Matar al mensajero (II): que no se hable de lo importante

El caso descrito en el artículo anterior (ver), es uno más de tantas personas anónimas o célebres que han dado su vida por defender la verdad de los hechos y denunciar crímenes e injusticias. Hay una larga lista de activistas que han sido represaliados por defender los derechos humanos más elementales. Por exponer crímenes de guerra, genocidios, delitos contra el medio ambiente, y atentados de toda índole.

Lo que me gustaría destacar en este artículo no es, paradójicamente, lo que revelan estas personas sino cómo llegan al público sus revelaciones a través de los medios de comunicación. Es necesario comprender que el tratamiento mediático que se hace de esto es generalmente interesado y muchas veces corrupto, desviando la atención de lo verdaderamente importante, ya que se pone muy frecuentemente el foco sólo en el/la denunciante y no sobre lo que denuncia. Se mira al dedo que señala y se ignora deliberadamente la luna.

Centrarse en aspectos personales del denunciante, obviar los hechos denunciados.

Cuestionar al mensajero y por lo tanto desacreditar el mensaje que trae no es sino una estrategia discursiva que se retrotrae a la antigüedad, es una falacia lógica. Concretamente una falacia ad hominem (del latín “a la persona”), es decir, contra el sujeto que hace una afirmación.

Tenemos que ser conscientes de ello porque lo vemos cada día al encender la televisión o visitar un periódico digital. Está, desde luego, presente en los casos más mediáticos.

Por esta lógica, si el sujeto que revela la información fuera cuestionable, la información también lo será. Muchas veces se le desacredita profesionalmente y otras por su vida privada (por su forma de vestir, por su corte de pelo, por su ideología, por sus preferencias sexuales, etc).

Si esto no fuera suficiente, en muchas ocasiones se crea un caso deliberadamente sobre el informante para después utilizarlo como argumento en su contra. Si hace falta se le convierte en un delincuente, se le encarcela y después se le condena judicial y mediáticamente, desviando completamente la agenda, convirtiendo al informante del caso en el caso en sí mismo.

El acusado es la víctima.

A veces, cuando las revelaciones de quien trae el mensaje apuntan a una persona relevante, a un gobierno, a una corporación, etc, si los hechos no son fácilmente refutables, es frecuente ver como se victimiza al denunciado y se invierte la carga de la prueba.

Es sorprendente cómo un tratamiento informativo constante en este sentido es capaz de desviar tanto el tema de fondo que acaba por “desaparecer” y hacernos olvidar por qué empezó todo.

La noticia se convierte en prensa rosa y amarilla.

Es muy frecuente leer una crónica política y encontrarse que, por ejemplo, un debate en el congreso de los diputados es noticia el calificativo que utiliza un político, la ropa que llevaba, lo que desayunó esa mañana o lo bronco que habló desde la tribuna, pero del debate en sí ni media palabra. En este sentido cuando se habla de los informantes que desvelan algo importante, el uso de determinadas palabras y calificativos no es un asunto menor. La forma de describir a los personajes y de presentarlos es una manera de conformar un perfil en una dirección determinada.

Podemos poner infinitos ejemplos, que si los analizáramos veríamos como tácticas de desinformación de manual. Lo hemos visto en política en miles de ocasiones: cuando Grecia dio la batalla política contra Bruselas en 2015, se habló más de la chaqueta y la moto de Varoufakis que de las negociaciones de la Unión Europea. Cuando en España surgió con fuerza Podemos, se habló más del pelo y las camisas (y de la casa) de Pablo Iglesias que de sus propuestas y políticas. Cuando salió a la luz el caso Bárcenas (nótese en el propio título del la distorsión del argumento), se habló más del tesorero que de la organización o de la trama.

También tenemos presentes los casos internacionales más sonados de la última década: las revelaciones de Wikileaks sobre los crímenes de guerra de EE.UU y los cables diplomáticos, a través de Julian Assange y Chelsea Manning, el espionaje masivo de la ciudadanía y el registro metódico del gobierno norteamericano a escala planetaria filtrado por Edward Snowden, la conspiración para aprobar la invasión y justificar la guerra de Irak revelada por Katharine Gun, por citar algunos ejemplos, cuyo resultado, no ya de las revelaciones en sí, sino del tratamiento mediático sobre ellas y las consecuencias sobre los denunciantes, han puesto en entredicho que nos hallemos viviendo en países democráticos. Es, desde luego, un certero aviso a navegantes.

Indefensión.

Permitir que esto ocurra, que siga ocurriendo, o simplemente darnos cuenta de que no disponemos de mecanismos para defender a estas personas que han actuado en pos del bien común, o para defendernos como sociedad del tratamiento de la información, nos tiene que hacer reflexionar seriamente sobre el estado de nuestro papel en la sociedad.

A finales de 2018, la Unión Europea tramitó una ley para regular la protección a los informantes, a las personas que denuncian casos de corrupción.“The whistleblower directive” (la directiva chivato o filtrador) ha sido un primer paso, aunque se consideró insuficiente y vaga por parte de asociaciones de periodistas. La realidad es que la sociedad civil no sólo tiene que estar alerta en cuanto a la protección de estas personas se refiere por parte de quienes se denuncia, sino también, y más activamente en defenderlos de los propios periodistas y medios de comunicación que conspiran desde su propio gremio para desacreditarlos y mantenernos a los demás felizmente desinformados.

  • imagen artículo: "Julian Assange Supporters — Embassy of Ecuador, Knightsbridge, London" by Marshall24 is licensed under CC BY-NC-ND 2.0.