Introducción.
Sin entrar en grandes debates explico mi postura inicial con un ejemplo: cuando varios objetos interactúan entre sí, la cantidad de movimiento se debe conservar: es decir, el cambio total o absoluto acontecido por unidad de tiempo debe ser nulo (cero). No es posible que al final de un estado físico se acabe con más cantidad de movimiento (energía, carga eléctrica o de color, etc.) que al inicio. De este modo el asunto se reduce pues al hecho innegable de que en el devenir natural fenomenológico todo SIEMPRE se anula al tenerse en cuenta el conjunto de las partes implicadas. En este sentido global y relativo nada se mueve realmente, todo es apariencia de multiplicidad y de cambio. Y las leyes de conservación se encargan de que el estado físico inicial y el final posean siempre las mismas propiedades esenciales: y eso, pese a las apariencias en contra, es representación de unidad, de continuidad y de inmutabilidad. En realidad por tanto, a nivel fundamental, nada cambia; simplemente se trata de apariencias ilusorias del sujeto (que piensa), es decir; ilusiones mentales llevadas a su máxima expresión.
La relatividad especial y la mecánica cuántica, por ejemplo; hablan de que dos observadores distintos pueden observar distancias, tiempos y números de partículas distintos para un mismo evento; sólo con tal de que toda propiedad esencial del mundo permanezca constante (el hamiltoniano -cantidad de energía-, el concepto de acción, los invariantes relativistas, la carga, el momento, etc.). He ahí otra muestra de que toda dinámica es ilusoria y relativa al sujeto que interpreta. Y lo mismo se puede aplicar al Universo completo una vez se tiene en cuenta la conservación e invarianza que sabemos DEBEN ocurrir en toda su fenomenología. Y es esta necesidad por conservar a toda costa los estados fundamentales del conjunto de todos los procesos fenoménicos, como digo, una clara representación (una pista) de la imposibilidad de un cambio o movimiento efectivo: lo que nuestra mente entiende por multiplicidad y movimiento no sería en este sentido más que una "alucinación colectiva" fruto de malinterpretar una parte aislada de todo el conjunto del ser.
Nuestro cerebro, órgano que produce el pensamiento en general, lo conforman moléculas y electrones que, en sí mismos, son una pequeña parcela aislada del conjunto de la realidad. Así pues la mente "ve" lo que el cerebro dicta, pero este órgano está limitado y condenado a interpretar los fenómenos sensibles más "cercanos" capaces de interactuar con su red neuronal. En este sentido nuestro cerebro no sería más que un proyector de ilusiones locales. Justo el tipo de proyector necesario para "cortar" (filtrar o acotar) ficticiamente la globalidad del mundo para "generar" así una ilusión de multiplicidad local donde en realidad no hay más que unidad, infinidad y continuidad.
Pero, ¿qué sería esa continua e infinita unidad inmutable?
Una infinita unidad inmutable es equivalente a decir que en esencia no hay nada. Si no disponemos de la existencia de un algo diferente contra lo que comparar, perdemos la perspectiva esencial de ser. Si todo lo que hay es inmutable e indiferenciable, si es eterno e infinito; podemos decir que ese ente trascendente lo es todo y que no es nada al mismo tiempo. De este modo salvamos sin proponernoslo una de las cuestiones más fundamentales e intricadas de la filosofía: ¿por qué hay algo en lugar de más bien nada? La respuesta es que verdaderamente no hay nada a parte de ilusiones fenomenológicas que emergen de una infinita y eterna inexistencia esencial.
La ilusión de nuestro mundo.
En su libro "La estructura matemática", Max Tegmark trata con mucho detalle el hecho de que toda nuestra realidad aparece como una estructura matemática en esencia. Eso implica que el mundo sería como un fenómeno emergente de esa matemática eterna, algo que ya ha sido y que simplemente es proyectado localmente por mentes como la nuestra de modo similar a cómo un DVD es proyectado en la televisión por un reproductor. Pero en sí, todo ya ha sido grabado por completo en cuanto a su dinámica. En ese sentido, todo el fenómeno al que tenemos acceso ya fue escrito en su conjunto; y el transcurrir del tiempo, del movimiento y la multiplicidad de objetos son meras ilusiones cognitivas.
Conclusión.
En esencia no hay Nada. La trascendencia es inexistente en cuanto a objeto diferenciado. Porque toda la esencia es una, inmóvil e indiferenciable. Una unidad matemática que no es...salvo cuando localmente un fenómeno congruente con este no ser; en el sentido de que el conjunto fenoménico se conserva como si no hubiese nada -la diferencia entre antes y depués resta siempre cero; esto es, se obedece la conservación e invarianza junto con el principio de indeterminación-, generan una ilusoria multiplicidad móvil. Lo múltiple y el movimiento serían alucinaciones fenoménicas permitidas por la unidad matemática simplemente por la posibilidad de la invarianza: porque todo este fenómeno como condición necesaria se reduce siempre y en todo momento a nada (es decir, imita la esencia que representa). Lo uno toma así apariencia de múltiple, la eternidad apariencia de tiempo y movimiento, y lo indeterminado torna en un falso ser objetivo.
El sustento matemático esencial del mundo, eterno y Universal: sin principio ni fin, sin causa ni efecto, sin movimiento ni apariencia, sin Ser realmente nada distinguible...a pesar de constituir un algo totalmente inefable, contiene no obstante por entre su infinita esencia el poder de generar ilusiones de multiplicidad: de ser y de cambio. Y es fruto de esa capacidad, que la infinita nada existencial pueda producir mundos de ilusorios cambios y objetos. De transformaciones vanas que siempre restan cero (nihil). Y nosotros somos parte de esa farsa. Nos movemos por entre la nada, y siempre todo a nuestro alrededor tiende a conservarse en nada. En realidad nada hubo nunca y nada habrá jamás.