Lo que nunca tuve ocasión de pronunciar

Siempre aborrecí a los cristianos, jamás imaginé que un ser humano pudiera aspirar a cotas de indignidad, fanatismo y estulticia superiores a las alcanzables mediante la profesión de la religión saulista. No obstante, el socialismo, la progresía, la ideología hegemónica dominante en los estados del bienestar, esta especie de relativismo extremo posmoderno incalificable, esta posbiología radical donde ninguna cosa es superior a la otra, este infierno de lo igual bajo la represiva tiranía de la tolerancia; es, en definitiva, lo más repulsivo, bajo, degradante y fruto del imbecilismo que yo haya tenido la desventura de tener que presenciar. 

Todas las personas que conozco parecen estar embarcadas en una cruzada para defender lo más degradado y miserable que hay en este mundo, y ¿con qué propósito? ¿El obtener una cierta aceptación entre los lobotomizados por la nueva y más rutilante iglesia: los medios de comunicación e instituciones de educación dependientes del estado? ¿El, como señalaba Kaczynski, no tener que soportar la realidad de que se es perdedor en la ineludible confrontación propia de lo que está vivo?

Ya no existe una contracultura, todo es Leviatán, todo es maquinaria, todo es desierto de lo real. Ni un anclaje de verdad y probidad es consentido, todo ha de ser simulación. Las nuevas juventudes hitlerianas, las masas linchadoras y fanáticas que actúan como perros de presa de las élites, principalmente en internet, aquel lugar que empezó siendo un refugio, enarbolan las últimas banderas pretendidamente revolucionarias mientras afianzan con su violencia y acoso al status quo. 

Ya no hay realidad objetiva, ya no hay hechos, ya no hay conclusiones, no hay pasado, no hay historia; todo es una informe marea socrática de deliberaciones estériles y circunscritas a sí mismas donde nunca se alcanza una conclusión plena. Todo es diálogo carente de contenido, deficiente en la forma y desprovisto de trasfondo. Decía Ayn Rand, esa Nietzsche para las masas, que la única idea de valor que había surgido de la filosofía era la siguiente: A es A. Pues bien, digamos A es A. Honremos a Aristóteles. 

La fortaleza es superior a la debilidad. La inteligencia es superior a la estupidez. La cultura es superior a la ignorancia. Aseverar lo contrario es Orwelliano, es proclamar que la libertad es la esclavitud. La homosexualidad es un trastorno del desarrollo cerebral localizado en el tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior generado por la presencia de hormonas incorrectas durante el desarrollo del feto. Esto acontece fundamentalmente por culpa de los disruptores endocrinos a los que nos exponen una alimentación inadecuada y la contaminación. Haciéndoos amar la enfermedad, impiden que os rebeléis contra aquello que la causa. El feminismo no tiene razón de ser. La guerra de sexos ha sido creada artificialmente para sustituir a la guerra de clases. Extenuándoos en una pugna sin sentido, arrebatándoos aquello que más valor tenía: el amor, la seguridad, la familia; se sirven de vosotros y os emplean como esclavos desheredados y sin aspiraciones. 

A menudo he sostenido que la revolución es imposible mientras exista el entretenimiento. A través de las vidas subrrogadas que ofrecen los protagonistas de las series que todos consumen, es sencillo creerse inteligente, exitoso y libre. La realidad es que nacísteis para la servidumbre; y vuestra revolución consiste en lamer con fruición las botas de vuestros amos que os aplastan el rostro. 

Cuando fui a Fnac a comprar una copia de El Manantial, con intención de regalarla, se me dijo, de muy malas maneras, que tal clase de libros no se vendían en aquella tienda. Aquí os dejo un fragmento de esta obra a modo de despedida:

—¿Qué… desea…, Ellsworth? 

—El poder, Peter. 

—Usted siempre dijo… —empezó Keating estúpidamente, y al punto se calló. 

—Yo siempre he dicho eso, en efecto. Clara, precisa y abiertamente. No es culpa mía si usted no lo tomó en cuenta. Yo dije que quería gobernar, como todos mis predecesores espirituales; pero yo soy más afortunado que ellos. Yo he heredado el fruto de sus esfuerzos y seré el único que vea el gran sueño hecho realidad. Gobernaré. 

—¿A quién? 

