¿Qué ha fallado en la gestión de la pandemia en Europa?

En primer lugar, obviamente gestionar una pandemia no es sencillo. Pero en el reciente estudio del Lowy Institute de Sydney (interactives.lowyinstitute.org/features/covid-performance/) que compara los datos de 98 países, los europeos en general no estamos en buenas posiciones (España 78, Francia 73, Bélgica 72, Reino Unido 66, Alemania 55…); lo que incita a la (auto)crítica.

No se trata aquí de criticar las decisiones pasadas con la información presente, a modo de capitán posteriori, sino de tratar de analizar los fallos cometidos para aprender para el futuro, para esta y otras pandemias que vendrán.

Estas son algunas de las razones por las que se ha fallado en la gestión de la pandemia en España, y en Europa en general, desde mi punto de vista:

Falta de experiencia. En China, la experiencia de la epidemia de SARS de 2002-2004, ayudó a gestionar la pandemia de COVID-19 (uso de mascarilla, restricciones, confinamientos…). Desde Europa vimos cómo se extendían los casos, pero por alguna razón (falta de precedente y quizá algo de soberbia) pensamos que no iba a pasar lo mismo aquí. También es cierto que haber conocido los datos reales a tiempo habría ayudado a darle más importancia. Aun viendo a Italia, España tardó en reaccionar. Aun viendo a Italia y España, el norte de Europa tardó en tomar medidas suficientes.

Demora y falta de contundencia. El mayor acierto de países como Nueva Zelanda, Vietnam o Taiwán parece que fue actuar con rapidez y contundencia, con medidas eficaces. Es difícil tomar decisiones drásticas que afectan a tantas personas. Fue difícil al principio porque no se sabían las consecuencias de no tomar medidas, y es difícil ahora que hay un cansancio acumulado y se conoce mejor el impacto socioeconómico de tomarlas.

Estrategia equivocada intentando dar prioridad a la economía. Hay un balance entre el impacto negativo de no confinar, sufriendo las consecuencias, y el impacto que tiene confinar para los trabajos y la economía, pudiendo llegar a ser incluso peor para personas que viven al día. Es difícil encontrar el punto óptimo, que depende entre otros factores de la capacidad del sistema sanitario. A día de hoy parece claro que es preferible ser contundente sin demora, pero protegiendo a los que más sufren las consecuencias. 

Desproporción entre medidas, coste e impacto. Por ejemplo, llevar mascarillas o al menos taparse boca y nariz con algo, es una medida sencilla de bajo coste, pero podría haber sido obligatoria mucho antes, cuando ya hubo evidencia de que reducía notablemente los contagios en interiores. También se tardó en realizar suficientes tests, desde el momento en el que se sabía la importancia y el impacto. En cuanto al confinamiento, se ha probado que es claramente efectivo. Sin embargo, prohibir salir casi totalmente durante mucho tiempo y luego permitir salir a grupos a las mismas horas, fue claramente contraproducente. Como medida intermedia, en otros países se permitió salir al menos una vez al día al aire libre, respetando las distancias, lo que aún redujo drásticamente los contagios, pero con mucho menor coste personal.

Rastreo insuficiente. A pesar de ser algo aparentemente obvio desde hace bastante tiempo, aún no hay suficientes rastreadores y seguimiento de los contagios. Echando números tiene que ser evidente que incluso desde un análisis puramente económico, es más rentable invertir en un exceso de rastreadores, que sufrir las consecuencias de su defecto.

Insumisión o resistencia a cumplir las normas. A diferencia de países orientales como China, en los que las medidas tras los rastreos son contundentes y se deben de respetar prácticamente siempre las medidas drásticas de cuarentena y confinamiento, en España y otros países occidentales ha habido cierta relajación y rechazo por parte de muchos ante las medidas. Es un tema complejo al estar relacionado con la libertad individual, el control del estado e incluso la protección de datos. En China parece que se ha logrado controlar mejor los contagios por medio de un control estricto de las entradas al territorio, con cuarentena, test, y rastreo efectivo con aplicaciones de móvil.

Individualismo. No hay que ignorar los innumerables ejemplos de solidaridad, pero la pandemia también ha hecho evidente que hay demasiado individualismo. La particularidad de ser un virus que están transmitiendo sobre todo jóvenes asintomáticos o sin dificultades en superar la enfermedad, pero con el que mueren más personas mayores o con problemas de salud, deja en evidencia un claro egoísmo de una parte considerable de la sociedad que no toma suficientes precauciones y no limita sus contactos a lo esencial. Falta sentimiento de comunidad.

Falta de responsabilidad individual. Está claro que el papel de los líderes y políticos ha sido clave en el relativo éxito o fracaso de la gestión, con ejemplos como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos; pero más allá de las medidas obligatorias de los gobiernos, los ciudadanos hemos tenido margen de actuación. Por mucho que nos dejen reunirnos en determinadas situaciones, es una decisión individual limitar los contactos que no son estrictamente necesarios.

Negacionismo y desinformación. La negación de hechos y de evidencias científicas por parte de un conjunto considerable de personas y algunos líderes ha tenido un impacto no despreciable en los contagios. La información y la desinformación de los medios ha jugado un papel trascendental, para bien y para mal.

Uso político. A diferencia de otros países, en España los partidos de la oposición no han tenido una actitud de cooperación y colaboración para aportar de forma constructiva, sino más bien de enfrentamiento y búsqueda de debilitar al gobierno. Forma parte de la estrategia del odio y la crispación, que tiende a polarizar la sociedad y que tanto daño hace a la política. El debate político en otros países está mucho más centrado en solucionar problemas.

Recortes de sanidad en años previos. Unos de los puntos fundamentales es la saturación o el colapso de los servicios sanitarios y las UCI. En los lugares donde había más recursos, evidentemente se han podido superar mejor los picos. Los recortes en sanidad han pasado factura en un momento en el que se ha llevado al sistema al límite. 

También ha habido otros factores más o menos ajenos a la gestión que han contribuido a las diferencias en la incidencia de la COVID, como son la población del país, concentración en grandes ciudades, el envejecimiento de la población, número de personas en residencias… Los hábitos sociales también han influido sin duda. En los países mediterráneos hay más vida social y familiar, y menos distancia social que en otros países.

No se puede olvidar ni negar que ha habido también aciertos y relativos éxitos en la gestión de la pandemia, que hay que reconocer: algunas medidas de gestores, la respuesta de los sanitarios, de los científicos, de los trabajadores en la cadena de suministro de alimentos, la solidaridad de una gran parte de la sociedad… Pero por desgracia no se puede considerar un éxito global teniendo en cuenta el número de muertes y el impacto socioeconómico. 

No hay mucho que se pueda hacer hoy acerca de los errores del pasado, salvo aprender de ellos para mejorar el presente y el futuro. Al menos el factor de la experiencia es claramente un punto a favor para futuras pandemias. Soy relativamente optimista, y espero que hayamos aprendido algo y que la pandemia nos haya enseñado también a valorar más lo que tenemos. Pero no hay situación tan mala que no sea susceptible de empeorar. Esta pandemia aún no ha terminado y no sabemos qué nos depara el futuro…