El Olentzero de Lejona

Al Olentzero le cuesta el castellano, dice; que él se maneja para las cosas del cotidiano en euskera. Por eso ha pedido a los niños de Lejona que le escriban en el idioma que conoce mejor a fin de evitar confusiones con los regalos. La cosa me deja flojo porque yo tenía entendido que el Olentzero tocaba todos los palos lingüísticos; castellano incluido. Gracias a eso, por ejemplo, llega a Jaén preguntando en las gasolineras. Y digo Jaén como podría decir Murcia, Orense, Ávila o Ciudad Real; por no hablar de Madrid, que es un destino siempre delicado cuando se toca lo periférico.

Ya que sale Madrid, me viene el repente de apuntar que por aquí –por los madriles, digo- se lleva más pedirles a los Reyes Magos, que son majestades con mucha pompa y mucho dromedario dedicadas en exclusiva a darle gusto a los niños. Pero los niños, a veces, se ponen guerreros y te la lían parda; que para eso oxigenan las neuronas cada dos por tres. Sé de uno que, ayudándose de un compañero recién emigrado de Ayacucho, se empeñó en escribirles en quechua. De buen rollo, claro. Lo mejor de todo es que, a pesar de la ocurrencia, el día señalado le cayó justo lo que había pedido. Lo cual acaba en moraleja; o sea, que el idioma no pinta un carajo a la hora de milagrearle a un chiquillo los regalos.

Yo no sé si los Reyes Magos son de natural políglotas, adquirieron esa condición por ciencia infusa, tiran del traductor de Google o aciertan de pura chiripa. El caso es que se las apañan requetebién con cualquier arriquitaun. Y lo mismo Papa Noel, el cual, aun campeando por libre, cubre más terreno que los otros tres juntos y va aparcando sus renos en sitios donde la peña habla arameos que no son de recibo. Yo pensaba que el Olentzero formaba parte de la cuadrilla y que compartía con sus colegas ese don de lenguas que les facilita la cosa del regaleo. Pero, esta mañana, según me soltaba de la urdimbre de un sueño molón, me entero de lo del principio: que dice el tío –¡hostia, tú!– que con el castellano se lía.

Para mí, que el Olentzero tiene un golpe, o así, que lo ha dejado medio amnésico. A lo peor, el Covid. El caso es que, ya sea por culpa del morbo o del accidente, ha olvidado que no existe jerigonza que se le resista. Pobre. Por eso, el ayuntamiento de Lejona tiene su curro con él: necesita ponerlo a tono para que se aclare con el habla de todo Cristo antes de tirar millas la noche del veinticuatro. La cosa apremia, que vamos justitos con el plazo. Tanto en el País Vasco como fuera –en Jaén, un suponer; o donde sea–, hay niños que ya le han escrito, cada cual en su vernáculo, pidiendo regalos a tutiplén. O sea, que lo necesitamos ya mismito a saco en plan Champollion. En caso contrario: jeringazo de espabilina.

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