—A usted. Al mundo. Sólo es cuestión de descubrir la palanca. Si aprendo a gobernar el alma de un solo hombre, puedo conseguir gobernar el resto de la humanidad. Se trata del alma, Peter, del alma. Ni látigos, ni espadas, ni hogueras, ni fusiles. He ahí la razón por la cual los Césares, los Atilas y los Napoleones resultaron tontos y no hicieron nada duradero. Nosotros lo haremos. El alma, Peter, es la que no puede ser gobernada. Tiene que ser rota. Métale una cuña, ponga sus dedos en ella, y el hombre es suyo. No necesita látigo; el se lo traerá y le pedirá que lo azote. Póngalo al revés, y su propio mecanismo obrará en favor suyo. Empléelo contra sí mismo. ¿Quiere saber cómo se hace? Fíjese si alguna vez le he mentido. Mire si no lo ha oído durante años; pero no le quiso prestar atención, y la culpa no es mía, sino suya. Hay muchos procedimientos. 

Éste es uno: haga que un hombre se sienta pequeño. Haga que se sienta culpable. Mátele su aspiración y su integridad. El peor de ustedes anda en busca de un ideal en su propia y retorcida manera. Mate la integridad por la corrupción interna. Predique el altruismo. Dígale al hombre que debe vivir para los otros. Dígale que el altruismo es el ideal. Ninguno lo ha realizado ni lo realizará. Su instinto viviente grita contra eso. Pero ¿no ve lo que consigue? El hombre se da cuenta de que es incapaz de realizar lo que se acepta como la más noble de las virtudes, y esto le da un sentimiento de culpa, de pecado, de su propia indignidad fundamental. Desde el momento en que el ideal supremo es ir más allá de lo que él puede aferrar, desiste de todo ideal, de toda aspiración, de todo sentido de su valor personal. Se cree obligado a predicar lo que no puede practicar. Hay que librar una batalla difícil para poder preservar la propia integridad. ¿Para qué preservar lo que uno sabe que ya está corrompido? Su alma desiste del propio respeto. Entonces estará contento de obedecer, porque no puede confiar en sí mismo, se siente inseguro, se siente impuro. Ése es un camino. 

“Hay otro: destruya en el hombre el sentido del valor. Destruya la capacidad para reconocer la grandeza o para realizarla. Los grandes hombres no pueden ser gobernados. No queremos ningún gran hombre. Neguemos la concepción de la grandeza. Ensalce tipos de obras accesibles a todos, a los más ineptos, y detenga el ímpetu y el esfuerzo de todos los hombres, grandes y pequeños. Ríase de Roark y tome a Peter Keating como a un gran arquitecto, y habrá destruido la arquitectura. Eleve a Lois Cook, y habrá destruido la literatura. Vocifere el nombre de Ike, y habrá destruido el teatro. Glorifique a Lancelot, y habrá destruido el periodismo. No se ponga a destruir todos los santuarios; eso asustaría a los hombres. Conserve a la mediocridad como santuario. 

Hay todavía otro procedimiento: destruir por medio de la risa. La risa, exponente de la alegría humana; aprenda a usarla como arma de destrucción. Es sencillo: diga a la gente que se ría de todo. Dígale que el sentido del humor es una virtud ilimitada. No deje que quede nada sagrado en el alma del hombre, y habrá destruido al héroe.” 

