Me encontraba en el asiento de la ventanilla en el autobús, con las gafas de sol para evitar reflejos y los brazos cruzados, ligeramente acomodado y tratando de conciliar un ínfimo sueño contado en minutos que a veces hace que recupere el buen humor. De pronto noto un golpe en las costillas, nada serio pero sí molesto, de una bolsa de mano. Abro los ojos y me giro para ver al que sería mi pesadilla durante cuarenta minutos de viaje.
A veces soy razonable, así que me convencí de que el impacto había sido casual. Sí, a veces también pienso tonterías. El susodicho, de unos cincuenta años, delgado pero con la agilidad de un bloque de hormigón, trató de encaramarse al asiento. Para ello tuvo que alabear (moverse de un lado a otro como una palanca) varias veces, chocando contra mi cada vez que le tocaba caer hacia mi lado. Después vino el trabajoso movimiento de ponerse la bolsa de mano en las rodillas, para lo cual necesitó golpearme varias veces con el mismo.
Por fin, cuando observé que ya estaba anidado, cerré los ojos y me acomodé para dormir. Lo dicho, tonterías. Noto como un periódico se materializa en su mano, abriéndolo lo suficiente para que pueda leer con los ojos cerrados la letra que está debajo de las fotos. ¿Podría ser más molesto? No sé ni por qué me lo pregunto. Se pone a doblar el periódico tratando que la precisión de la doblez haga competencia con las órbitas de los satélites de la NASA, doblando y desdoblando sin parar.
Afortunadamente le caigo bien a alguien de arriba y el periódico inició un viaje newtoniano al centro de la tierra, quedando tan solo una hoja en sus manos. Ea. El autobús empieza a moverse y, sin nada que leer, es consciente de que está sin cinturón de seguridad. Se inclina lateralmente hasta conseguir agarrar un extremo mientras rezo por que se ahogue con él. No, ahora se inclina hacia mi lado y tarda dos minutos en conseguir engancharlo en el agujero. Tal vez ahora tenga un poco de paz.
Toc-toc-toc-toc-toc-toc-toc-toc-toc-toc-toc... Un pié suena en el suelo al ritmo de la música del diablo. La radio no está puesta y no lleva auriculares, pero la música de su familia suena sin parar en su cabeza. Desisto de dormir, para otro día queda... Y entonces escucho un leve (sí, leve) ronquido. Miro incrédulo hacia mi acompañante y le veo dormir con la cabeza gacha. Ahora sí que me ayudan desde arriba.
El bus para y suben varias personas; Una de ellas, hija de un murciélago y un mapache, recoge el periódico caído e insiste en despertar al que está al lado:
-¡Señooooor! ¡SEÑOOOOOOOOOOOOR!- Es un grito de 3,2 en la escala Ritcher. Lo despierta y coge el periódico encantado de vérselo en el espacio reducido que tiene delante de él y delante de mi. Decido que mejor me pego al cristal y trato de hacerme un spiderman. Si su visión se basa en el movimiento pasaré desapercibido.
Por fin llega mi parada y salgo como alma que lleva al diablo. No puedo más que pensar que vaya faena la familia de esta persona, que le toca aguantar todos esos involuntarios tocs (que no tics ni TOCs) de esta persona. El cielo se lo tienen ganado.