El pueblo, etnia, nación, o como quiera llamarse a los españoles, se extingue. A las inmigraciones de sudamericanos del siglo XIX, y sobre todo del XX (llegadas masivas desde los primeros 70 hasta el día de hoy) hay que añadir los que están viniendo ahora (extranjeros de otras partes del mundo, como refugiados o inmigrantes africanos). Los nacidos españoles no sustituyen a los fallecidos. Los matrimonios mixtos se multiplican cada vez más. El Pueblo Español se extingue, se extingue, recalco, entre triunfos electorales de PP y Zurdos. No es racismo el querer que el pueblo, etnia o nación española no se extinga. Eso es legítimo derecho a la existencia. Racismo sería que los escasos españoles que aún quedan, quisieran invadir, dominar y aniquilar otras etnias o naciones. Abascal no es racista. Su religión se lo impide. Él, como miembro de una etnia invadida, dominada y cuasi aniquilada, se subleva. No es racista, aunque digan que “comparado con él Hitler era un pequeño monaguillo”. La ideología de Abascal es un grito desgarrador contra la paulatina extinción de la etnia española. Algo que no quieren captar los escasos españoles que aún quedan. Ni comprenden tampoco los extraños al Pueblo o Etnia Española que acusan a Abascal de racista. “La raza española, si así continúa, se va. Desaparecerá en el piélago de las otras razas, como el arroyo en la mar, y ya entonces ningún pueblo podrá servirse de la intrepidez, de la actividad y de la energía del español”.
Nota: adaptación de un artículo de Jorge Garay Zabala Getxo en Deia, a 13 de octubre de 2018.