»Y hay, finalmente, otro procedimiento. Éste es el más importante: no permita que los hombres sean felices. La felicidad es un contenido en sí misma y es suficiente por sí misma. Los hombres felices no tienen tiempo y no le sirven a usted. Los hombres felices son hombres libres. De manera que debe destruirles la alegría de vivir. Quíteles todo lo que les sea grato e importante. No les permita nunca que tengan lo que quieren. Hágales sentir que el mero hecho de tener un deseo personal es malo. Condúzcalos a un estado en que decir «yo quiero» no constituya ya un derecho natural, sino algo vergonzoso. El altruismo es una gran ayuda para esto. Los hombres desdichados irán hacia usted. Irán en busca de consuelo, de apoyo, de fuga. La naturaleza no permite el vacío. Vacíe el alma de un hombre, y el espacio queda a merced de usted para ser llenado. Esto es lo más viejo que hay. Mire hacia atrás, en la Historia. Mire cualquier gran sistema de ética que haya surgido del Oriente. ¿No predicen todos el sacrificio de la alegría personal? ¿Bajo todas las complicaciones de la verbosidad, no tienen todos un mismo motivo: sacrificio, renunciación, negación de sí mismo? Mire la atmósfera moral de nuestros días. Todo lo que es motivo de gozo, desde los cigarrillos al sexo, desde la ambición al provecho, todo es considerado como depravado y pecaminoso. Demuestre que una cosa hace feliz al hombre, y ya la habrá condenado. Hemos uncido a la felicidad con la culpabilidad. Y hemos agarrado al género humano por el cuello. Arroje el primogénito al horno, yazca en un lecho de clavos, vaya al desierto y mortifique su carne; no baile, no trate de enriquecerse, no fume, no beba. Todo es la misma línea. La gran línea. Todo sistema de ética que predicó el sacrificio tuvo un gran poder humano y gobernó a millones de seres. Dicen a las personas que alcanzarán una felicidad superior sí dejan todo lo que las hace felices. No tiene que ser demasiado claro en esto. Emplee grandes palabras vagas: «Armonía universal», «Nirvana», «Paraíso», «Supremacía racial», «Dictadura del proletariado». La corrupción interna, Peter. Ése es el camino más antiguo. La farsa ha continuado durante siglos y los hombres caen en ella todavía. 

El hombre que habla de sacrificio, habla de esclavos y amos. Y piensa ser el amo. Pero si alguna vez oye hablar a un hombre que le dice que debe ser feliz, que ése es su derecho natural, que es su primer deber para usted mismo, es porque ese hombre no anda detrás de su alma. Los hombres tienen una arma de defensa: la razón. Córteles ese soporte con cuidado. Pero no niegue francamente. No niegue nada francamente; si no, le descubrirán el juego. No diga que la razón es mala, aunque algunos hayan ido tan lejos con sorprendente éxito. Diga sólo que la razón es limitada. Que hay algo por encima de ella. ¿Qué? Tampoco tiene que ser demasiado claro: «Instinto»,«Sentimiento»,«Revelación»,«Intuición», «Dialéctica materialista». Si llega a un punto crucial y alguien le dice que su doctrina carece de sentido, tiene que estar preparado para contestar. Dígale que hay algo por encima de los sentidos. De ahí que no debe tratar de pensar, sino de «sentir». Él debe «creer». Suspenda la razón y juegue a su manera. La cosa marcha de cualquier manera que usted lo desee y cuando lo necesite. Ya lo ha conseguido. ¿Puede gobernar a un hombre de pensamiento? No queremos a ningún hombre de pensamiento. Keating se había sentado en el suelo, junto al tocador. Quería sentirse más seguro apoyado en él, como si todavía estuviera allí guardada la carta que había entregado. 

—Peter, ya lo ha oído. Me ha visto a mí practicando durante diez años. Habrá visto que todo el mudo lo practica. ¿Por qué está disgustado? No tiene derecho a estar sentado ahí y clavarme la vista con la virtuosa superioridad de un ser ofendido. No lo está. Usted ha tenido su participación. Tiene temor de ver hacia dónde va. Yo no temo. Se lo diré. Conduce al mundo futuro. A un mundo de obediencia y de unidad. A un mundo en que el pensamiento de cada hombre no sea su propio pensamiento, sino un intento de adivinar el pensamiento del cerebro del vecino, que no tendrá pensamiento, sino el deseo de adivinar el pensamiento del vecino más próximo, que no tendrá pensamiento…, y así sucesivamente, Peter, en todo el globo. Un mundo donde ningún hombre tendrá un deseo para sí mismo, sino que dirigirá sus esfuerzos a satisfacer los deseos de un vecino que no tendrá deseos, salvo para satisfacer los deseos de otro vecino que tampoco tendrá deseos. 

