Mi relación con la muerte

Hemos creado una sociedad en la que ya no se ve la muerte por todas partes. Por suerte. Pero la vida, en su sentido más biológico, es una lucha constante contra la muerte, de tal modo que hay tantas posibilidades de que mueras, tantas maneras posibles de morir, que seguir vivo es una auténtica fortuna, una suerte, prácticamente algo que celebrar. Así es como viven los animales, esquivando a la muerte día a día, especialmente los salvajes. Pueden morir de inanición, de deshidratación, de una herida infectada, de intoxicación, de que los mate otro bicho más grande...

Por suerte, nosotros no. No en este país y no en esta época. No tengo claro como será en Etiopía, así que no voy a hablar de lo que desconozco. Pero aquí hemos conseguido ensamblar una sociedad en la que morirse ya no es la norma, es la excepción. La muerte neonatal se ha reducido muchísimo, las muertes en el parto, gran parte de enfermedades que históricamente eran mortales ahora son simplemente una molestia. Y eso, es bueno. Pero no deja de tener sus efectos secundarios un cambio tan rápido a nivel vital en lo que es la evolución y adaptación de la especie. Y hay dos efectos secundarios que me interesa destacar, porque creo que liberándonos de ellos, seríamos mucho más felices.

Por un lado está el stress. Es una respuesta orgánica necesaria en un mundo en el que puedes morir en cualquier momento. Es lo que te permite no caer bajo las garras del bicho más grande, es lo que te permite estar atento de qué estás comiendo, es lo que te incita a buscar comida. Te estimula como la anfetamina. Y eso, en la naturaleza, es fantástico. Ahora bien. Es completamente innecesario en un mundo en que tus probabilidades de morir “naturalmente” no son tan elevadas. Por eso cuando voy por un Centro Comercial vacío (si tengo que ir a uno de esos templos del consumismo procuro hacerlo entre semana y a la hora de comer) y veo a una persona metiéndose en dirección contraria para conseguir llegar a un sitio, en un pasillo en que hay 5 sitios libres, dejando las ruedas marcadas, y veo que no es que esté fardando de coche ni de conducción, siento que es su stress el que le ha dicho al oído: “estamos en una situación de vida o muerte, aparca rapidísimo o vas a morir”. Porque avanzar 4 metros, o meterse por donde se metió, pero despacito, quizás la hubiera retrasado un tiempo en torno a los 30 segundo o 1 minuto.

A mi me pasa. Y más ahora que el stress y la ansiedad se han elevado exponencialmente en la sociedad y los individuos. Y he implementado una medida, simple pero efectiva, por lo menos para mi. Cuando tengo la suerte de ir caminando, trato de no cruzar los semáforos en rojo. Trato de forzarme a esperar, aunque la calle sea estrecha y no vengan coches, trato de decirme a mi misma: “no es algo de vida o muerte”. Y me funciona bastante bien. Lo intento hacer también cuando trabajo, aunque es más complicado: entregas pendientes, clientes pesados, temas administrativos, fiscales, labor comercial... Pero cuando me siento abrumada o siento que pierdo el control me digo a mi misma: “no es algo de vida o muerte”. Nadie ha muerto por declarar tarde el IVA. ¿Una multa? Sí, jode pero no mata. ¿Una inspección? Bueno igual te mata el infarto cuando te llega la carta negra de Hacienda. Pero no lo hará si cuando llega piensas “No es algo de vida o muerte” y respiras y consigues que tu corazón no rebote en tu caja torácica hasta partirse.

Y así todo se vuelve más ligero, asequible y accesible. Van a seguir cayéndote palos por todas partes, porque hemos conseguido una sociedad sin muerte por las calles pero tampoco la Arcadia Imaginada. Y porque creo que en general tendemos a hacer todavía más difícil lo que no es fácil. A base de agobiarnos, a base de visualizarlo en nuestra mente como la más pura agonía. A mi me pasa. Pero pienso “no es algo de vida o muerte” y hago una lista de cosas a hacer y van saliendo. Pim Pam pum.

