Pero sin olvidar las calles

Se preguntaba la dramaturga Hannah Moore desde su Inglaterra puritana del siglo dieciocho si podría haber algo peor que esta plaga aletargada y quejumbrosa que nos infectaba ya desde tiempos lejanos. Parece ser que la buena señora también tenía algo de profética. Y no iba nada desencaminada.

A pesar de los repuntes de dignidad humana que la sociedad española ha dado en momentos puntuales (como las concentraciones del No a la Guerra de 2002 y el movimiento 15M) no podemos hinchar el pecho y decir que los ciudadanos se hacen oír. Al menos de manera física, literalmente. No es que no tengamos miedos e inquietudes, ni mucho menos; es que es ridículamente sencillo aclamar al cielo y organizar firmas en change.org desde la seguridad del sofá y la opacidad de la pantalla.

Pero las calles siguen luchando cuándo bajamos la pantalla. Las calles de los barrios, que luchan desde las Asambleas de Vecinos. Contra los despropósitos del Cabanyal, del AVE de Murcia, de Gamonal, ... y tantos otros que los medios no han tratado. Pero son las calles, esas que lucharon por el sufragismo universal y fueron esas mismas calles las que salieron a proteger el derecho a voto el 1 de Octubre en Catalunya. Esto lo hemos vivido, y visto en otras muchas ocasiones desde nuestro salón, a través de algún canal generalista.

Lo vemos. Emitimos voto en nuestro entorno según nuestro credo religioso / social y tal. Y si de verdad nos enerva podemos hasta enviar un tweet. Ése es el máximo que muchos hacemos al respecto. De verdad que lo del PP no hay nombre, ¡eh! Pero, ¿acaso fuímos a manifestarnos a Génova los días que hubiesen hecho falta hasta que M. Punto Rajoy hubiese dimitido? ¿Acaso las concentraciones del primero de Mayo son tan numerosa como querríamos? ¿Y la última huelga general? ¿Cómo se le queda el cuerpo a ustedes al ver que salvo en cuatro sitios puntuales los comercios hicieron caso omiso y los ciudadanos se tomaron el día ocioso? ¿Cómo llevamos el tema de la desobediencia política?

es ridículamente sencillo aclamar al cielo y organizar firmas en change.org desde la seguridad del sofá y la opacidad de la pantalla.

Y es que éste tal vez no sea sólo un mal moderno y sea también un mal endémico de la sociedad española -virgencita virgencita que me quede como estaba, o "el estancamiento en pro de una miseria controlada"- que propicia una corruptela política, y en conjunción con el individualismo hipercompetitivo en que nos han empapado desde pequeños ha carcomido toda señal de humanidad colaborativa sin fines lucrativos. Yo te ayudo, ¿qué me ofreces a cambio?

Mientras, nos enteramos menos y menos de la ingeniería política. Y las calles que aún no ha visto su barba recortar juzgan a la ligera y sin empatía alguna por sus conciudadanos que viven en otras calles. Otras calles que sí son política y socialmente recortadas; e indolentemente las que no han pasado por el barbero rehúsan de remojar las barbas, en un atrevido dolce farniente del que adolece cual sociedad adolescente. Pero van 40 años en democracia. Deberíamos aprender a comportarnos antes de que volvamos a cagarnos en los calzones.