Este es un debate que se repite recurrentemente en los medios de comunicación y en las redes sociales, y que tiene que ver con el rechazo que generan ciertos chistes o bromas hacia individuos o colectivos. Pero es falso porque, en mi opinión, se basa en una premisa incorrecta. Se debate cuál es el límite del humor o si debe tener siquiera límites. La falsedad reside en que el objeto del debate no es el humor, es la ofensa. El humor es mucho más. Lo hay de distintos tipos y con distintos ingredientes.
El humor contiene también la ofensa, pero no toda ofensa es humor. La afrenta y el insulto tiene distintos grados, por eso se hacen distinciones sobre ellos. Se ha desviado el debate hacia este concepto para crear interesadamente confusión en favor de quienes lo promueven. Porque el humor es en parte precisamente el límite que diferencia la percepción de una ofensa, y apela a lo más profundo del trato humano, social, estético y de la comunicación entre diferentes.
No se trata aquí de desvirtuar el mal gusto, el humor negro o cualquier otra variante para imponer un sesgo moral hacia un humor blanco, por ejemplo, sino de saber interpretar y dirimir el verdadero objeto del debate.
- - "¡Tienes la cara de una sucia marrana!"
- - "¿Es que tanto me parezco a tu hermana?"
· Ofensa y réplica. Imagen "Duelo en el Bois de Boulogne en 1874". Dominio público >
Diálogo
Los que rigen este falso debate de los límites giran su argumentación en torno a las bromas o los chistes. Lo suelen centrar en si el objeto de éstos sabe o no aceptar el “humor”. Cuando se acepta, para ellos funciona. Cuando no se acepta, entonces se carga contra el aludido por no haber sabido encajar la broma. Se da una paradoja: ahora el ofensor pasa a ser el ofendido.
Éste llama al otro despectivamente “ofendidito” porque su burla no es recibida de buen grado. Es decir, en este debate no se cuestiona al emisor o al mensaje sino al destinatario. Digamos que el propio “agresor” (verbal, se entiende) culpa a la "víctima", y olvidamos por qué se inició la confrontación.
Este efecto rebote se da porque hay una réplica. Y esto es algo relevante, ya que el humor es generalmente un diálogo. Si el aludido no tiene capacidad de respuesta, por algún tipo de indefensión, se encuentra excluido. La clave que se quiere desviar de nuestra atención es que: el hacer un juicio sobre algo que concierne a un tercero está sujeto siempre a una réplica o a una reprobación, al igual que cualquier actuación pública está sujeta a la crítica.
No es sólo una cuestión del punto de vista.
Cuando se hace una broma existe ánimo de congeniar, o tal vez de despreciar, puede ser amable, puede no serlo, pero en definitiva existe una intención, cualquiera que ésta sea. Unos pueden argumentar que, aunque algo ofenda a algunos, debe hacerse igualmente; que la gracia está en el que hace la broma y los que se ríen con él (el punto de vista), mientras que el ofendido siempre existirá por contraposición (por ser el objeto del ataque). Pero la naturaleza del ataque y la percepción de éste es justamente lo que causa la reacción. No tendrá la misma respuesta si se percibe dañino que si no es ofensivo (pues decimos acertadamente que es inofensivo).
Me ocurrió algo curioso en una conversación con un conocido hablando de este tema. Él argumentaba que no había que poner límites a la libertad de expresión, que el humor tenía que ser libre. Entonces yo le pregunté (con cierta intención) qué le parecía que un grupo numeroso de personas se riera y ridiculizara a un sólo individuo más débil, por ejemplo por su condición física o algo parecido. Entonces él negaba con la cabeza: “Ese es un caso extremo, no debería permitirse, eso ya es otra cosa”.
A lo que yo preguntaba de nuevo:" por qué, es sólo humor, las bromas son bromas. Es gracioso para los que las hacen y se ríen con él ¡si acaso la culpa es del que se ofende!" Él me contestó que no había tampoco que pasarse de la raya. A lo que yo le respondí: ¿entonces sí tiene límites?
