Un paseo por el Raval de Barcelona: Califato Independiente

Me levanté a las seis de la mañana y me adentré en el corazón de Al-Raval por la antigua calle de Sant Pau, ahora Al-Hamidiyah. Las fachadas, color tierra quemada, se erguían sobre mí como titanes angustiados, escuchando solemnemente la primera de las cinco oraciones dictadas mecánicamente por el incansable vibrato del almuédano.

Caían como lágrimas trozos de hormigón sobre el desgastado asfalto, ahora guiso de lama y agua, y se extendía sobre este cientos, sino miles, de desechos que me obligaban a ejecutar una macabra danza de la que todos éramos cómplices.

Vestidas de lacre y ceniza, las mujeres de aspecto arménido se unían al compás, siempre acompañadas por la atenta mirada de sus compañeros que, al percatarse de mi presencia, posaban sus sospechas sobre mí.

"Sabaah al-khair" me dijo uno. "Sabah un-noor", contesté. 

Desde que el Raval empezó a ser propiedad del Estado Islámico y se convirtió en un califato independiente del resto de la ciudad, rara vez me había adentrado en este laberinto antropófago, prostituido.