.