En otras ocasiones ya hemos discutido sobre la juventud y sus circunstancias. Sabemos que se están enfrentando a problemas estructurales de difícil solución mientras se preparan para los desafíos de un futuro siempre incierto. Al paro, la precariedad, precios en alza, dificultad para entrar al mercado laboral, escasa capacidad de promoción social y otros tantos más, se le unen otros como la digitalización, que promete mucho, pero incapaz de ofrecer un horizonte de garantías nítido. Sus supuestas virtudes están todavía por ver.
Cabría pensar que las generaciones más jóvenes están condenadas a un porvenir aciago y a un papel de observadores de la historia. Una nueva generación perdida, que diría Gertrude Stein. Hay, no obstante, razones que nos invitan a pensar lo contrario. Se ha discutido en algunos medios la posibilidad de revueltas y pequeñas revoluciones a raíz de los estragos causados por la pandemia. Todos somos conscientes de la debacle económica surgida en torno a ella, pero ¿y si les dijera que estas teóricas muestras revolucionarias responderían, no tanto a las consecuencias económicas, sino a un conflicto entre élites y grupos aspirantes a serlo?, ¿y si esta juventud a la que en ocasiones se le acusa de hedonista, nihilista y falta de modales, protagonizase una nueva oleada revolucionaria, o al menos, una revuelta contundente?
En el año 1991 se publicó Revolution and rebellion in the early modern world: population change and State breakdown in England, France, Turkey and China, 1600–1850, de Jack Goldstone. En este trabajo desarrolló el modelo Structural-demographic theory (SDT en sus siglas en inglés). Con él, buscaba explicar cómo se producen las revoluciones a partir de un esquema matemático. Según Goldstone, se podía estudiar y, en cierto modo, prever el surgimiento de una revolución atendiendo a tres variables: 1) crisis estatal, 2) pobreza de la población y capacidad de movilización y 3) competición entre las élites de un Estado.
La primera variable mide la debilidad del Estado y su relación con la deuda pública y la confianza en las instituciones de la ciudadanía. La segunda estudia el nivel de estrés o presión que soporta la población general. La tercera y, quizás, la más importante, analiza cómo responden los grupos privilegiados en un contexto de pobreza frecuente y crisis estatal. En este pequeño escrito elucubraremos sobre la posibilidad de una posible revolución en España sobre las bases de las variables propuestas por Goldstone. Veamos someramente la situación actual.
Crisis estatal
Como ustedes bien saben, España no se encuentra en un buen momento. La deuda pública ha alcanzado niveles estratosféricos, un 120 % del PIB. La crisis sostenida y generalizada ha provocado, al mismo tiempo, que la confianza de los españoles en las instituciones se haya resentido a niveles poco antes vistos. El Estado español se encuentra en fuertes dificultades económicas que le ha llevado a tener que incrementar los impuestos recaudados para financiar los gastos generados durante estos dos años. De momento, las desgracias se mantienen a raya gracias a que el BCE no ha subido los tipos de interés; no obstante, en EE.UU sí que se han acordado incrementos. Ya saben ustedes, cuando las barbas de tu vecino veas cortar… Si esto ocurre, agárrense los machos.
Pobreza y capacidad de movilización social
Creo que aquí, poco les puedo aportar que ustedes no sepan ya. La tasa de paro en España lleva siendo escandalosa desde hace 40 años, con una tasa media del 15 %. Este año, nuestro país vuelve a situarse a la cola de la OCDE en recuperación económica. La pobreza continúa avanzando en un país que cada vez presenta más desigualdades. Un desastre. Al menos, podemos lucir el discutible logro de estar entre los primeros en algo, supongo.
Como respuesta a estos problemas, hemos asistido a las primeras movilizaciones contra la coyuntura actual: la huelga de transportistas es un buen ejemplo de ello. Si bien parece que las protestas se han apaciguado, no se puede descartar que nuevos sectores se contagien de este tipo de iniciativas en el futuro.
Competición entre élites
De todas las variables, esta es la más importante; la contribución original de Goldstone. Sociedades con problemas fiscales y pobreza extrema han existido en otros tiempos, pero no han llegado a desarrollar proyecto revolucionario alguno. Goldstone creía con firmeza que la causa primera de las revoluciones se encontraba en la lucha por el poder que surgía entre los grupos dominantes tradicionales y nuevas clases o sectores, ansiosos por obtener su pedacito del pastel. En España, se podrían estar creando las condiciones necesarias que posibiliten movimientos de este tipo. ¿La causa? El sistema universitario español.
Espero que sepan perdonarme mi osadía por las palabras que van a leer; les pido, no obstante, un poco de comprensión pese a su incomodidad: la universidad ha sido, desde su concepción, un lugar de exclusividad. El objetivo de esta institución siempre ha sido el de formar cuadros para nutrir los grupos dominantes de cada momento, especialmente, la burocracia estatal. En consecuencia, su acceso se ajustaba a las necesidades propias del Estado . Al menos, así había sido hasta tiempos más bien recientes. La democracia derribó las puertas de la universidad y buena parte de los hijos de antiguos obreros adquirieron sus licenciaturas. Fueron años de ilusión y de progreso social.
El problema radica en que la universidad no ha parado de admitir matriculados y expedir nuevos títulos. En España, por desgracia, el número de titulados se incrementa a un ritmo superior a la capacidad del sistema para crear nuevos puestos de poder. Somos un país de tapas, cañas y PYMES. En esta tesitura, el funcionariado no es capaz de soportar la entrada de más aspirantes y los grandes puestos directivos brillan por su escasez. Es decir, no hay buenos trabajos para todos. Oferta y demanda, que dicen los economistas.
En este contexto, la juventud actual ha sido una de las principales perjudicadas al haber estudiado y no haber recibido las recompensas que se suponía que debían haber obtenido. Tras obtener sus títulos, se han encontrado con un mercado ya saturado. Todo esto, además, en una coyuntura dominada por la pobreza generalizada y la escasa solvencia estatal.
Lo paradójico se encuentra en que ha sido la propia élite tradicional la que ha gestado a su futuro enemigo. Los políticos han incentivado, con su demagogia, su nulo sentido de estado y su cortoplacismo sonrojante, la entrada masiva de estudiantes a la universidad, creando, en el proceso, una facción o subtipo de élite; uno, además, especialmente numeroso. Hablamos de estos jóvenes precarizados que, aunque pobres, están bien formados. Jóvenes dispuestos a luchar para conseguir las ilusiones propuestas y no alcanzadas. La chispa revolucionaria se produciría, según el modelo de Goldstone, como resultado de la lucha de estos jóvenes por las cotas de poder. Nuevas élites — intelectuales — compitiendo contra otras ya establecidas. La batalla acabará generando desafecciones propias de esta dialéctica de clase, que llevarán a la desconfianza en el sistema político dominante — incapaz de ofrecer una solución que satisfaga a ambos grupos— y, en última instancia, a la revolución.
Por supuesto, lo expresado aquí es pura especulación. Hay sólidos argumentos que invalidan lo expuesto hasta ahora. La gran oferta de contenido digital, las redes sociales y otra serie de productos podrían actuar de muro de contención ante este tipo de respuestas. El mundo de Internet ofrece una fuente inagotable de narcóticos a precio de saldo. Con todo, no quiero atosigarles más de lo necesario. Dejaremos estos debates para otros momentos.
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