Esta anécdota refleja que lo que él creía que era humor al empezar el debate, en realidad se refería a otra cosa. No a que fuera humor malo, sino que no fuera humor, pues éste debe estar acotado en ciertos términos social y moralmente delimitados. Por ejemplo, no gusta que el fuerte se ría del débil, o que una mayoría lo haga de una minoría, o que el sujeto no tenga capacidad de respuesta, o que el emisor no tenga empatía. No es una cuestión de humor en sí mismo, es una cuestión de humanidad.
El humor es (también) una relación de poder.
Otro argumento que se repite en este debate es que no hay que demonizar un chiste simplemente porque sea malo, o de mal gusto, porque aunque no sea bueno, es humor al fin y al cabo. A unos les hará gracia y a otros no. Pues bien, habría que preguntarse si lo que hay no es precisamente un combate por definirlo, y cuán de legítimos son los argumentos de los pujantes. Si se da esta batalla y la gana un argumento de peso, el perdedor debería poder aceptarlo con deportividad.
Los que esgrimen el término “ofendiditos” están, en mi opinión, situándose en una posición conservadora, incluso diría reaccionaria. Es una reacción a la pérdida de un poder, o miedo ante la previsión de un cambio en la correlación de fuerzas:
“La gente tiene la piel muy fina. Ya no se puede reír uno de nada ni de nadie ¡adónde vamos a parar! Cualquier tiempo pasado fue mejor...” etc.
Si pensamos que la tolerancia ha bajado, que ahora cualquiera se ofende por nada, tenemos que pensar, quizás, en que los ofendidos tienen ahora la fuerza o el poder de la réplica. Tal vez porque lo que antes se consideraba gracioso por los demás, realmente era una agresión hacia un colectivo más débil que nunca pudo defenderse. Estaba silenciado o subordinado. Cuando la defensa responde en la misma proporción que la agresión, el atacante pierde fuerza y pierde poder. Se cuestiona el mensaje.
Pongamos un ejemplo gráfico. Si yo voy por la calle y me burlo de alguien, y ese alguien se da la vuelta y me da un guantazo, podemos pensar que su respuesta es desproporcionada (que lo es), pero no le podemos culpar de que dé una respuesta.
Censura y crítica.
-“Había cenado bien y le dije a mi mujer: ‘ese bacalao es digno del mismo Jehová’” -“¡Blasfemo!”. [ La vida de Brian (1979)]
- Imagen "El blasfemo lapidado" Gérard Hoet y Abraham de Blois (1728). Dominio público>.
Llegados a este punto debemos preguntarnos qué es lo que ocurre en el caso contrario. Qué pasa cuando la ofensa sí está justificada, cuando una crítica fuera en verdad legítima. Es una cuestión de justicia.
Podemos reírnos de tiranos porque, debido a sus acciones, han perdido nuestro respeto, y hay una reprobación moral en ello que lo hace justo. Pero no permitimos que los tiranos se rían de nosotros porque en ese caso se convierte en un abuso.
Los que en su respuesta quieren acallar cualquier crítica razonable, utilizando la reprobación hacia aquellos que les increpan lícitamente, y que pueden pero no saben dar respuesta, se enmarcan también en el mismo grupo reaccionario.
La defensa no puede ser “dar un guantazo”, aunque nos parezca justificable, se debe basar en la deslegitimación del emisor. Si por el contrario la defensa gana la suficiente fuerza para imponerse sobre el otro o acallarlo por el propio poder pero no por la crítica de su discurso, entonces hablaríamos de censura. No confundamos la legítima defensa con con la persecución moral y judicial del Poder con mayúsculas sobre la disidencia, y con la aniquilación de la sátira.
Fair enough: el humor es batalla.
Hasta en las guerras hay leyes. En las contiendas dialécticas también hay acuerdos tácitos y fair play. Se juega conforme a reglas no escritas, pero entendidas y aceptadas. La legitimidad, nuevamente, en el propio sentido de la palabra hace alusión a la justicia. Los que se saltan las leyes no tienen el beneplácito de la audiencia, sólo la de sus seguidores.
