Cuando escribo estas líneas llevamos en España prácticamente un año de pandemia. Un año en el que día y noche se nos ha informado de contagios, hospitalizaciones, UCIS, defunciones, tasa de contagio y riesgo de rebrote, estas últimas casi siempre de manera interesada y sin haber explicado en ningún momento como se calcula y el margen de error que tiene. Pero como sea que para bien o para mal ya tenemos sobredosis de estos datos, yo quisiera centrarme en otro que también resulta importante, y ese es el comportamiento de la gente durante esta pandemia, y permítanme que aquí haga un spoiler, al hablar del comportamiento de la gente la línea del artículo no va a ir en la dirección que algunos sospechan, a estos, los animo a seguir leyendo el artículo hasta el final.
Hay que retrotraerse a los días posteriores al 14 de marzo, día en el que se decretó el estado de alarma y el confinamiento domiciliario, y en el que al gobierno le pareció una buena idea poner a militares en las ruedas de prensa, en las que con pose y tono belicoso nos informaban de sus hazañas en la operación Balmis, la cual, si necesaria, no requería de tantos aspavientos. Fue también en esos días en los que los policías se extralimitaron en sus funciones, llegando hasta el punto de hurgar en las cestas de la compra de los ciudadanos y atribuyéndose el derecho a decidir que debían o no debían comprar en una situación en la que el abastecimiento no se vio afectado. Es de agradecer que poco después ambos hechos se subsanaran. Lo cierto es que con estos mimbres no es de extrañar que en aquellos días surgiese lo que pronto llamaríamos “policía de balcón”, ciudadanos que desde el balcón o en su defecto ventanas de sus domicilios, increpaban a cualquiera que viesen por la calle sin importarles si aquella persona realmente se estaba saltando el confinamiento o entraba dentro de las excepciones que permitía la ley. Y es que, si algo bueno tuvo el confinamiento de marzo, es que, pese a las contradicciones, que las tenía, era mucho más coherente que las sucesivas medidas que han adoptado las CCAA desde que tienen las competencias.
El primer caso de policía de balcón, o por lo menos el primer caso documentado, lo tuvimos por los primeros días de abril y lamentablemente todavía se puede ver en Youtube. En él, una chica con graves defectos educativos increpa a base de insultos a un joven que se encuentra sentado en un banco. Entre otras cosas le amenaza con llamar a la policía y le hace saber que le está grabando con el último modelo de Iphone, que al parecer es capaz de mostrar a la perfección el rostro de una persona a metros de distancia. Ese vídeo fue ampliamente difundido por redes sociales y medios de comunicación y a ese le seguirían otros, en lo que muy probablemente fue la plantación de la semilla que hoy florece cual valle del Jerte al inicio de la primavera. Quizá el primer aviso de lo que se nos venía encima lo vimos el 26 de abril, día en el que se permitió a los niños, los grandes olvidados de la pandemia y los que mejor comportamiento están demostrando, poder salir a la calle. Durante esa jornada, cuatro fotografías tomadas de forma estratégica sirvieron para culpar a los irresponsables padres de un futuro aumento de los contagios. Por suerte, el día pasó, los niños volvieron a sus casas imagino, y deseo que así fuera, ajenos a lo que sobre ellos, aunque fuese de forma indirecta se dijo. A esa jornada le siguió una calma tensa, recordemos que por entonces todavía se reclamaba cesar y revertir los recortes en la sanidad pública, se aplaudía puntualmente a las 20:00 hrs, se reclamaban más rastreadores, en Catalunya esta función se adjudicó a ferrovial, empresa implicada en casos de corrupción por 18 millones de € y prorrogado por 7,4 millones más posteriormente, se miraba con preocupación e indignación a las residencias de ancianos, principales afectados por la pandemia y la canción flageladora “resistiré” se había convertido en el himno de la pandemia.
Y tras la primavera robada, llegó el verano. El estado de alarma ya no estaba en vigor y la tercera fase de la desescalada pasaban a gestionarla las CCAA. En Catalunya esto se tradujo en que dicha tercera fase duró 12 horas. Los contagios volvieron a aumentar, y para finales de julio Quim Torra comparecía en rueda de prensa y calificaba la situación de crítica al tiempo que daba un ultimátum a los ciudadanos, si en 10 días no bajaban los contagios, habría restricciones. Empezaba a brotar la semilla plantada en abril. Eso sí, en esa misma rueda de prensa, pero en inglés, se dirigió a los turistas para decirles que Catalunya era un destino turístico seguro. Durante el verano, el principal foco mediático fueron las playas. Algunas se cerraban porque sobrepasaban el aforo establecido, otras se parcelaron y existían dudas sobre cuando podíamos o no quitarnos la mascarilla.
