La gente tiene miedo y no consume. No sirve de nada intentar reactivar la economía mientras la gente prefiera quedarse en casa. No sirve de nada intentar otra cosa que no sea acabar con la pandemia para, en perfecta seguridad, seguir cada cual con su vida. Suena bonito. Suena filantrópico. Suena a conversación infantil en una guardería.
Pero hay más maneras de que el miedo desaparezca, y sin necesidad de actos heroicos ni arranques de bravura.
Para quitarle el miedo a la gente no hay como una buena suspensión de pagos. Se deja de pagar los sueldos a los funcionarios, se dejan de pagar las pensiones a los jubilados, y entonces, de pronto, ya no sólo le deja de tener miedo al virus sino que dejan de tenerle miedo a la Policía y al garrote del vecino.
Si en vez de cerrar los ayuntamientos y las escuelas cerrasen los supermercados, entonces razonaríamos todos de otro modo y el virus pasaría a ser un problema de segunda división.
Porque funcionamos así: la salud es lo primero. La economía puede esperar. Y razonamos así porque no falta de nada. Otros dan la cara. Otros están en la calle. Otros vigilan, conducen las ambulancias y reparten las pizzas y los paquetes de Amazon. Pero no seríamos tan humanitarios si no hubiese nada en las estanterías del super, si no saliese agua cuando abrimos el grifo, si no se encendiese la luz al accionar el interruptor y no funcionase internet.
Entonces ya diríamos que el virus no es tan grave, que el porcentaje de los que mueren no es tan alto y que estamos exagerando.
Lo que pasa es que, como la ruina viene a cámara lenta, pensamos que la salud es lo primero y que la economía es una gráfica que publica Bloomberg para los locos de Wall Street y las pirañas del IBEX.
Mientras los agricultores recojan sus cosechas y todo funcione, habrá miedito a salir. Mientras haya médicos, policías, maestros, transportistas, repartidores, técnicos de mantenimiento, farmacéuticos, barrenderos, basureros, cajeros, encargados de gasolineras, conductores de metro y autobús, almacenistas y reponedores, se puede tener miedo y quedarse en casa, como amebas acojonadas.
Pero esperad a que haya un apagón o dos semanas sin nada en el supermercado, y veréis lo importante que es realmente el virus. Veréis entonces lo que es realmente la economía.
Entre tanto, a disfrutar de la ficción de que cada vida humana tiene un valor infinito. Ya vendrá la contabilidad a enseñaros a hostias.