Un mundo con un solo corazón, al cual se le dará impulso a mano. Con mi mano y las manos de unos pocos, muy pocos hombres como yo. Aquellos que saben qué es lo que los mueve a ustedes. ¿Conoce el destino de las criaturas que son traídas a la luz desde el fondo del mar? Eso en cuanto a los futuros Roark. El resto sonreirá y obedecerá. ¿Se ha dado cuenta de que los imbéciles siempre sonríen? El primer fruncimiento del entrecejo es el primer toque de Dios en nuestra frente. Es el toque del pensamiento. Pero nosotros no tendremos ni Dios ni pensamiento. Solamente votación por sonrisas. Palancas automáticas…Que todos digan sí… Ahora, si usted fuera un poco más inteligente, como su ex esposa, por ejemplo, me preguntaría:«¿Qué será de los gobernantes? ¿Que será de mí, Ellsworth Monkton Toohey? Y yo diría: «Sí, tiene usted razón. Yo no haré nada más que su deseo. No tendré propósitos, salvo el tenerlo contento. Mentirle, halagarlo, alabarlo, inflar su vanidad. Hacer discursos sobre el pueblo y el bien común.» 

Peter, mi pobre amigo, yo soy el hombre más altruista que usted haya jamás conocido. Yo tengo menos independencia que usted, a quien he forzado a vender su alma. Usted ha empleado a la gente, al menos, por el provecho que podía sacar para usted mismo. No quiero nada para mí. No tengo propósitos personales. Quiero el poder. Quiero mi mundo futuro. Que todos vivan para todos. Que todos se sacrifiquen y que ninguno se aproveche. Que todos sufran y que ninguno goce. Que el progreso se detenga. Que todo se estanque. Que en el estancamiento haya igualdad. Todos subyugados al deseo de todos. La esclavitud universal, sin siquiera la dignidad de un amo. La esclavitud por la esclavitud. Un gran círculo y una igualdad total. El mundo futuro. 

—Ellsworth…, usted está… 

—¿Loco? ¿Teme decirlo? Ahí está sentado usted, y la palabra está escrita encima, como una última esperanza. ¿Loco? Mire en torno suyo. Tome cualquier diario y lea el encabezamiento. ¿No está llegando? ¿No está ya aquí? ¿No se lo dice cada cosa? Todo lo que yo he dicho está contenido en una sola palabra: colectivismo. ¿Y no es ése el dios de nuestro siglo? Actuar juntos. Pensar juntos. Sentir juntos. Unirse, estar de acuerdo, obedecer. Obedecer, servir, sacrificarse. Dividir y conquistar, primero. Unir y gobernar, después. Al fin hemos descubierto esto. ¿Recuerda al emperador romano que quería que la humanidad tuviera una sola cabeza para cortársela? La gente se rió de él durante muchos siglos. Pero la risa ha terminado. Hemos cumplido lo que él no pudo cumplir. Hemos enseñado a los hombres a unirse. Esto hace que el cuello esté listo para la soga. Hemos encontrado la palabra mágica: colectivismo. Un país está dedicado a cumplir la proposición de que el hombre no tiene derechos, que lo colectivo es todo. A lo individual se lo considera como el mal, a la masa como a Dios. Ésta es una versión. 

Hay otra. Un país está dedicado a cumplir la proposición de que el hombre no tiene derechos, que el Estado lo es todo. Ningún motivo, ninguna virtud se permite, salvo que sirva a la raza. O estoy desvariando, o es la fría realidad de dos continentes ya. Observe el movimiento de pinzas. Si está harto de una versión, acuda a la otra. Están bajo nuestro dominio. Hemos cerrado todas las puertas. Hemos fijado la moneda Cabezas-colectivismo, y colas-colectivismo. Combata la doctrina que degüella al individuo con otra doctrina que degüella al individuo. Entregue su alma a un concilio o entréguesela a un líder. Pero entréguela, entréguela, entréguela. Mi técnica, Peter, ofrecer veneno como alimento y veneno como antídoto. Deles a los tontos una elección, déjelos que tengan sus diversiones, pero no olvide el único propósito que tiene que cumplir. Destruya al individuo. Destruya el alma del hombre. El resto seguirá automáticamente. Observe el mundo en el momento presente. ¿Cree todavía que estoy loco, Peter? 

Keating estaba sentado en el suelo con las piernas abiertas. Levantó una mano y se observó las yemas de los dedos; después se llevó uno de ellos a la boca y se arrancó un pellejo. Toohey se hizo cargo de que no debía esperar ninguna respuesta; dio una palmada de resignada conclusión sobre el brazo del sillón. 

—Gracias, Peter —dijo gravemente—. La sinceridad es algo difícil de desarraigar. He pronunciado discursos ante grandes auditorios en mi vida. Éste ha sido el que nunca tuve ocasión de pronunciar.