La arrendadora

Hace unos días publiqué un artículo, Arrendé una habitación y la propietaria me acosa. Hoy era el día en el que deseaba poder explicar que todo había ido bien y que, por fin, podía continuar mi vida lejos de las manipulaciones y el acoso de esa señora. Pero no ha sido así. Su personalidad narcisista y maquiavélica ha elevado el problema a otro nivel. Nivel juzgados. Incluso me acusa de haberle hecho daño en un dedo. Yo, por supuesto, ni siquiera la toqué. Así llegamos a ese punto:

El viernes decidí que quería evitar al máximo el conflicto, y sobre todo la prolongación del problema. Sabía que si se alargaba más allá del día 1, se complicaría aún más. Ya no me daba tiempo a enviarle un burofax, así que por whatsapp le comuniqué que entre el domingo y el lunes recogería mis cosas, y que cuando pudiera llevármelo todo, dejaría libre la habitación. En realidad, tenía de plazo hasta el 31 de marzo para abandonarla, pero yo ya tenía ganitas de marcharme y de perderla de vista.

El domingo por la tarde, un amigo que me vio agobiada me propuso que nos lleváramos ya algunas cosas (gracias, Mario). Pero bueno, llevarnos algunas cosas significaba que las bajara yo por las escaleras y la rampa, ya que ella seguía empecinada en que no podía entrar nadie en la vivienda a ayudarme, ni un amigo ni un profesional. Como tuve que cargar con algunas cajas con libros, al día siguiente, es decir, ayer, me dolía bastante la rodilla que tengo más fastidiada y tenía muchas agujetas en los antebrazos. De verdad pensé que sería incapaz de acabar las mudanzas yo sola (adelanto que me subestimé, la que tuvo retuvo), así que cuando ella me preguntó a qué hora pensaba tenerlo todo terminado, le dije que era imposible que lo supiera, y que probablemente no podría acabarlas ese mismo día.

Más tarde le expliqué que a las 13 horas vendría un compañero de trabajo, y le pedí que le permitiera acceder a la vivienda. Además de dos brazos más cargando peso, que nos dejara entrar el coche, me ahorraba subir y bajar la rampa, que es lo que más me castigaba las rodillas. De hecho, si nos lo facilitaba aún más, podríamos utilizar las escaleras interiores, que son menos y más fáciles de bajar que las del exterior.

Como no, se negó de nuevo. Como yo en aquellos momentos me sentía incapaz de bajar todo aquello ese mismo día, telefoneé a Emergencias, que me pasaron con los Mossos. Les expliqué lo que sucedía y me dijeron que si cuando mi compañero llegara la propietaria no le permitía que accediera a la vivienda, volviera a llamar y me enviarían una patrulla. Dicho y hecho.

Los dos agentes que vinieron fueron muy atentos y dieron varios toque de atención a la arrendadora: por no dejarles hablar (es una costumbre arraigada de la señora), por decirles que se estaba sintiendo presionada por ellos y por decirme a mí que había llamado a mi trabajo para informarse de si yo tenía alguna incapacidad o baja médica que me impidiera bajar mis cosas y que le habían dicho que no (esto me dejó muy loca y parece ser que a los agentes un poco también). La arrendadora no conoce ni respeta los límites ajenos. Y es una máquina de generar mentiras. Así que no sé que pensar de esa afirmación.

A pesar de su buena voluntad, los mossos no pudieron hacer más que tratar de mediar, y se marcharon. "Supongo que hablando lo podrán arreglar entre ustedes".

Y así prosiguió mi día, bajando mis cosas de lado por la escalera debido al dolor de la rodilla mientras ella se situaba junto a mi compañero para controlar que él no pasara ni una mano más allá de la puerta. Debió considerarlo atractivo, porque cuando lo vio de cerca, se soltó el moño y se atusó la melena. Se sentía poderosa. Y supongo que hasta sexy. Para mi compañero solo le faltaba que la siguieran treinta gatos. Pero es lo que tienen las distorsiones.

Cargamos el coche hasta la bandera, y nos dispusimos a marcharnos. La arrendadora me exigió entonces que le devolviera las llaves. Lo de que tengo de plazo hasta el 31 de marzo a ella no le frena. Pero le dije que esa misma tarde iba a volver para llevarme las cosas que me quedaban y que no le pensaba devolver las llaves hasta que me las llevara. Ingenua de mí pensaba que incluso sí que podría desmontar la famosa cómoda, ya que una amiga me había explicado que quitando los cajones se accedía a los tornillos.

Al volver de nuevo a la casa, pocas horas después, entré en la habitación, y ella vino detrás de mí como un remolino, se metió dentro de mi habitación y empezó a gritarme que me tenía que marchar. Supercalmada le contesté que estaba recogiendo mis cosas y que cuando acabara me iría. En ese momento, aprovechó para cogerme el llavero que había dejado sobre mi cama y que tenía las llaves de su casa y las de mi nuevo piso, y salió corriendo. Le repetí mil veces que en ese llavero estaban las llaves de mi nuevo piso pero no me lo devolvió. Al rato volvió a entrar, me dijo cuatro cosas más, y de repente: "Tengo sangre. Me has atacado". Yo no daba crédito. Se había hecho ella misma un corte en el dedo, que apretaba para que sangrara, y con todo su dramatismo salió de la habitación diciendo: Tengo un testigo de que me has atacado, el cerrajero, y si no llega a ser por él me hubieras hecho mucho más (sí, además de todo, iba a cambiar la cerradura de la puerta de la vivienda).

Seguidamente, se fue a calentarle la cabeza a ese señor, que obviamente no había visto nada porque estaba fuera de la habitación (yo ni siquiera lo había visto al entrar) y, sobre todo, porque yo no me había acercado a la señora ni dos metros y por supuesto no la había agredido de ninguna manera.

Otra vez dos Mossos delante de la puerta de la vivienda. Otra vez mi compañero y yo, ya un poco en estado de shock, explicando lo sucedido. Y poco más. El agente un poco mosqueado, pidiendo que no se hiciera un mal uso de sus servicios, que ya habían tenido que venir dos veces.

Siguiente escena, yo, explicando a mis nuevas compañeras de piso cómo una señora me había arrebatado las llaves de su piso. Fue una manera preciosa de empezar la convivencia y que seguro que les genera mucha confianza en mí.

Y nada, que así están las cosas por ahora. Hoy, tocará denunciar. En el futuro, juicio. Y así es como se te complican las cosas sin saber muy bien ni cómo. Por desgracia, continuará.