Cuando hay percepción de que se está haciendo una crítica razonable o un ataque pertinente (esto es, lo que comporta un equilibrio justo, que es entendido por todas las partes de este juego dialéctico) hasta el interpelado otorga veracidad a la ofensa y acepta la pequeña derrota.
Los franceses dirían touché (tocado, como en el arte de la esgrima) y los ingleses dirían fair enough (es justo), para hacer ver que entiendes su punto de vista.
En resumen, conceden. Algunos lo llaman reírse de uno mismo, o tener sentido del humor. Pero no es más que aceptar que, una vez dentro del campo de juego, el contrario o los contrarios, juegan mejor que tú, pero juegan con deportividad y hay un tipo de entendimiento y reconocimiento de las partes. Estas leyes que establecen lo que es justo son, por el significado de la propia palabra: límites.
La ventana de Overton. El humor es contexto.
La ventana de Overton es un término que hace alusión a una teoría política que argumenta que la viabilidad para imponer una idea sobre la sociedad está determinada por las tendencias presentes en cada momento. De esta forma, según el termómetro del público en un momento dado, la ventana se puede ir abriendo o cerrando para dejar pasar ideas que antes no eran aceptables, o por el contrario bloquear las que se ven impensables en el tiempo presente.
Esto no significa que haya que estar encorsetado en la corrección política, sino que los límites son cambiantes y dependen de un contexto en lugar y en tiempo. Cuando se habla de la fórmula tan repetida: tragedia más tiempo es igual a humor, es precisamente en alusión a la asimilación de un discurso cuyos límites han sido redefinidos por la percepción de unos hechos.
Cada mensaje necesita una audiencia y un contexto. Cuando el mensaje es privado, la burla, la malicia y la aberración no tienen límites, siempre que pasen inadvertidas para el tercero o para una cuarta audiencia. De lo contrario se pueden convertir en agresión y está sujeta a reacción. Hay gente que hace chistes privados en ámbitos públicos y se queja de que no sean bien recibidos. Y gente que hace chistes malintencionados y se queja de que los demás lo rechacen. Tal vez esto sea no tener sentido del humor, bien por torpeza o por intencionalidad.
El humor es Arte.
Esto nos lleva a hablar sobre una cuestión clave que muchas veces pasa inadvertida alrededor de este debate, y es que el humor tiene límites per se porque es, precisamente, un Arte. Y como todo arte tiene y debe tenerlos.
Es precisamente en la pericia y destreza del artista acotando estos márgenes donde está la gracia, si no ¡cualquiera lo haría! Debe saber rebasarlos cuando y donde pueda, saber sortearlos cuando deba. Saber decir algo sin explicitarlo, saber ser explícito cuando sea preciso. En definitiva, tener talento.
El problema de base del relato sobre el que gira esta discusión, es que los que la promulgan suelen carecer de este talento, lo cual es el ingrediente indispensable para que el humor se entienda, surta efecto y funcione como tal.
El límite del humor (A modo de conclusión).
Debatir sobre los límites del humor no es preciso porque el humor contiene un límite en sí mismo. Fuera de éste se convierte en otra cosa. Este límite no lo marca sólo el individuo, sino que está sujeto a los vaivenes culturales, los cuales hay que saber descifrar.
Lo importante es conocer ese delicado equilibrio entre los márgenes legítimos que marca la sociedad y el individuo en cada momento, en el contexto, en el grado de ofensa y su respuesta, en la relación de poder, la capacidad de réplica y el talento. Y sobretodo, y más importante, en el grado de humanidad. Quienes saben manejar esto, y siempre están en la vanguardia, son artistas. Artistas finos o mundanos, anónimos o célebres, hay verdaderos maestros cotidianos del humor.
Por favor, no dejemos que los que no tienen talento se erijan sobre ellos para tapar sus vergüenzas, y nos impongan estos falsos debates para desviar la atención de lo verdaderamente importante: el trato humano genuino, y la construcción ingeniosa de diálogos que nos permitan evadirnos de la seria realidad con cierto grado de empatía por los demás.