En ocasiones, veo muertecitos

"En ocasiones veo muertos". Si hubiese escrito esto ayer, todo el mundo hubiese pensado que era una inocentada, así que mejor lo escribo hoy, porque la historia es de traca. Eso sí, que no pierda la calma mi distinguida concurrencia, que vi un muerto, sí, pero no era un muerto de verdad. Me explicaré.

La empresa donde trabajo no puede jactarse de dominar la prensa, ni pueden poner "líderes en el sector" en las ofertas de trabajo sin que la nariz les crezca metro y palmo. No protagonizan ningún spot navideño que se convierta en clásico televisivo, ni tienen ninguna cancioncita que se te vaya a quedar pegada durante décadas. Son, en suma, una empresa modesta. Y en estos tiempos de crisis, las empresas modestas no lo están pasando bien. Y sus sufridos empleados, menos.

El caso es que este mes parece que mi sueldo y el de mis compañeros tiene complejo de coleccionable de kiosco, o de folletín novelero, porque nos lo están pagando a fascículos. Como mi cerebro es así, por más que intenté tirarle de las riendas, empezó a imaginar mil posibilidades horribles para mí misma y el resto de currelas, y ayer por la mañana, cuando llegué a mi puesto, en el patio interior del edificio, vi a un hombre ahorcado, colgando de la estructura metálica del mismo.

"¡AAAAAAAAGH, EL PRIMER SUICIDIOOOO!". Eso fue lo que pensé. Parpadeé y, obviamente, el supuesto ahorcado había desaparecido, porque no era sino una simple alucinación, y ni siquiera la primera que veo. Pasado el susto, y después de meterme un bromazepán del tamaño de un misil Patriot (...cuando digo que me lo metí, es que me tragué una píldora, a ver que estáis pensando, so cacho bestias) y pasarme como hora y media flotando, cuando al fin me bajó el globo, vi la situación por el lado divertido. Y es que podrá ser paranoico, depresivo, ansioso, pantofóbico y con más trastos que un programa de empeños, pero una cosa está clara: con mi cerebro, nunca te aburres.