Ya en otoño, conseguimos controlar la segunda ola, pero todavía andábamos celebrando el éxito cuando nos vino la tercera. Estamos en diciembre, se prepara un plan para las fiestas navideñas que preocupan sobre manera. Se busca restringir el número de comensales en las fiestas más señaladas, siendo unas CCAA mucho más estrictas que otras tanto en ese como en otros aspectos. En Catalunya el día 14 de diciembre se reabren los centros comerciales, se cerrarán nuevamente el día 7 de enero, muchas personas acuden a ellos y no pasan ni dos días hasta que nos cae encima el cinismo que supone reprender a los ciudadanos por realizar actividades que desde las administraciones se les ha permitido cuando no exhortado a realizar. Otros ciudadanos, mientras tanto, posiblemente mal informados por los medios de comunicación acuden en masa a laboratorios privados para hacerse un test. ¿Son fiables esos resultados?, ¿han buscado esas empresas privadas hacer su agosto particular gracias a la pandemia? ¿Los positivos que salen de esas pruebas son comunicados a la Conselleria de salut? Creo que nunca tendremos respuesta a esas preguntas.
Dejamos atrás el infausto 2020 y damos la bienvenida a 2021, convencidos que no puede ser peor que el año anterior. Pero evidentemente de un día para otro no se acaba la pandemia y el año nuevo lo empezamos igual que acabamos el anterior. El 5 de enero la junta de Castilla y León plantea al gobierno un confinamiento domiciliario, dato curioso este si tenemos en cuenta que al día siguiente en Burgos y León se celebran dos partidos de fútbol con presencia de público en las gradas. Ese mismo día en Valencia se celebra una cabalgata de reyes, la gente acude en masa, ¿no era lo más sencillo no celebrarla? ¿en que pensaban ayuntamiento y comunidad Valenciana? Claro que viendo que por la mañana Almeida y Andrea Levi bailaban con los reyes en Madrid, nada de lo que pasase después podía sorprender. Pero sin duda el momento más álgido de estos primeros días del año nuevo y en el que se vio con claridad que la semilla de abril ya había brotado hasta su madurez fue el 11 de enero. Ese día, Fernando Simón, tan injustamente criticado muchas veces, fue injustamente elogiado cuando en su comparecencia dijo lo siguiente “Quizá hemos celebrado de más la Navidad, y ahora esto tiene unas consecuencias que debemos asumir”. No explicó Fernando Simón que la incidencia en España había comenzado a aumentar días antes de Navidad. Pero si bastante poco ético es descargar toda la responsabilidad de la pandemia sobre la ciudadanía, raya el masoquismo que esa ciudadanía culpada, aplauda a rabiar esas declaraciones, llegando al delirio colectivo que supone pensar que tu lo haces todo bien y los demás todo mal y por eso nos encontramos en la situación actual. Esto no implica decir que no ha habido comportamientos irresponsables, los ha habido, en todas las franjas de edad, y los seguirá habiendo, porque nunca se ha dado el caso que una ley haya sido cumplida por el 100% de la ciudadanía. De la misma manera que no culpamos a todos los conductores de conducir ebrios porque cada día alguno lo haga, tampoco debemos hacer de la excepción norma en este asunto.
Tras lo explicado anteriormente, la sensación que queda es de una profunda tristeza cuando no de indignación al ver la evolución ciudadana durante esta pandemia. Ya nadie habla hoy de cesar los recortes en sanidad ni de revertir los ya hechos durante los últimos años. Ya no se mira a las residencias de ancianos donde trabajadores y residentes se siguen contagiando a diario y estos últimos muriendo por docenas con la misma soledad con la que lo hacían al inicio de la pandemia. No, eso ya no sucede, porque en un ejercicio de irresponsabilidad, este sí, se ha decidido comprar el discurso que más favorece a los gobernantes, solo el tiempo nos dirá si esto se acaba convirtiendo en un cheque en blanco para las políticas de los próximos años. Estos días también se habla de que hemos normalizado la cifra de muertes diaria, pero creo que también en esto nos equivocamos. Lo que hemos normalizado ha sido normalizar, valga la redundancia, todas las muertes que se producen en España por cualquier motivo, incluso todas aquellas muertes evitables. Así sucede que ya nadie se pone las manos a la cabeza cuando se habla de las personas que mueren esperando una cita con el médico porqué han tenido la mala suerte de enfermar en plena pandemia de otra cosa diferente a la COVID19, los 50.000 muertos que causa cada año el tabaquismo, los 1.000 muertos que en el mismo período causa la contaminación en Barcelona, los suicidios, los accidentes laborales, de tráfico o las miles de personas que mueren ahogadas intentando llegar a Europa. Eso es lo que teníamos normalizado ya antes de la pandemia, y es muy probable que, si muchas de esas cosas nos hubiesen preocupado más en su momento, no solo a nivel español sino a nivel mundial, quizá la pandemia no nos hubiese afectado con la intensidad que lo ha hecho. Por eso es mucho más preocupante, que en un país ya de por si poco dado a la protesta se adopte esta actitud de sumisión ante los que tienen el poder de la toma de decisiones, pero a los que inexplicablemente les hemos descargado de responsabilidades. Permítanme que acabe este artículo con dos frases que dijo María Neira, directora de salud pública de la OMS, y que deberíamos grabarnos a fuego para el futuro post pandémico. “El coronavirus lo ha tenido más fácil en las ciudades densas y contaminadas” y “El día que nos quitemos la mascarilla, lo mínimo es respirar un aire que no nos mate”. Pues eso.