El otro tema, es, simple y llanamente que de no ver la muerte nos olvidamos de la muerte. Y cuando la muerte viene, nos pilla por sorpresa, nos destroza, nos desgracia. Y es normal estar triste cuando alguien se muere, pero para superarlo, hay que asimilarlo. Y no conocerla, no tenerla naturalizada, no ayuda. Yo a mis casi 40 años, hace un siglo, ya hubiera lavado y vestido algún cadáver de algún familiar, y habría velado muchos más. Hubiera visto Y OLIDO, muchos cuerpos en descomposición inicial. Sinceramente, no lamento para nada que eso ya no pase. Es una experiencia que agradezco ahorrarme. Pero el tema es que hemos sustituido las viejas tradiciones por protocolos higiénicos: el cadáver desaparece lo más rápido posible de la casa (a veces ni siquiera, ya se muere en el hospital) en una bolsa higiénica, y se guarda en un cuarto adyacente, refrigerado, aislado; y la mayor parte de las veces cerrado. Para que no nos llegue su olor, ni las posibles enfermedades que provienen del contacto con cadáveres. Y en el caso español, normalmente se hace una misa, en un elevado porcentaje de las veces, dada por un cura desconocido para todos, que habla las bondades de una persona a la que no conoce, y celebra el mismo rito monótonamente y sin amor. Es una relación demasiado “lejana” para reconciliarse con un concepto tan complejo como es la muerte. Que es una sensación de vacío insondable, una especie de arcada silenciosa cuando te toca de verdad, de cerca. Que te hace plantearte tu pequeñez frente a la eternidad, lo estúpidamente biológico de esta estructura de músculos, huesos, piel y órganos que somos, y que sólo hay una oportunidad para disfrutar la vida en ese breve intervalo en que esa estructura mantiene su delicado equilibrio antes de sucumbir a la entropía y convertirse en un conjunto de sustancias informe.

Por suerte esto está cambiando y cada vez hay más personas que incluyen en sus rituales funerarios, ya sean religiosos o ateos, momentos de comunión con la muerte, momentos de hablar de ella, momentos rituales en los que se habla del muerto. Porque no es lo mismo estar en un corrillo hablando de lo buena que era que hacerlo delante de todos, no se siente lo mismo. Somos un país con vergüenza de hablar en público, pero yo creo que a veces hacer las cosas así, a lo grande, hacia fuera, es de lo más liberador. Envidio los funerales anglosajones (los de las pelis, he estado en bodas yankis pero aún no en funerales) y las de otros países, porque creo que ayudan mucho a superar el duelo. Y la idea de funerales en vida, me parece maravillosa. Porque al final lo que se celebra en un rito funerario es LA VIDA. Y la vida no existe sin muerte. Y aprender a lidiar con la muerte es algo importante para cualquier persona adulta, pero es muy complicado aprender a lidiar algo si no lo ves, si no te puedes enfrentar a ello. Se convierte en algo que llega y arrasa.

Mis padres tienen pavor a la muerte. Y el hecho de que yo diga que el saber que puedo morirme por mi propia mano, en caso de que la vida se me hiciera insoportable, es para mi un alivio y un aliciente para seguir adelante, aceptar retos, arriesgar. Porque si me equivoco, si me equivoco fatal y llego a un agujero sin salida por la angustia, siempre puedo acabar con todo. Y eso me hace esforzarme por hacer de mi vida la existencia más feliz posible, porque, si no estoy bien, ¿para qué voy a vivir? Por eso aprecio que se avance hacia una ley de la eutanasia que permita que, si yo no puedo llevarlo a cabo físicamente yo sola, por estar impedida, la persona que me ayude no se exponga a una condena innecesaria.

Todo esto lo llevo rumiando también un tiempo con respecto al coronavirus, y creo que si bien es una situación complejísima, a mi me resulta más fácil llevar la vida adelante, si recuerdo que en la naturaleza la muerte no es la excepción de la norma, que el sistema tiene como tendencia la entropía, que nosotros, la vida, somos la feliz excepción de esa entropía, y que, en una pandemia, lo normal, es que muera gente. Mucha. Y que no estar muriendo todos es una suerte, y que por eso tenemos que seguir luchando: ponernos la mascarilla, higienizarnos, mantener la distancia, para seguir siendo esa excepción, para que se mantenga lo máximo posible. Creo que es simplemente un cambio de enfoque, pero a mi me ayuda Porque sí, está muriendo muchísima gente, pero si no estuviéramos en esta sociedad y con estos avances, moriría mucha más (incluso sin covid-19), o sea que somos una alegre excepción, porque permanecemos un día más. Porque si no hubiera la temperatura, la concentración de oxígeno, los elementos, la distancia al sol, etc que hay, si algunas de esas variables hubieran sido diferentes, no habría humanos, ni plantas, ni animales, sólo habría átomos chocándose, masas informes de sustancia. Y sin embargo, se han juntado las condiciones únicas adecuadas para que tú, todos y todas nosotras, estemos aquí. El coronavirus no es lo excepcional. La vida es excepcional, y por eso no sólo hay que cuidarla, sino también agradecerla y celebrarla.

¿Cómo lidiais, MNM, con la muerte? ¿Cómo os enfrentáis al vacío existencial? ¿Qué herramientas tenéis para rebajar el stress y que no os explote la cabeza? A cada persona le funcionan las suyas. Yo aquí, os ofrezco lo que a mi me ayuda a ser feliz. Poco a poco aprendiendo, avanzando...