Al parecer hoy, ya ayer, han sido elecciones en Catalunya, por si no se han dado cuenta. Sí, en efecto, es por eso por lo que Pilar Rahola y Xavier Sardà se lanzaban improperios esta noche en el canal 24hs, cuál copia barata de un sálvame político.
En cuanto a las elecciones, los resultados, escrutados ya el 90 y pico por ciento de los votos, son cuanto menos impactantes. Sobretodo para el PP, que en toda su vida política en el Parlament ha podido aspirar a 7 escaños como máximo. Entonces viene Voss, le dice al señor con cara de emoji de whatsapp, "sujétame el cubata, maricón!", y en su segunda legislatura, después de salir rebotados del País Vasco sin representación política, parten la pana y poco más que les ha pasado la mano por la cara al PP. Por otra parte, esos 34 escaños le dan al PSC la fuerza suficiente para proclamarse como lista más votada. Esquerra y Junts han caído en unas arenas movedizas que tendrán que sortear si quieren gobernar en paz. La amplia fragmentación del voto y un PSC muy alejado de las tesis catalanistas que Raimon Obiols, Ernest Lluch o Pasqual Maragall no parecen ser el mejor compañero de viaje para una reedición de un supuesto tripartit. Pero quizá a Illa no le importe preguntar a la vieja guardia constitucionalista, como ya hizo Colau en el consistorio para librarse de los independentistas. Veremos quien compra a quien.
Por lo cual, no sería descabellado imaginar que las togas de las siniestras altas esferas judiciales donde se difuminan los márgenes de la separación de poderes, estén celebrando, aún ahora, los resultados electorales y el desembarco de la extrema derecha liberal por la puerta grande. Aunque a ellos eso es algo colateral, entiendo, al ser el potencial presidenciable Salvador Illa y la introducción forzosa de su persona en la política local como revulsivo de antiguas maneras de llevar la sucursal catalana del partido. Y no les culpo, Miquel Iceta no tenía el carisma ni la entereza necesaria para ello, aunque como ministro mascota lo hace super bien. Es curioso, no quisiera uno pensar mal, que justo cuando cualquier expresión política ciudadana ha quedado atrapada entre twitters y aplausos de balcón con ¡emoticonos super enfadados!, se impugne con tanta vehemencia la anulación de las elecciones acusando la Generalitat de querer perpetuarse en el poder, y forzando, sin escuchar los multiples y variados expertos en salud pública - como debería saber el exministro de sanidad Salvador Illa y su gabinete - que avisaban de que sería un foco de contagios y una pésima idea eso de prohibir aglomeraciones y cerrar los bares pero permitir los meetings políticos e ir a votar en espacios cerrados con gran concurrencia de personas.
Que mucha gente con dos dedos de frente ha preferido no votar estos comicios por un tema de salud pública no es ningun secreto. Y, siendo sinceros, dudo que esa masa que no ha votado presencialmente esta vez lo hicieran por correo semanas antes, perdiendo una gran cantidad de votos que podrían haber cambiado sustancialmente los resultados de hoy. Pero, como en Catalunya las cosas se deciden desde el tribunal superior de justicia y sus serviciales secuaces "civiles" disfrazados de "gente anónima", que se escandalizaron por "el abuso de la democracia" al post-poner las elecciones, así nos tenemos que ver.
También sabe Dios que desde la Generalitat no se esforzaron para nada en la redacción y ejecución de la medida. Craso error, mas sabiendo de antemano de la gran lupa que se aplica especialmente a las leyes que vienen de estos lares - ya sea por simple precaución y/o animadversión del ministerio fiscal a lo decidido por los catalanes que osan disfrutar de las prebendas que permite el estatuto de autonomia, y obrar en consecuencia. A simple vista, y teniendo en cuenta lo anterior, pareciera que los mandamases que gobiernan desde la Pl. de Sant Jaume se tomasen con despreocupación y desidia la gestión de asuntos vitales para el territorio como lo es la "fiesta de la democracia" - no se preocupen, ya vomito yo por ustedes por la manida frase hecha.
"La feina ben feta no té fronteres", decía un hombrecillo que guardaba sus pequeñas limosnas robadas humildemente al conjunto de Catalunya, y a buena parte de España también, en un convento junto a su mujer Sor Ferrusola, en Andorra la vella. Y es que de Jordi Pujol casi nada se puede decir bueno, aparte de la anterior frase, que no significa otra cosa que el trabajo bien hecho no tiene fronteras. Creo que me he explicado suficiente.
Porque, por más indignados se mostrasen Junts y Esquerra cuando la judicatura obligó a seguir adelante con las elecciones, no es solamente que la maquinaria del Estado ponga a su disposición todos los medíos necesarios para entorpecer el funcionamiento de las instituciones regionales y de sus representantes; sino que, si por algún casual ese esfuerzo no resultase suficiente, la deslumbrante y errática ineptitud de los gobernantes catalanes al hacer un mero trámite como aplazar las elecciones siempre tiene a bien en ayudar al poder fáctico de la toga y a hacer las cosas tan mal como se puedan para después echarle la culpa a otro. Victimismo total.
Es más: para coronarlo, contamos con un surrealismo costumbrista precedido por visionarios como Berlanga o Karra Elejalde en su magistral película Airbag: un cabeza de lista negro representando la reencarnación política del fascismo moderno, que ha sido elegido por primera vez en la historia de la democracia catalana. Algo que ni Plataforma x Catalunya tuvo el privilegio en su mayor apogeo, por mucho que lo intentó. Ignacio Garriga se sentará por primera vez en esos sillones del Parlament, desde donde él y otros diez parlamentarios de la formación ultraderechista podrán atentar a placer contra la cámara que los acogerá los próximos cuatro años.
Desgraciadamente, y por mucho que se esfuercen, Vox no serán los primeros que lo intentan, ni los últimos. Y, en cierta manera, no hacen nada que Pujol no hiciese, hace no tanto. Por supuesto, son estilos totalmente distintos, y al parecer igualmente válidos de destruir las instituciones que representan a la ciudadanía, a sus leyes y a su integridad. Parece que al menos Garriga lo hace por unos valores, entiendo, diferentes a los meramente financieros que guiaban tiempo atrás a J. Pujol, como es la agría visión centralista y jacobinista de España y el rechazo, cuanto menos, al uso del idioma vernáculo en las instituciones, y en lo general, el la vida pública, más allá de lo folklórico.
#Pero, entre nosotros, y por precaución, no descartaría la razón monetaria en la ecuación por la que los políticos gustan sumarse a carros tan dispares y exóticos como el de españolizar a los catalanes o, en sus antípodas ideológicas, a la anhelada Ítaca que de buen grado la antigua Convergència abrazó para conservar el poder.