Creo que no me equivoco al afirmar que todos, o prácticamente todos los padres del mundo , desean lo mejor para sus hijos. Todos coinciden en el anhelo de una vida plena y dichosa para sus descendientes. Es completamente normal y lógico desear esto cuando se ama de una forma tan intensa y genuina.
Sin embargo, también es una realidad la existencia de padres y madres que bien, consciente o inconscientemente, proyectan en sus hijos sus deseos, aspiraciones y proyectos frustrados. Este comportamiento parental es cuanto menos tóxico y dañino para la autonomía de los hijos, además de irrespetuoso y desconsiderado. Al actuar de esta forma se niega la identidad propia y se priva del derecho de autorrealización, de autodeterminación.
Con bastante más frecuencia de la que me gustaría he escuchado y escucho a padres y madres lanzar mensajes de lo que le tiene que gustar a sus hijos, de lo que tienen que realizar y en lo que tienen que destacar. Y claro, está la excusa perfecta del es por tu bien, pero no cuela. No es por su bien, es por el de sus padres. Desde luego que tenemos el deber de velar por la integridad y seguridad de nuestros hijos, más aún cuando son pequeños y todavía no cuentan con los conocimientos y capacidades necesarias para autogestionarse por completo. Pero esto no significa que elijamos por ellos y decidamos lo que deben ser.
Por su bien es enseñarles los riesgos y peligros de la vida, las dificultades que pueden surgir en el camino, las actitudes que más pueden beneficiarles. Por su bien es permitirles que intenten una y otra vez y que se equivoquen, que cambien de parecer, que experimenten el éxito pero también el fracaso, que elijan y decidan por sí mismos lo que quieren ser y hacer y como lo quieren lograr.
Adueñarse o intentar adueñarse de la capacidad de decisión y elección no es propio de una educación basada en el respeto ni mucho menos. No podemos arrebatarles su derecho a construir su propia vida, a vivirla a su manera. No podemos cercenar el valor de la libertad de elegir ser uno mismo y no lo que los demás quieren que sea. Tenemos que ser lazarillos no usurpadores. Nuestra misión es conseguir que disfruten con su vida, con lo que son, con lo que hacen, con lo que piensan y con lo que sienten.
El sistema educativo también debe considerar la responsabilidad que tiene en este sentido. Como agente socializador debe apostar por un modelo inclusivo, en el que se tengan en cuenta, valore y acepte las características y necesidades de cada niño y niña. La escuela debería fomentar la creatividad y no marchitar la potente imaginación de los infantes. En mi opinión, el modelo educativo que se sigue aplicando en prácticamente todos los centros educativos ha quedado obsoleto. No garantiza una educación respetuosa con las potencialidades y habilidades personales sino que aplica un método que simplifica el éxito en la mera adquisición de conocimientos estandarizados. Y de esta manera se evalúa a todos los alumnos ( un conjunto heterogéneo ) con un mismo estándar o medida( una herramienta homogénea ), y si no logras cumplirla el sistema te limita y te dice que no eres capaz. Así de insolente es el sistema educativo.
Como muy bien dijo el gran Albert Einstein," todos somos genios pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil".
El objetivo al fin y al cabo es que sean capaces de moldear su existencia y arbitrar su vida. Una vida en la que persigan sus aspiraciones y luchen por lograr lo que se propongan. SUS ideas, SUS anhelos , SUS intereses y pasiones, SUS preferencias y voluntades. SUS miedos y debilidades, SUS fortalezas y habilidades. SU identidad.
Sus y no nuestras, porque aunque sean nuestros hijos ellos son dueños de su propia vida. Esa vida que les brindamos un dia y que solo les pertenece a ellos.
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