A veces la piedra que falta es la que forma las letras en la losa. No es necesario añadir nada, sólo retirar material, y a medida que se retira, la obra va cobrando sentido.
Eso, creo yo, es lo mejor que tenemos que celebrar de la presidencia de Donald Trump y eso, creo yo, es algo que estamos pasando por alto con demasiada facilidad.
El hecho de que el actual Presidente de los EEUU sea un zafio, machista, racista y bocachancla, no nos debería hacer olvidar una serie de factores que me parecen del máximo interés:
-La clase de enemigos que tiene. Si la gente que lo apoya es inquietante, ¡manda carajo el miedo que da la gente que lo odia! ¿De veras os gustaría quedar en manos de todo ese stablishment de políticos de cinco generaciones que lo odian? ¿De veras apoyaríais a sus adversarios de Wall Street? Porque él es chungo, pero las otra opción es de cagarse. Sin paliativos.
-La presidenta que NO padecemos. No lo olvidemos tan pronto. El chiflado de la torre Trump nos ha ahorrado tener que padecer a la psicópata Clinton como presidenta de la primera potencia mundial. Y presidenta de una máquina engrasada y coordinada para imponer la violencia en medio mundo. En cambio, este tipo, ha permitido que los rusos acaben la guerra de Siria, ha permitido que se concluya la guerra en Irak, ha dejado de apoyar a un par de facciones de la guerra civil en Libia, y no ha iniciado, ni de lejos, ninguna guerra. La burla de decir que su flota iba a Corea del Norte cuando en realidad iba a Australia es un buen ejemplo de su carácter: ser más bocazas que el zoquete norcoreano. Pero nada de guerras. De momento. ¿Creéis que la Hillary hubiese aumentado tanto los puntos de paz mundial como Trump? Porque Trump lo ha hecho. El mundo real es mucho más pacífico desde qué el está.
-Las chorradas que NO escuchamos. Algunas ofensivas sociopolíticas contra la libertad de las personas estaban, a mi parecer, planificadas para ejercerse a escala mundial. Esta década iba a ser la del triunfo absoluto de lo políticamente correcto, de la ley mordaza, el delito de odio, el delito de género, el delito de apología... Todas esas cosas, en suma, que sustituyen al viejo concepto de censura y que construyen una sociedad en la que, todo lo que no está prohibido, es obligatorio. Un somero análisis de los movimientos de ingeniería social indican que la cosa iba y va en ese sentido, pero perder por el camino una pieza como los Estados Unidos está dificultando enormemente la agenda de los defensores del pensamiento correcto único.
En resumen: que lo más importante de los puestos y lugares que ocupa Trump y su banda es la persona o el grupo de presión que NO los está ocupando en su lugar.
Por ello, cuando alguien me pregunta si me alegro de que ganase la presidencia, lo primero que me sale es responder que no. Luego caigo en la cuenta de contra quién se presentaba, o contra quién se presentará en la siguiente ronda electoral, y tengo que responder que sí. Que me alegro. Y que a lo mejor lo cabal y progresista es apoyarlo de nuevo en el futuro.
¡Qué jodidos estamos, vive Dios!