Un anciano nazi que entrevisté hace veinticinco años decía que le encantaba ver películas modernas en las que ellos seguían siendo los malos, porque para malo no vale cualquiera. Los coreanos no duraron una mierda y a Darth Vader no lo vistieron de vietnamita. Por algo sería.
Entonces me pareció una broma chunga de un tío chungo, pero a medida que pasan los años me voy convenciendo de que había una profunda verdad en aquel falso chiste: que necesitamos malos duraderos, coriáceos, resistentes, que no se amilanen ante nuestras críticas ni se vuelvan bonachones ante la primera lagrimita de sus enemigos.
Lo necesitamos por salud social, como la crueldad de los cuentos tradicionales, por salud mental, como las películas de miedo, por salud emocional, como los pecadores castigados de todas las religiones.
El último malvado de la iconografía popular es Donald Trump. Un tío que simplemente es feo, caradura y antiestético, y precisamente por eso tan americano, tan chabacanamente democrático. Da igual lo que haga o lo que diga: es el malo y debe ser abucheado.
Su última hazaña es aparecer como perdedor en un informe que no ha encontrado ni ua sola prueba de que conspirase con los rusos a favor de su capaña electoral. El tema ya es por sí mismo un chiste en un país que se ha pasado la vida conspirando en las campañas electorales, o los golpes de Estado, de los demás, pero es que no le han encontrado nada en absoluto, salvo su poca disposición a que le tocasen los huevos casi tres años después de su victoria. Y su ironía sobre lo jodido que está se ha convertido en portada en medio mundo. ¿Por qué? porque medio mundo desea que este jodido. Por el motivo que sea. Por el informe del fiscal, por hemorroides o por apolplejía. Pero que esté jodido.
Quizás, por la multiplicación de medios y autores de la era deinternet, se ha escrito más contra Trump que contra Hitler y Stalin juntos. Pero no nos engañemos: Trump no es un malo de verdad. No sirve para malo. Dentro de uno o cinco años, lo olvidaremos como el tonto aquel que llenaba páginasenteras con sus malos modales y sus promesas cumplidas menos que a medias.
Porque los malos de verdd, hoy en día, sonrién y regalan caramelos. Los malos de verdad, en nuestro tiempo, son lo que nunca lo parecen.
En nuestro tiempo, ser malo y parecerlo es un contrasentido. Sólo parecen malos los idiotas. Los malos de verdad hacen donaciones, besan niños y predican libertades.
De eso va. Y como no es un cuento infantil, casi nadie se entera.