La mala educación III: memoria y repetición

De un tiempo a esta parte he estado dándole vueltas al tema educativo; me toca cerca y es cosa no poco importante. Hace unos meses escribí la primera parte y hace unas semanas, la segunda. Hoy retomo el tema, pues hay mucho de lo que hablar. Una de las ofensivas de la nueva ley educativa (LOMLOE) se libra contra la memoria. Sobre esto escribiré.

No es ningún secreto que la memorística ha estado en el punto de mira del actual gobierno. El ex ministro de Universidades, Manuel Castells, señalaba que «el componente memorístico de la educación tiene cada vez menos sentido, entre otras cosas porque la información está toda en Internet». Siguiendo esta idea, la educación se orientará hacia un «aprendizaje competencial» en sustitución de un conocimiento enciclopédico considerado vetusto. Los principios rectores de este modelo pedagógico parten de una concepción del mundo como algo cambiante e inestable; de un futuro que es incierto e insondable que, en consecuencia, necesita de transformaciones constantes. En este contexto, el pasado deja de ser necesario porque la vertiginosidad de los tiempos actuales no admite lo calificado como obsoleto y la memoria se vuelve, por tanto, innecesaria.

Sin embargo, la memoria es algo más que una sucesión de conceptos e ideas; es una herramienta de interacción. Negársela a los estudiantes supone despojarles del mecanismo ideal de comunicación humana.

La memoria es el canal comunicativo de la tradición; ese que habilita la sabiduría generacional al poner a nuestro alcance las creencias, normas, valores y objetos de antaño. Por medio de ella, mantenemos un diálogo con nuestros antepasados y nuestros contemporáneos, con los que compartimos los significados extraídos formando una especie de conciencia colectiva que legitima nuestras formas de vida, credos y códigos existentes. La religión, la familia, la amistad, la moral, la identidad, la ley o la economía son, en última instancia, memoria.

Construimos nuestro propio ser sobre ella. Decía Ortega que «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». La circunstancia son los accidentes de cada uno, de los que se extrae la cultura. Se trata de sacar el sentido de cada accidente, de cada circunstancia, pues en su sentido está el todo. Según Ortega, la tarea de la cultura es sacar el significado de lo que nos rodea. Y la cultura es memoria.

Para su desarrollo se necesita recurrir a la repetición, que es la técnica que se utiliza para su perfeccionamiento. Esta se encuentra también en el ojo del huracán educativo porque lo reiterativo nos remite al pasado. El problema aquí se origina porque se confunde repetición con rutina, que son cosas bien diferentes. En la primera existe reflexión y conciencia, la segunda adolece de ella por su carácter mecanicista.  Repetir otorga validez en el tiempo a aquello que se ha aprendido; proporciona estabilidad al considerar que lo estudiado es imperecedero. Curiosamente lo que genera rutina es esa necesidad de actualización constante que impregna la LOMLOE, pues es ese proceso de reciclaje sin fin el que trivializa el conocimiento. Byung-Chul Han dice que «Lo nuevo enseguida se banaliza convirtiéndose en rutina. Es una mercancía que se consume y que vuelve a desencadenar la necesidad de lo nuevo».

El ser humano ha sido definido de múltiples formas. La mayoría creen que es homo sapiens; algunos, homo faber y unos pocos, homo ludens. Cabría pensar si acaso no seremos homines recordantes; nuestra esencia es precisamente la capacidad para recordar y, sobre ella, desarrollamos todas las demás: con memoria sabemos, trabajamos y jugamos.

No deja de ser curioso que los promotores de esta nueva educación sean gentes que no tienen reparo alguno en llevar a sus hijos a centros donde sí parece que continuarán, si se les permite, con estas vetustas prácticas. En parte entiendo el interés, el gobierno tiene ahora mismo en el horno la llamada Ley de Memoria Democrática. Imagino que querrán que sus retoños adquieran aquello necesario para entenderla, pero me sorprende que se les pretenda negar a los demás el acceso a este tipo de recursos. Uno podría pensar que hay intencionalidades maliciosas, pero no somos capaces de concebir eso ¿no?