Pese a un claro declive en Europa durante mucho tiempo, incluida la primera mitad del siglo XX, podemos asegurar que la población de esta especie se ha estabilizado en todo el continente. Aquí en España, circunscribiéndonos a su propio territorio, es donde quizás más riesgo corre de toda Europa, pero en principio y tras la última y larga crisis biológica, parece que tenemos garantías de su continuidad gracias a una reciente camada.
De todos es conocido el comportamiento esquivo a la hora de seguir el rastro de esta especie tan apreciada en nuestro país. Es difícil su control, acepta mal los protocolos de observación comunes y esto dificulta un conocimiento más exacto de sus costumbres, especialmente las de apareamiento. Su gran movilidad en lo que a distancias y velocidad se refiere es una pesadilla para los que cuidamos de su conservación.
A esto hemos de añadir el problema de su escasa descendencia pese a efectuar apareamientos regulares, al menos descendencia conocida en el territorio que tenemos bajo observación y control. Por ejemplo, el macho alfa que una generación antes había producido prole suficiente como para asegurar la continuidad de su especie en el territorio, al parecer cambió sus costumbres tanto en la búsqueda de presas de caza como de emparejamientos, y empezó a realizar apareamientos tanto dentro como fuera de su espacio natural, lo que aún dificultaba más el seguimiento por lo errático de su comportamiento. No hay constancia de que aportara más descendencia en nuestro territorio aunque no podemos descartarlo: en realidad no hay observaciones fiables y cualquier afirmación rotunda sería una temeridad. Estamos a la espara de datos. Lo mismo habría que decir sobre el resultado de apareamientos fuera del territorio, aunque en este caso el dato no sería de igual importancia en lo que la especie de nuestro país se refiere ya que la ganancia en diversidad genética no sería para nuestro grupo.
El comportamiento del macho joven de la penúltima generación fue problemático. No sabemos por qué (si por alguna dificultad física, por inmadurez sexual o simplemente por falta de datos), o no se apareaba, o si lo hacía era fuera del territorio que teníamos bajo observación. Nuestra preocupación fue grande durante aquellos años pues aunque contábamos con dos hembras fértiles con descendencia, no teníamos confianza suficiente sobre la capacidad de control de la manada del principal macho de estas camadas en caso de tener que tomar el puesto alfa. Los datos de los observadores no eran nada prometedores sobre la capacidad de este espécimen.
Afortunadamente, y tras varios decepcionantes falsos positivos, observamos que el (ya no tan joven) macho había conseguido por fin que una hembra de nuestro territorio engendrara una camada que aseguraba el linaje de su especie. Con la posterior toma de control efectivo de su espacio natural como nuevo macho alfa, todos los conservacionistas respiramos más tranquilos. La continuidad de nuestra apreciada pero esquiva “monarquía española” está, por ahora, asegurada.