¿Peli o libro? ¿Por qué no ambos? La relación entre el cine y la literatura es estrecha y tan antigua como los orígenes del séptimo arte. Una relación de amor-odio, de cortesías e intereses, vamos, como cualquier relación. Pero este artículo no trata sobre adaptaciones literarias a la gran (y pequeña) pantalla, ni siquiera sobre libros reales; con los años, el cine ha construido su propia biblioteca, y no es casual que la mayor parte de sus estantes soporte el peso de un género concreto.
Debemos a la literatura buena parte de los iconos terroríficos que arraigan en la cultura popular: Drácula, el monstruo de Frankenstein, el hombre invisible, el fantasma de la ópera, Cthulhu, Norman Bates, Pinhead, Pennywise, Barlow... los libros han sido un caldo inagotable de sordidez para el cine, parece justo que muchos autores rindan tributo a esa magia evocadora creando sus propios grimorios, sus propias fuentes de maldad. El poder de la palabra escrita se vuelve literal y material en películas como Posesión infernal (The Evil Dead, 1981), La cabaña del bosque (The Cabin in the Woods, 2012), Warlock (1989), Ghoulies (1985), La novena puerta (The Ninth Gate, 1999), En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1994), Death Note (saga), Demons (1985) o El laberinto del fauno (2006), sólo por citar unas pocas de las 70 películas que conforman este vídeo.
La estrella de este carrusel de grimorios, libros de hechizos, cuadernos mortales y manuscritos prohibidos no podía ser otro que el infame Necronomicon, el libro ficticio creado por H.P. Lovecraft repartido en distintas cintas con distintas encuadernaciones. Sea para invocar a dioses crueles, aniquilar personas, resucitar muertos o abrir portales a otras dimensiones, bienvenida sea por siempre la unión del papel y el celuloide.