Tuve un compañero de trabajo italiano de alta alcurnia y dedicado a la moda que me dijo que, de todos las ciudades europeas en las que había estado, en ninguna había visto peor gusto vistiendo que en la clase alta de Madrid.
Lo ves también en urbes de la costa mediterránea y La Mancha o en Granada, Córdoba y Sevilla. Y es que desde lo estético, aunque podría aplicarse también a lo cultural (sus gustos musicales por ejemplo son vomitivos), cabe preguntarse si hay algo más casposo y RADICALMENTE FEO que la clase alta española.
La estética pija hispana sigue siempre una regla muy sencilla: "Péinate y vístete de tal modo que si te cogiesen aleatoriamente por la calle, entre una muestra de cien personas, siempre serías el último al que cualquier viandante prestaría 100 euros".
La magia de encontrar la ropa más insulsa al precio más alto, la obesión por parecer 20 años más viejo de lo que eres, la homogeneidad robótica en los cortes de pelo, ese vestirse que no sabes si vas a cazar perdices o a un cóctel...
Horteras, carentes de cualquier atisbo de contemporaneidad y cosmopolitismo, la clase con menos clase de todas las clases altas de Europa. Llevan siglos heredando y siguen pareciendo nuevos ricos a los que les tocó ayer la lotería.
La máxima es sencilla: "entre el estilo y que quede claro que tienes pasta, elige siempre lo segundo".
Una de sus consecuencias más temibles es la aspiracional que han provocado y que es casi igual de sangrante: el pijo cani.
Contrario a lo que la logica nos llevaría a pensar, que más dinero implica más variedad al tener más entre lo que elegir, el cayetano clásico se caracteriza por una tendencia al riesgo cercana al cero y cae en rasgos formales extremadamente aglutinadores y homogéneos: marcas grandes que se vean bien, bolsos infames, perlas, fachalecos, relojes gigantes, castellanos y náuticos, pantalones de montar, flequillitos borjamari, pantalones apretados esterilizantes, rayos uva hasta el melanoma...
No se les puede negar coherencia: visten como piensan.