Os habéis parado a pensar en la ingente cantidad de juicios de valor que podemos realizar las personas al cabo de un día entero. Sí, las personas estamos continuamente emitiendo juicios y sacando conclusiones de nuestras experiencias, sensaciones, emociones e interacciones. Es lógico y normal, ya que a través de los juicios valoramos y ponemos palabras a nuestros procesos cognitivos. Calificamos y clasificamos lo que percibimos a través de nuestros sentidos para de esta forma adaptarnos mejor al entorno ; ayudándonos a tomar decisiones y a contar con más recursos que nos permitan una supervivencia más exitosa.
Juzgamos olores, sabores, lugares, acciones, imágenes, palabras, pensamientos. De esta forma establecemos nuestros gustos y preferencias, optamos por una u otra alternativa y desechamos las que no nos resultan ventajosas o las que resultan ser una amenaza. También, y he aquí el inconveniente, juzgamos a las personas con asiduidad y alevosía. Juicios y prejuicios a discreción. Y es que, no es lo mismo juzgar una situación o una sensación , un comportamiento o una acción que a una persona. Los juicios que emitimos sobre las personas tienen un fuerte impacto en la imagen de uno mismo y en la autoestima, más aún si la sentencia tiene connotaciones negativas y despectivas. Porque no es lo mismo opinar sobre una conducta o una acción concreta que enjuiciar y etiquetar a una persona en función de una acción o comportamiento.
Cuando juzgamos a una persona y le colocamos una etiqueta , estamos dando por sentado que esa persona es así en su conjunto, poniendo en valor la cualidad o el defecto que le atribuimos; olvidando todas las demás características que la definen así como la influencia de factores exógenos como por ejemplo el entorno y las circunstancias.
Los juicios sobre las personas son dictámenes subjetivos que emitimos para clasificar a las personas en función de unos rasgos y atributos, estableciendo categorías dualizadas. A su vez estas categorías tienen asignado un valor positivo y otro negativo, ambos excluyentes entre sí. Bueno y malo, aburrido y divertido, obediente y desobediente, obstinado y transigente, diligente e incompetente... El " ser bueno " significa que no " eres malo" , y el " ser obediente " conlleva " no ser desobediente ", reduciendo las múltiples expresiones de la conducta humana en función de las interacciones y circunstancias, a una única y pesada losa: la etiqueta.
Por eso las etiquetas que colocamos a los niños determinan su propia imagen y configuran su comportamiento, ya que sienten que tienen que ser y hacer lo que se espera que sean y hagan. Las etiquetas en los niños influyen en la configuración de la identidad personal.
Así pues las etiquetas supuestamente positivas ejercerán una insana presión sobre los niños que se verán obligados a cumplir con las expectativas y no defraudar. Por jemplo, si a tu hij@ le llega continuamente el mensaje de lo list@ y responsable que es, y por alguna circunstancia no puede cumplir con esos cánones y estar a la altura de nuestras expectativas, el batacazo moral será tremendo . No se trata de no decirles lo que hacen bien o se les da mejor, de reconocer sus esfuerzos y sus logros; sino más bien se trata de no encasillarles en base a lo que consiguen o dejan de conseguir. Deben de sentir que son valiosos por ser ellos mismos y no por lo que les decimos nosotros que son.
Otro de los peligros de las etiquetas positivas, por ejemplo, es la formación de personalidades con rasgos narcisistas muy marcados, personas que sobrevaloran sus habilidades y cualidades, que muestran continuamente su arrogancia y están convencidos de su superioridad. Las personas narcisistas se caracterizan por su escasa o inexistente empatía hacia los demás y buscan continuamente la aprobación y los halagos ajenos para sentir seguridad y bienestar; lo cual refleja que en realidad tienen una endeble imagen de sí mismos. Ésta débil autoestima la camuflan bajo una falsa apariencia de grandeza e invulnerabilidad.
Asimismo, las etiquetas negativas se incrustan en la personalidad, dañando seriamente la autoestima y generando sentimientos de incomprensión, frustración, injusticia y desaliento. Y es que, si un niño escucha con frecuencia frases lapidarias del tipo de " eres un torpe" , " eres un pesado" , " eres un vago" , " eres muy rebelde", etc; terminará por creer que verdaderamente lo es y que no puede más que aceptarlo y no hará nada por mejorar y superarse. Las etiquetas negativas limitan el desarrollo pleno y transmiten una profunda falta de respeto.
Por supuesto en determinados momentos y etapas de desarrollo de nuestros hijos , podemos sentirnos saturados y sobrepasados por los hechos y comportamientos de los niños, lo cual nos lleva a decirles que son esto o lo otro; que son así o asa. Porque somos humanos y como tal seres imperfectos.
Los juicios impulsivos que son fruto del cansancio físico y mental , funcionan como un desahogo personal, como una válvula de escape; pero no deben formar parte de nuestro estilo de comunicación. Que no seamos perfectos no quiere decir que no aprendamos de nuestros errores y seamos plenamente conscientes de cuando actuamos correctamente y cuando nos hemos equivocado . Y con el tema de las etiquetas debemos tener cuidado.
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