La palabra

Quiero tratar un tema muy importante acerca de la guerra en Ucrania que, por supuesto, no se le presta atención en el debate público, reducido al nivel de una película de Walt Disney.

Escuchad estas declaraciones de Putin, especialmente sus palabras finales, porque son la clave de lo que quiero explicar.

Se está refiriendo, como sabéis, a la entrevista que Angela Merkel concedió a Die Zeit, tras apearse del cargo. En ella revelaba que:

Das Minsker Abkommen 2014 war der Versuch, der Ukraine Zeit zu geben. Sie hat diese Zeit hat auch genutzt, um stärker zu werden, wie man heute sieht. Die Ukraine von 2014/15 ist nicht die Ukraine von heute. Wie man am Kampf um Debalzewe (Eisenbahnerstadt im Donbass, Oblast Donezk, d. Red.) Anfang 2015 gesehen hat, hätte Putin sie damals leicht überrennen können. Und ich bezweifle sehr, dass die Nato-Staaten damals so viel hätten tun können wie heute, um der Ukraine zu helfen.

Que viene a ser algo así como:

Los Acuerdos de Minsk de 2014 fueron un intento de dar tiempo a Ucrania. También aprovechó este tiempo para fortalecerse, como puede verse hoy en día. La Ucrania de 2014/15 no es la Ucrania de hoy. Como se vio en la batalla por Debaltseve (ciudad ferroviaria en el Donbass, oblast de Donetsk, ed.) a principios de 2015, Putin podría haberla invadido fácilmente entonces. Y dudo mucho que los países de la OTAN hubieran podido hacer entonces tanto como están haciendo ahora para ayudar a Ucrania.

Merkel corrobora lo expresado por el presidente ucraniano signatario de aquellos acuerdos (Minsk I y II) que, recordemos, se basaban en un retorno a control ucraniano de la cuenta minera del río Donets (oblasti de Donets y Lugansk, entonces en poder de las milicias independentistas auspiciadas por Rusia) a cambio de autonomía para esas regiones y respeto para sus particularidades sociales y lingüísticas (un modelo parecido al español, vaya). De cumplirse Minsk, las aguas hubieran vuelto a su cauce, retrocediendo el reloj al momento previo a que el nacionalismo fascista ucraniano (patrocinado por USA y sus esbirros) reventase la convivencia secular entre las comunidades que viven dentro del Estado ucraniano (e insistimos, la etnia rusa supone casi una tercera parte de la población, más las minorías magiar, rusina y rumana), creando en Ucrania un problema que no existía.

Tanto Merkel como Poroshenko reconocen y se enorgullecen de haber firmado un tratado de paz entre dos naciones sin la voluntad de cumplirlo, sólo con el objeto de ganar tiempo (en expresión coincidente) para armar a Ucrania y poderse enfrentar a Rusia en una guerra venidera. La guerra ya estaba planificada desde entonces, y aún antes. No es que no cumplieran su parte, es que firmaron sin la intención de cumplirla.

Son dos vilezas, la primera es promover la guerra, la segunda mentir sobre las verdaderas intenciones firmando un tratado de paz.

Pero no es la infamia de ese comportamiento en lo que me quiero centrar, sino en sus consecuencias. Las últimas frases de las declaraciones que os muestro (Putin no es un genio, como él se cree, pero tampoco es completamente imbécil y sabe leer la situación). Vamos a ello.

Algún día tendrá que terminar, de un modo u otro, esta guerra. Sea dentro de un mes, sea si se cumplen los deseos informados en planes del Department of State, dentro de diez años. Y a las guerras se les pone punto y final con un tratado en el que las naciones beligerantes y acaso otras como observadoras y garantes se comprometen a una serie de puntos.

¿Cómo va Rusia a aceptar un nuevo tratado con acuerdos que Occidente se cree justificada para incumplir cuando le venga en gana? Pongamos un ejemplo de hipotético acuerdo: Rusia cede tales territorios que controle en ese momento a cambio del compromiso de no integrar a Ucrania en la OTAN. El ejército ruso sale de esos territorios y, pasado un tiempo prudencial, empleando algún subterfugio o triquiñuela legal, Ucrania ingresa en la OTAN y permite alojar sistemas de armas en su territorio. ¿Creéis que el gobierno ruso va a volver a dejarse engañar?

No tener palabra, ser indigno, tiene unas consecuencias tremendas cuando estamos hablando de tratados internacionales. Y ojo, que no sólo Rusia, sino el resto del mundo está viendo el valor de la palabra en «Occidente» (por ejemplo, las reservas de los bancos centrales de países que podemos apropiarnos si nos disgustan). Nos creemos tan superiores, que estamos por encima de convenciones morales comunes a toda la humanidad, como respetar la palabra dada.

¿Cuál es pues la consecuencia del deshonor y mendacidad del bloque atlantista? Una guerra a la que no se le puede poner fin con concesiones de naturaleza política. Si la palabra de «Occidente» no vale nada, si Rusia no puede obtener garantías de seguridad en base a acuerdos que se romperán eventualmente cuando a los gringos les parezca conveniente (véase el tratado nuclear con Irán o el tratado INF con la misma Rusia), buscará esa seguridad en algo que no pueda ser revertido, algo más que palabras: territorio. Poner tierra entre las fronteras de la OTAN y los centros neurálgicos rusos, para poder establecer una defensa en profundidad característica de la estrategia militar rusa.

Esta es una guerra a la que se podría poner punto y final con relativa rapidez por medio de un diálogo que permitiera satisfacer las legítimas aspiraciones de seguridad de Rusia, como del resto de Estados de la zona, que conduciría a una benéfica desmilitarización de nuestro subcontinente. Esto es perfectamente factible, o lo sería si Washington no tuviera la intención evidente de boicotear tal hipotético acuerdo.

Pero con nuestro comportamiento deshonroso hemos quemado esa opción y ahora tenemos ante nosotros una guerra larga y sangrienta que sólo puede terminar con el agotamiento de uno de los dos contendientes tras una prolongada masacre. Vaticino que prevalecerá el Estado más autoritario, con una sociedad más sometida y aterrorizada por su violencia, que consiga arrastrar al frente a más carne de cañón sin provocar un levantamiento popular.

(como todo el mundo sabe, los ucranianos van al frente cantando y bailando, henchidos de orgullo, según la propaganda de guerra atlantista con que nos alimentan)

Una larga y cruenta guerra, exactamente el escenario más favorable para los intereses estratégicos de Estados Unidos y, de paso, su industria energética y armamentística, pero catastrófico para una Europa partida de nuevo por un telón de acero. El mejor ejemplo es el desplome económico de los bálticos, estados títere de los cuales Washington controla todas las palancas del poder (maquinaria política-mediática), ahora que tienen hacia Levante una frontera dura impermeable a todo intercambio cultural, pero también comercial.

La antaño orgullosa Europa es hoy un mero esbirro sin palabra, ni orgullo, ni honor.

Anhelo el día en que los europeos juzguemos a los agentes al servicio de potencia extranjera y pongamos a unos gobernantes que vigilen y procuren el interés de nuestros pueblos. Enemigos de nadie, pero siervos de nadie. Ni de Rusia, ni de China, ni de la gran dictadura capitalista anglosajona.