Este viernes mi whatsapp se llenó de vídeos y fotos de amigos paseando por la Meridiana en la marcha por la libertad.
Esa noche, en Twitter, empiezo a ver vídeos de manifestaciones. Cargas policiales, hogueras, pelotazos y piedras. Infiltrados, griegos, italianos anarquistas (léase irónicamente), o independentistas jóvenes con poco que perder.
La Catalunya a la que llegué hace casi 20 años ha cambiado mucho. El mundo ha cambiado mucho. A peor. Hoy nos gobierna Trump, Bolsonaro, Johnson o Putin. Y Pdr Snchz, y Torra.
La Catalunya a la que yo llegué era trabajadora, amable, socialmente cerrada pero honesta, catalanista pero respetuosa, inteligente y comercial, abierta al mundo.
Las cosas han cambiado, aquí y allí, allí y aquí.
Ahora mandan los odios. A España, al catalán, a los comunistas, a los liberales, a Torra o a Sanchez, al Rey, a tu bandera o a la mía, cualquiera que sea esa. Al que no piensa como tú. Se odian las ideas del otro, solo por ser diferentes. Se acabó la tolerancia.
Gente inteligente a la que ya no preocupa la masacre en Siria, el futuro del planeta, el amazonas o el Boko Haram. Lo importante ahora es la bandera, la patria, que no hable o sí hable el idioma que tú quieras, que mi amo y señor se llame Pedro o Pere, Jordi o Jorge.
Han metido en la cárcel a unos tipos que hicieron algo que pareció muy bien a unos y muy mal a otros. 47 millones de personas han decidido, después de estudiar derecho en facebook, que no hay idem a que las penas sean tan altas o tan bajas.
Algunos han descubierto ahora que la policía carga contra los manifestantes. Que si lanzas piedras puede que se enfaden y te tiren bolas de goma, prohibidas pero no, por este nuestro Govern.
Otros se ríen desde Zaragoza, Logroño o Ciudad Real, de esos catalanes que protestan por nada, que no tienen derecho a elegir su futuro y que se quejan de vicio. Jalean cada carga de los Mossos o de la polícia con menos empatía que la lava.
Entre vídeos de polis cargando y chavales lanzando piedras, se cuela Leonor, una niña a la que hacen hablar ante su pueblo como si estuviéramos en la Edad Media. Los comentarios, todos de portada del “Hola”. Qué guapa, qué ojos, qué pelo, qué bien habla. Manda la incongruencia, la Princesa en su palacio.
Yo soy equidistante. El que inventó la palabrita para definirnos a los que no comulgamos con unos y con otros lo hizo perfectamente. No opino lo mismo de un nazi dando palos que de un independentista reclamando un referendum, pero estoy a su misma distancia de odio. Para unos soy un facha, o botifler, o ñordo. Para otros un vendido, me han comido el coco, traidor.
Mis amigos de Zaragoza, Madrid o Sevilla no entienden. Se ríen de mis argumentos, de los catalanes, de la historia que les han contado sobre la corona catalanoaragonesa y de Jaume I el Conqueridor. Como si fuera importante, como si ellos no hubieran tenido una educación igual de manipulada pero hacia el otro lado, con una España reconquistando la península con Don Pelayo y cuatro amiguetes muy cristianos ellos.
Y aquí me siento encerrado, entre dos muros. Cada vez más altos. Conseguirán la independencia y seré un traidor, o no la conseguirán y sufriré el maltrato a Catalunya en forma de falta de inversiones, transferencias, gestión, de criminalización de ideas.
No tengo nada que ganar, gane quien gane.