El otro día me inyecté heroína, por curiosidad; a ver qué pasaba. Para tocar fondo y descubrir qué hay. Caldo de vicio, quimera beata; mil caballos salvajes sobre corrientes de vino y granada, ¡tacatá! ¡tacatá! ¡Heroína!
Fue como si Dios hubiese bajado del cielo para besarme apasionadamente. Luego me percaté de que no; que había sido el diablo que me había ultrajado, y dije "¡No es no!" pero es que iba provocando. Me había vestido para la ocasión y me había paseado por donde uno no debe pasearse. ¡Chapero! ¡Puta!
Y ahí estaba yo, en un ático vacío de Balmes, mirando a la calle y la calle devolviéndome la mirada. Se creerá la gente que estoy en el cielo cuando miran mi vidriera. No saben que está el mundo al revés.